

Columnas
La normalidad enferma y un silencio justificado
Published
4 años agoon
No podemos volver a una normalidad enferma, o que nos enferma. Ese es un principio fundamental que debe ser el escenario trazado por la movilización más emocionante, en toda la gama de sensaciones, desde que aún gobernaba el dictador Pinochet. Millones de personas en las calles, otras tantas apoyando, y sólo un puñado de la élite creyendo entender lo que no comprenderán jamás.
Lo que inició con unas y unos estudiantes, ha continuado en un par de semanas que pasarán a la historia, para bien y para mal. Se ha visto lo peor que una “democracia” moderna puede ofrecer, y también lo mejor de la gente cuando se une, pero el análisis es mucho más amplio.
Chile ha sido el campo de pruebas del neoliberalismo desde la instalación del modelo económico actual en tiempos de dictadura, cuando los llamados Chicago Boys introdujeron cambios que perduran hasta el día de hoy. En esos años, la privatización de servicios y bienes públicos, el reemplazo de derechos sociales básicos por estructuras individualistas y el amarre de estas concepciones a la medida de una Constitución Política impuesta en 1980, quedaron como legado pragmático de la sanguinaria dictadura pinochetista.
Ahí está la base de la crisis que hoy azota a tantas y tantos en el país. No es algo difícil de explicar: hay un sistema que se basa en la desigualdad y acumulación de riqueza de algunos por sobre malas condiciones para otros, y ahí es donde aparecen las grietas. No se trata de un descontento generacional. Es cierto, partió ahí, pero luego el gobierno, con la represión como única respuesta, hizo que el resto del país (y también del mundo) viera que Chile no está tan bien como las cifras macroeconómicas indican.
Bajando a un cuarto la tasa de pobreza desde el año 1990, o con las cifras más sólidas de Sudamérica, el “milagro chileno” escondía la desigualdad que apenas asomaba en el coeficiente de Gini (PNUD), que ponía a nuestro país como el más desigual en la OCDE y el continente, incluso por sobre México. Y es ahí donde el descontento se incubó por décadas. “No son 30 pesos / son 30 años”, rapea Ana Tijoux en la viral “#Cacerolazo” y sin duda que eso es real, pero también hay algo en el aire, un aroma que no se sentía por mucho rato, aunque sí estaba ahí, ese hedor de la impunidad de los poderosos.
Ese concepto es clave: los poderosos. Mientras la opinión pública fue dominada durante décadas por la retórica antagonista de la “izquierda” y la “derecha” (otra herencia pinochetista), la verdadera división se produjo entre los poderosos y la ciudadanía. Chile, campo de pruebas del neoliberalismo, con empresas privatizadas, prácticas oligopólicas y los derechos sociales convertidos en negocio (AFP, educación, salud y más), explotó por esta división, convirtiendo a toda la élite en el enemigo más cercano.
Hay una canción que advertía de esta élite, “Los Poderosos” de Francisca Valenzuela, salida en 2007, que, en medio de un debut auspicioso de la cantautora, también advertía que “no te puedo asegurar sobrevivir aquí / si vienen y van como si fueran sus tierras / ¿no ven que les duele?”. Y es que también la tierra es reducto de lucha, esa que por más de medio milenio los mapuche han pujado. Ahí también hay poderosos, y mienten, y hacen lo conveniente, tal como canta Valenzuela en quizás una canción que viene de una voz de la élite, pero que al menos explica con candidez cómo se dan las sensaciones de estar en “el entremedio que viven a diario”.
¿Y qué tiene que ver todo esto con un sitio musical? Así como todo aspecto del país, estas semanas han remecido la “normalidad”, esa que ahora resulta inaceptable que vuelva, al menos tal como era. No podemos volver a una enferma normalidad porque la memoria es más fuerte. No podemos dejar que los poderosos ganen con sus mentiras, esas que invisibilizarán a la veintena (hasta ahora) de muertos, sin juicios ni culpables, por acción de las fuerzas de orden y seguridad, o los cientos de torturados física, psíquica o sexualmente en los días del Estado de Emergencia.
No pueden ganar los poderosos con su normalidad y que todo quede en nada, como la impunidad que se respira más que nunca entre aquellos colaboradores del régimen pinochetista. ¿Dónde están? Si los muertos y detenidos desparecidos no han obtenido justicia, al menos no han sido olvidados, y así debe ocurrir con quienes sufrieron con el terrorismo de Estado perpetrado en este par de semanas que muchos dirán que cambiaron Chile, proclamación que todavía no podemos aseverar tan fácilmente.
