

En Vivo
Zoé: Demasiada fluidez
Published
5 años agoon
En múltiples ocasiones existen fallas que afectan al desarrollo de un show. Puede tratarse de la impericia de algún miembro de un grupo, la voz del cantante, el sonido, las luces, el público. Existe siempre algo al borde del fracaso, a menos que todo esté demasiado bien hecho. Pero, claro, existen casos –los menos– en los que nada tiene una falla evidente y funciona con fluidez extrema, sin contratiempos. Sin embargo, igual pareciera que falta algo o que algo falló. Este es el extraño caso del reencuentro chileno con Zoé, una de las bandas más importantes del rock alternativo mexicano, en la noche del 14 de noviembre de 2018 en el Coliseo Santiago, con un buen marco de público.
Zoé no había venido hace mucho, porque estuvieron en la octava edición de Lollapalooza Chile, pero no por ello el público iba a ser menos ferviente. De hecho, se notaba desde la previa que había expectación, con cientos de fans esperando la apertura de puertas, pero en el show algo no cuajó al cien por ciento, tal vez por uno de los mayores atributos que tiene la banda: hacer lucir lo que desarrollan como algo que hacen sin mayores esfuerzos. Ese halo de naturalidad extrema es algo que denota los años de trayectoria y la confianza y comodidad con lo que se hace, pero al mismo tiempo es algo que puede erradicar las pasiones y sólo dejar la admiración, similar a como lució, por ejemplo, Vampire Weekend hace unos años. De hecho, creímos incluso que León Larregui estaba haciendo playback hasta la quinta canción, dada la perfección de su entrega vocal mezclada con sus gestos sin esfuerzo. Sólo en “Al Final” recién se vio que sí, que era la voz de León, y que podía mostrar dos segundos de vulnerabilidad, porque en casi todo momento parecía sacado del disco. Realmente una capacidad muy impactante.
El show había partido ya algunas canciones antes, a las 21:19 hrs., mientras terminaba de repletarse la cancha y con varias canciones del último álbum de los mexicanos, “Aztlán” (2018), que significa el renacer de una banda que, con el receso que se dieron, incluso estuvo en duda su continuidad. Aztlán es el lugar mítico donde se habría creado la cultura y civilización aztecas, y quizás es con ese aire fundacional que la banda enfrentó este retorno, uno que además presenta su primer disco en cinco años. Cuatro de las primeras seis canciones eran del álbum nuevo, y ahí hay una apuesta, pero también una decisión inteligente, mostrando de inmediato lo nuevo sabiendo que mucha gente estaba ahí más por recordar. Mal que mal, son dos décadas de trayectoria que había que honrar.
Lo sorprendente es cómo el público disfruta a concho las canciones, sean del disco que sean, dejándose llevar y cantando mucho también. Es clave ver cómo las canciones son coreadas, la banda es adorada, y todo funciona de forma precisa. De hecho, tan bien arma sus espectáculos Zoé, que en vez del clásico punto donde se pone la mesa de sonido en Coliseo Santiago, pegado a la parte de atrás de la cancha, se instaló un espacio ad hoc, similar a Club Blondie, más en medio de la gente, para preservar que hubiera un sonido perfecto para lo que quiere la banda, caracterizada por capas elegantes y riffs potentes. Destacable es el trabajo de Ángel Mosqueda, bajista de la banda, quien es el protagonista escondido del andamiaje de los tracks que va poniendo Zoé frente a la gente. Mientras en otras bandas el bajo marca el paso o se complementa con la batería, en Zoé tiene un rol contramelódico, armando líneas que generan una sensación espiral, que va haciendo que la canción gire, como se ve en tracks más elegantes como “Oropel” o “Renacer”.
El karaoke colectivo se acentuó en canciones como “Arrullo de Estrellas”, “10 AM” o “Poli”, casi todas juntas, y con León Jáuregui poco a poco tomando el gusto a acercarse a la gente, viendo que hay adoración, pero que también hay control. “Vía Láctea” y “Luna” también son momentos donde se salta, se baila y se canta, porque las poéticas letras de Zoé lo permiten en un set que es cerrado en su parte principal con “Labios Rotos” e “Hielo”, aunque como León dijo “es una mentira, porque decimos que nos vamos, pero ya volvemos”, incluso arguyendo después que iba a “hacer pipí”. Honestidad ante todo, dicen.
El encore con “Reptilectic”, la ya mencionada “Oropel” y “No Me Destruyas” va haciéndose más hipnótico que catártico, con más relajo que intensidad, casi como adormeciendo al rival antes del knockout. “Soñé” generó alaridos de la gente por lo querido que es ese tema, pero también mucho canto, y luego “Love” llevó a los más avezados a los inicios de la banda, más directos, más rockeros, pero siempre con el amor y las complejidades de ser humanos en la cabeza.
