

Columnas
Steven Wilson y su viaje por el vacío
Published
8 años agoon
Año 1967. Un grupo de muchachos británicos liderados por su guitarrista –que amaba a The Beatles con la misma intensidad con la que amaba el LSD- lanzaba su primer LP al mercado: “The Piper At The Gates Of Dawn”. Pink Floyd creaba una música que rememoraba al blues, pero con guitarras estridentes que incitaban a perder el orden y sumergirse en una maraña de sonidos volátiles que nadie sabe, hasta el día de hoy, cómo consiguieron. Mismo año, mismo país, en un acomodado barrio de Londres, nace en otoño septentrional Steven Wilson.
“Desde siempre he tratado de recrear los sonidos con los cuales me crié”. La biografía de Wilson nos relata que Pink Floyd, cuya discografía conocía desde niño por su familia, ha sido su paradigma como artista. Sus proyectos en general, de acuerdo a su propia confesión, pueden ser interpretados como intentos constantes de imitar la parsimonia y la liberación ecléctica que representan temas tan distintos unos de otros, como “Breathe” y “Any Colour You Like”. No es difícil imaginar el impacto interno que pudo causar dichas composiciones en la mente de un joven sensible y en extremo curioso como Wilson, ávido de provocar en otros lo que en él provocaron tales canciones.
Resulta lógica, por tanto, su decisión precoz de transitar por las casi siempre baldías tierras de la experimentación. Desde entonces, inconscientemente sus proyectos buscan enrielarse hacia el lado oscuro de la luna. ¿Serán hijos de su frustración disfrazada de sátira o tentativas serias por llegar a remedar lo hecho por la banda de Waters? Lo cierto es que sus dos primeros proyectos de cierto renombre (Porcupine Tree y No-Man) lograron abrir el reconocimiento inicial necesario para seguir la ruta del no retorno, aquella que, al contrario de lo que se piensa, se hará desde el otro lado del de sus ídolos.
Su música ha sido catalogada como rock progresivo, pero él desdeña de tal definición. Acertadamente, cree que el cúmulo de bandas de los sesenta y principio de los setenta catalogadas como tal, buscaban hacer algo distinto, nada más que eso, y no por un afán de diferenciación del resto, sino por emancipación. En algunos era la prolongación del viaje alucinógeno, en otros la búsqueda incandescente de la trascendencia. Pero eran hijos de su tiempo, hermanos del mayo francés y de aquel filósofo galo que sentenció: “el hombre está siempre condenado a ser libre”.
Pero, ¿y él? ¿Cuál es el motor inmóvil de Wilson? Cuando era joven, se anunció el fin de la historia y la calidad de la música ya era medida en función de los éxitos radiales. La declaración de independencia no había funcionado o, al menos, no fue duradera. Todo quedó en nada, y justamente, sin saberlo, eso se convirtió en su mayor inspiración: aquel vació que quedó y que está implícito en toda su obra. La imposibilidad de revivir esa época llena de misticismo occidental vicioso. La muerte definitiva del idealismo de “The Wall” (1979), significó para él que la música no era sinónimo de autonomía, sino de obligación, y un deber por desentrañar sus misterios y su futilidad. La obsesión en cada uno de sus proyectos se contrapone justamente con la experiencia emancipadora de hace cuatro décadas.
Wilson canaliza su música a través de un juego con el silencio; la soledad de un piano tenue que decae en “Deform To Form A Star” es igual a la nada que sobra cuando termina el sonido y la milésima antes de que comience de nuevo. Ese es su ethos. Constantemente vuelve sobre el mutismo, pareciera atado a él. La dualidad y la posibilidad de hacer hablar al silencio lo esclavizan. Uno de sus más recientes proyectos, Storm Corrosion, es justamente la exploración del ruido con la nada, reflejados en pasajes largos de densidad con sonidos itinerantes (“Ljudet Innan”). Tal ejercicio resultó ser una demostración palpable de que aún su arte precisa de esos elementos, los mismos que ya estaban tempranamente en temas de Porcupine Tree, como “Voyage 34”, y que avalan tal sigilo como la fuente de su ingenio.
Pero ¿cómo es posible señalar aquello? Temas como “Blackest Eyes”, “Shallow” o “Harmony Korine” parecieran demostrar lo contrario. Justamente ese es el valor. Tales composiciones brillan y destacan debido a la luz (u oscuridad) que aportan otros que se conjugan con el silencio. El mismo Wilson nos da esa clave en la letra de “Lazarus”: “Pero en la sordera de mi mundo el silencio se rompió”. Su obra es esa sordera inagotable que trata de romper a través de diferentes formas: rock, ambiental, trip-hop, electrónica, entre otros. Lo que une en sus canciones todos esos elementos tan diversos –al contrario de lo que hacen otras bandas progresivas- no es la técnica, sino la mudez. Parte esencial para entenderlo es la intensidad de altos y bajos, que en temas como “Anesthetize” con Porcupine Tree o “Raider II” como solista, lleva hasta el paroxismo, al punto de que lo interesante en ellos no es cuándo la guitarra toma protagonismo, sino saber cuándo lo hará. Ahí reside el talante de su trabajo.