¿Qué tiene que ver esto con HumoNegro? Para nosotros la normalidad es ver qué pasa con la música, con los lanzamientos, en los conciertos y también con discos y singles, pero nos ha costado escuchar música, nos ha costado incluso intentar escribir de ella. En este contexto, la idea de siquiera ir a cubrir un concierto suena mal porque, si una marcha resulta mortal y llena de dolor, parece inconsecuente estar en una concentración de personas felices. Es difícil el silencio, pero en este entremedio que se vive a diario, el evitar caer en la frivolidad huele mejor.
Sabemos que hay gente que preferiría volver a la normalidad lo antes posible, pero mientras los poderosos pisen fuerte, mientras el ruido quiera tapar a los muertos, a los heridos y a los violentados, y mientras el legado pinochetista no tenga la apariencia de caer bajo tierra, sin duda que la cautela para volver a nuestra cobertura habitual es algo que todas y todos nuestros lectores y oyentes pueden esperar de HumoNegro. Hemos estado en la calle, entre lacrimógenas y disparos sin tratar de llamar la atención, como siempre hacemos, y por lo mismo agradecemos a quienes comprenden estos momentos rudos, duros, pero que al mismo tiempo permiten ver con claridad, como pocas veces, qué tipo de futuro precisamos y queremos.
Fotos por Víctor Santibáñez
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Pese a que su origen y concepto es otro, la canción “Heroes” de David Bowie dice que podemos ser héroes sólo por un día, pero también que lo podríamos ser por los siglos de los siglos. El domingo 19 de diciembre en Chile no sólo se decide quién será el próximo presidente, sino que están en juego los derechos y la dignidad de una gran parte de nuestra sociedad con la amenaza que representa uno de los candidatos.
El resultado de la elección es tan incierto, que, tal como lo indicábamos hace unas semanas en nuestra columna “Contra La Amenaza Fascista”, el riesgo de perder derechos fundamentales está a la vuelta de la esquina, además del inminente apagón cultural y un sistema de control totalitario al no darle cabida a la pluralidad, en caso de que la opción de ultraderecha resulte electa. Y, habitualmente, los seres humanos no somos conscientes de este tipo de peligros hasta que ya estamos lamentando las consecuencias.
Este texto no es un llamado a quienes van por la opción 2 para que reevalúen su voto porque sería extremadamente inútil. No hay argumento que se pueda esgrimir, por mucho fundamento que contenga, para hacerlos entrar en razón. Esto va dirigido a un grupo específico no menor que puede guiar la historia de esta decisión: las personas jóvenes que no creen en la política y que tienen derecho a sufragio.
Quienes alcanzamos la edad para tener derecho a voto a fines de los 90, recordamos vívidamente aquella etapa de floreciente juventud, donde afirmábamos que daba lo mismo participar en elecciones porque todo iba a seguir igual y que dichos procesos en realidad no servían para nada. Pese a que estábamos equivocados, de alguna manera el quehacer de la política y su nulo impacto –con el objetivo de mantener el statu quo– nos daba en parte la razón, sin embargo, con el tiempo nos fuimos dando cuenta de que todo es política, y cada dirección que nuestras vidas toman está supeditada a las decisiones de quienes nos gobiernan y le dan forma al tipo de sociedad en el que tenemos que desempeñarnos.
En base a lo anterior, en esta semana crucial hacemos un llamado a aquellos que no han participado de estos procesos, a los desencantados con justa razón, a quienes piensan que no marcan diferencia por ser sólo uno entre tantos, a que voten en esta segunda vuelta por la opción 1, Gabriel Boric. El poder que ustedes tienen juntos es el que realmente puede decidir las vías de cambio que la sociedad chilena necesita; si no quieren mantener el statu quo, no sean el statu quo.
Si gana la ultraderecha, ¿para qué fue toda la demostración de hastío que se expresó hace más de dos años? ¿Creen realmente que el candidato republicano se preocupará de sus vidas y velará por generar los cambios que necesita para mejorarla? A esta última interrogante la respuesta es un rotundo no. En el programa de Gabriel Boric hay una real intención de mejorar la vida del ciudadano común, y si no se cree en lo que está escrito en papel, al menos está la seguridad de que tiene el corazón en el lado correcto y una evidente empatía. Quizás van a sentir que en realidad no hicieron mucho yendo a votar, pero les aseguro que las personas que ustedes serán en el futuro mirarán hacia atrás y se sentirán orgullosas de que fueron héroes por los siglos de los siglos y no sólo por un día.
Diseño portada por Rodolfo Jofré
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