“Esta va para todos quienes, como nosotros, están contra el racismo, la homofobia, la brutalidad policial y la injusticia”. Las declaraciones de principios pocas veces son tan claras y explícitas como lo hace Anti-Flag cada vez que se sube a un escenario, y en RockOut Fest no harían la excepción. En un mundo en que Donald Trump podría convertirse en el presidente de Estados Unidos, se hacen necesarias las palabras directas. Eso bien lo sabe Anti-Flag, que no esconde nada y lleva haciéndolo por décadas.
Pero estos mensajes no son fáciles de entregar. Llega la represión policial, llega la represión de los medios de comunicación, llega el conservadurismo reinante, llega el statu quo de los políticos, llega la situación económica y simplemente los principios no caben en medio de tanta dificultad. Esos mensajes no son fáciles de entregar en la vida y a veces tampoco en el escenario, porque justo a Anti-Flag le tocaron los únicos problemas de sonido notorios y galopantes que hubo en toda la velada. Felizmente, en el tercer tema, la contingente “Fuck Police Brutality”, todo ello ya se había arreglado.
Las voces de Justin Sane y Chris No. 2 no son las más afinadas del mundo, y a veces tampoco las más ruidosas, pero son lo que necesitan las canciones y las consignas, con el sentido de urgencia necesario, ese mismo que más tarde pondría Dead Kennedys. Porque este es un mundo donde una canción de 1996, que habla de morir por un gobierno que te envía a la guerra, sigue siendo tan relevante, y eso es triste pero cierto, y hay que cantar al respecto. Y hacer un circle pit, en lo posible.
Justin y Chris resultan ser excelentes maestros de ceremonia, y logran involucrar a un público que poco a poco lograba ser más numeroso y combativo del calor en la cancha, y que incluso contagiaba a quienes estaban en la otra mitad del terreno de juego donde usualmente es local Unión Española. Cuando decían que había que cantar “Turncoat. Killer. Liar. Thief”, todos los hacíamos sin chistar, porque era parte de lo colectivo, de lo necesario y de lo bonito. Era una “ejército de uno”, como decía uno de los elementos en el escenario porque, en rigor, lo que buscan impulsar los Anti-Flag no es sólo la existencia de causas justas por las cuales pelear, sino también el cultivo de quienes deben ganar esas batallas y esas guerras. Por eso resulta conveniente el cover de The Clash de “Should I Stay Or Should I Go”, dado que no sólo se trata de batallar al patriarcado o a la industria de las armas, sino que incluso la posibilidad de estar desperdiciando el tiempo en nuestras relaciones personales y la urgencia queda bien en medio de un show tan político, porque si hay un recurso escaso por el cual existe un control feroz hoy, ese es el tiempo.
Ya cerca del final, “Brandenburg Gate” presentó el sonido más elaborado que tiene Anti-Flag en estos tiempos, pero de inmediato vino el máximo retorno al pasado en la forma de “Die For Your Government”. No sólo la presentación de este tema fue gigante y con tintes de rock de estadios, sino que entregó una de las postales del festival cuando el baterista que reemplaza a Pat Thetic cruzó la barrera que separaba al público de la banda, junto con parte de su batería, y pudo tocar ahí. Al igual que Chris No.2, quien cantó de cara casi directa a la gente “tienes que morir, morir, morir por tu gobierno, / morir por tu país que es una mierda”, y la gente hizo el último esfuerzo, el último cántico grupal del show con la certeza de que no fue sólo un espectáculo, sino que también una charla de consignas que, ojalá, formen individuos más cercanos a lo que pasa a su alrededor, menos tolerantes con las injusticias y dispuestos a cantar al respecto, cuando y como quieran.
Pasó más de una década para que The Mars Volta regresara a nuestro país, y pese a que tenían nuevo material bajo el brazo, el proyecto a cargo de Omar Rodríguez-López y Cedric Bixler-Zavala se presentó ante su fiel fanaticada en el Movistar Arena con una impronta distinta al típico tour de promoción, muy por el contrario, centraron sus esfuerzos en una celebración a su obra y a la carismática sinergia que elaboran en el escenario, dando espacio para que una lluvia de melodías se deslizaran como conjuros desde sus instrumentos hacia la audiencia. Todo ese ritual, evidentemente, estuvo antecedido por un acto local que esta vez corrió a cargo de Miguel Conejeros y su proyecto F600, quien amenizó la jornada con distintas mezclas y una electrónica de tintes eclécticos y mucha sustancia, recibida respetuosamente por los asistentes que llegaron más temprano.
Ya entrada la hora del plato estelar, la agrupación salió a escena con unos minutos de retraso pero con una intensidad marcada desde el primer acorde. De entrada es evidente que la banda ya no es la misma, pero no por tener una formación diferente, sino más bien por la forma en que la dupla de Cedric y Omar se desenvuelven en el escenario como dos fuerzas imparables, y en ciertas lógicas completamente opuestas. Mientras la ceremonia entra en tierra derecha con “Vicarious Atonement”, ambos músicos entran en un diálogo que es sostenido por una banda que, de manera impecable, se concentran en sacar el mayor provecho posible para hacer brillar a las dos piezas centrales de esta maquinaria sonora.
La fuerza creativa del dúo está más desatada que nunca y, aunque esos elementos comunes que se encuentran en todos sus proyectos siguen inevitablemente ahí, la mejor forma en que la banda comprueba su identidad es en demostrar su inigualable manera de interpretar. Es así como composiciones gigantes de la talla de “L’Via L’Viaquez”, “Cicatriz ESP” o “The Widow”, encuentran su espacio dentro del setlist de manera excepcional, así como también pese a ser parte de distintos discos logran desencadenar una secuencia precisa con cada movimiento.
Esa capacidad anteriormente mencionada también encuentra atisbos de modernidad con canciones como “Shore Story”, por ejemplo, que se presenta como una composición que perfectamente puede sonar en una radioemisora junto a artistas de música más alternativa. Sin mayores tapujos, es como también puede sonar una exploración más arriesgada con “Drunkship Of Lanterns”, demostrando las distintas caras de TMV en todas sus capas sonoras.
Como toda buena banda de progresivo, The Mars Volta es un espectáculo de cocción lenta y una digestión incluso más pausada, debido a que los constantes juegos de guitarras, batería y cambios de ritmo a toda velocidad se van articulando poco a poco en un show que no transita entre la calma y la tempestad, sino que entre la intensidad y la elegancia de la interpretación, dando como resultado un sonido más aterrizado y robusto, sin exponer muchas fracturas en el camino.