Por tanto, existe una gran diferencia entre Pink Floyd y Steven Wilson: por una parte los primeros fueron elegidos por la música; su constante experimentación auspiciada por sus trances psicodélicos los llevó a la amalgama de sonidos que con talento lograron ordenar. Wilson, en cambio, es quién busca a la música incesantemente a través del vacío. Lo que en Waters y Gilmour es un ejercicio de liberación, en Wilson es lo contrario: pura intención y dependencia. Un adicto a la nada y a lo que puede hacer con ella.
Y esos aspectos no sólo se reflejan en lo sonoro: si pensamos en la historia que está detrás de su último trabajo, “Hand. Cannot. Erase.” (2015), nos damos cuenta de que tal álbum trata de desentrañar la nada que existe en la historia de la muchacha: ¿Qué la hizo desfallecer lentamente hasta su muerte? ¿Qué pensaban sus conocidos durante aquellos tres años en que nadie supo de ella? ¿Por qué su caída no significó nada para el resto? Preguntas que jamás podrán ser respondidas y eso encapricha a Wilson, porque sabe que en la nada se encuentra todo, porque en la nada se puede crear todo, haciendo suya la frase de Henry Miller: “La verdad es sólo el núcleo de una totalidad que es inagotable”.
Por Pablo Cañón
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Pese a que su origen y concepto es otro, la canción “Heroes” de David Bowie dice que podemos ser héroes sólo por un día, pero también que lo podríamos ser por los siglos de los siglos. El domingo 19 de diciembre en Chile no sólo se decide quién será el próximo presidente, sino que están en juego los derechos y la dignidad de una gran parte de nuestra sociedad con la amenaza que representa uno de los candidatos.
El resultado de la elección es tan incierto, que, tal como lo indicábamos hace unas semanas en nuestra columna “Contra La Amenaza Fascista”, el riesgo de perder derechos fundamentales está a la vuelta de la esquina, además del inminente apagón cultural y un sistema de control totalitario al no darle cabida a la pluralidad, en caso de que la opción de ultraderecha resulte electa. Y, habitualmente, los seres humanos no somos conscientes de este tipo de peligros hasta que ya estamos lamentando las consecuencias.
Este texto no es un llamado a quienes van por la opción 2 para que reevalúen su voto porque sería extremadamente inútil. No hay argumento que se pueda esgrimir, por mucho fundamento que contenga, para hacerlos entrar en razón. Esto va dirigido a un grupo específico no menor que puede guiar la historia de esta decisión: las personas jóvenes que no creen en la política y que tienen derecho a sufragio.
Quienes alcanzamos la edad para tener derecho a voto a fines de los 90, recordamos vívidamente aquella etapa de floreciente juventud, donde afirmábamos que daba lo mismo participar en elecciones porque todo iba a seguir igual y que dichos procesos en realidad no servían para nada. Pese a que estábamos equivocados, de alguna manera el quehacer de la política y su nulo impacto –con el objetivo de mantener el statu quo– nos daba en parte la razón, sin embargo, con el tiempo nos fuimos dando cuenta de que todo es política, y cada dirección que nuestras vidas toman está supeditada a las decisiones de quienes nos gobiernan y le dan forma al tipo de sociedad en el que tenemos que desempeñarnos.
En base a lo anterior, en esta semana crucial hacemos un llamado a aquellos que no han participado de estos procesos, a los desencantados con justa razón, a quienes piensan que no marcan diferencia por ser sólo uno entre tantos, a que voten en esta segunda vuelta por la opción 1, Gabriel Boric. El poder que ustedes tienen juntos es el que realmente puede decidir las vías de cambio que la sociedad chilena necesita; si no quieren mantener el statu quo, no sean el statu quo.
Si gana la ultraderecha, ¿para qué fue toda la demostración de hastío que se expresó hace más de dos años? ¿Creen realmente que el candidato republicano se preocupará de sus vidas y velará por generar los cambios que necesita para mejorarla? A esta última interrogante la respuesta es un rotundo no. En el programa de Gabriel Boric hay una real intención de mejorar la vida del ciudadano común, y si no se cree en lo que está escrito en papel, al menos está la seguridad de que tiene el corazón en el lado correcto y una evidente empatía. Quizás van a sentir que en realidad no hicieron mucho yendo a votar, pero les aseguro que las personas que ustedes serán en el futuro mirarán hacia atrás y se sentirán orgullosas de que fueron héroes por los siglos de los siglos y no sólo por un día.
Diseño portada por Rodolfo Jofré
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Andres Labra G
15-Abr-2015 at 1:33 am
Excelente Columna. Gracias.
Rolo Ilabaca Contreras
15-Abr-2015 at 3:20 pm
Muy buena columna en tanto que el análisis que realiza pone de relieve aspectos interesantes que dan cuenta del entrecruzamiento, diálogos y (por qué no) contradicciones entre los flujos de Pink Floyd y Steven Wilson. Está de más decir que Wilson, al igual que Pink Floyd, es uno de los grandes del rock, de ese rock que no se ha olvidado que se inscribe en la música, que es arte puro y nada más.
Alejandra Madrid
15-Abr-2015 at 3:52 pm
Mucho glitter me desconcentró, aunque admito que está buena, le dio demasiado color.
Felipe
17-Abr-2015 at 8:55 am
excelente!!
Gaston Caro
03-Sep-2017 at 11:57 am
Wilson tiene la capacidad musical de dejarnos morir y resucitarnos.