El show culminó una hora y cincuenta minutos luego de comenzado, y tras la calidad de lo visto sigue la duda de por qué, existiendo idolatría y cariño de la gente hacia Zoé, este no se refleja en vítores gigantes. ¿Por qué algo amado no produce pasión? ¿Qué es el amor sin pasión? Quizás es en momentos como estos en los que más se valora la imperfección, ese paso que permite la identificación con un otro, ese desliz donde hay empatía. Sin emabrgo, nada de eso quita ni la calidad ni el sonido ni las canciones ni el amor que Zoé y sus fans se presentaron, tal vez con demasiada fluidez. Amor por doquier y sonido de lujo. Quizás, con eso nos debiera bastar.
Setlist
- Venus
- Azul
- No Hay Mal Que Dure
- Últimos Días
- Nada
- Al Final
- Arrullo de Estrellas
- 10 AM
- Paula
- Poli
- Fin de Semana
- Renacer
- Vía Láctea
- Luna
- Labios Rotos
- Hielo
- Reptilectric
- Oropel
- No Me Destruyas
- Soñé
- Love
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El fervor por Ghost es algo casi indescriptible, por lo que resulta un éxito total la forma en que los suecos regresaron a nuestro país con su su shows en solitario más multitudinario a la fecha. Tras su última presentación hace siete años, la banda agotó el Movistar Arena presentando “IMPERA” de 2022. Más allá de su nueva era, mucho más transversal y popular, la banda supo cómo entregarse por completo y fijar un espectáculo de primer nivel en las pupilas y tímpanos del fiel público chileno.
Puntuales y secundados por los nacionales de Pentagram, que casi echan abajo el recinto, Ghost se subía al escenario con los primeros y agudos acordes de “Kaisarion”, parte de la nueva etapa de la banda donde los riffs se acercan más al hard rock, los sintetizadores aparecen como destellos y combinan con el look de un Papa Emeritus de traje brillante. El sentido del espectáculo que tiene el grupo, su teatralidad y desplante, han sido parte importante de la carrera de Ghost, que ha transitado entre lo oscuro y lo luminoso. En todas sus encarnaciones, Tobias Forge, ungido como Papa y compañía, añaden elementos que tensionan aún más esa relación de explícita blasfemia y la cautivadora propuesta de rock al estilo King Diamond conoce a Abba. Es ese cruce generacional y de sonido que convierten al grupo en un interesante “hay que ver” en vivo, donde la entrega es total.
“Rats” y éxitos como “From the Pinnacle to the Pit” o “Cirice” continuaron dando vida al setlist que iba y venía entre cambios de vestuario, colores y jugueteos de los Nameless Ghouls, que también entendían de qué iba el espectáculo: una muestra completa de un show que no sólo se queda en la buena ejecución de sonido ni en el virtuosismo. La experiencia completa del ritual local se vio fortalecida por la gran cantidad de niños, niñas y jóvenes que veían, algunos por primera vez, un espectáculo de estas características y que convierte a Ghost en su banda favorita, principalmente motivados por los éxitos virales del grupo como “Mary On a Cross” o “Call Me Little Sunshine”, también interpretadas en vivo y que fueron los puntos altos de la noche. Esa transversalidad saludable y tremendamente interesante de unión musical sólo podía ser opacada por quienes no entendieran que el público hoy en día es así de diverso. La presencia de niños y niñas, además del fervor de quienes pasaron horas esperando entrar, obligó que durante minutos el show se detuviera para ordenar al público, dar un paso atrás y asegurarse que todos disfrutaran a salvo.
Sin mayores inconvenientes, la banda oscurecía el ambiente y el Papa, de traje negro y brillos dorados finalmente aparecería para una nueva etapa del show, liderando la liturgia portando un turíbulo o incensario, un elemento colgante usado por los sacerdotes que expulsa vapor. “Con Clavi Con Dio” y “Year Zero” desataron a la mayoría de los asistentes que al ritmo de los contagiosos versos “Lucifer, we are here / For your praise, Evil One” y el correcto y profundo riff de una de las mejores canciones del grupo. Si incluso la propuesta visual y de luces se adaptó al momento más oscuro de la noche, demostrando el rango de la banda y sus cambiantes intenciones. Y es que la banda cuenta con un relato propio y una propuesta difícil de igualar, dejando a Tobias Forge como un líder y un frontman de verdad, tomándose el show con actitud y una voz de primer nivel.
Es impresionante cómo la banda, que más allá de apropiarse de la estética, el sonido y otros elementos de parte de la familia del metal pero no ser considerados por los puristas del género como pares, convoca, gusta y atrae, al mismo tiempo que se despliegan con total propiedad e insolencia en un explosivo y pirotécnico espectáculo.
Setlist
- Kaisarion
- Rats
- From the Pinnacle to the Pit
- Spillways
- Cirice
- Absolution
- Ritual
- Call Me Little Sunshine
- Con Clavi Con Dio
- Watcher in the Sky
- Year Zero
- He Is
- Miasma
- Mary on a Cross
- Mummy Dust
- Respite on the Spitalfields
- Kiss the Go-Goat
- Dance Macabre
- Square Hammer
*Fotos por Ramón eMe Gómez (@el.eme) para Lotus
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