Es interesante lo que hace como solista Thurston Moore, casi dejando sin efecto su pasado para concentrarse en su presente. Tal vez, sí siente que este es el “mejor día”, como sugiere el disco que sacó este año, su primer LP solista sin pies forzados. Es esta libertad y convicción en sí mismo, y la banda que lo acompaña, lo que converge en un espectáculo lleno de potencia, sin necesidad alguna de agarrarse del material de Sonic Youth.
Esto es lo que pudimos ver bajo el quemante sol de la tarde del sábado 6 de diciembre en Espacio Broadway, cuando el potentísimo show de Helmet fue sucedido por Thurston Moore Band, el proyecto solista que incluye en los créditos al guitarrista James Sedwards y la bajista de My Bloody Valentine, Debbie Googe, y aunque en general también lo integra el compañero de mil batallas de Moore, el baterista Steve Shelley, en esta gira sudamericana no está, siendo reemplazado por el barbón Ryan Sawyer.
El concierto de una hora de duración fue directo, sin concesiones ni relajos para nadie. Todo era expresivo, todo era potente, y el sonido del show en todo momento era una avalancha incontrolable, llena de las intensiones de un artista que desafía a su propia historia, siendo más directo que nunca y sin perder la capacidad de composición que tuvo en Sonic Youth. “The Best Day” (2014) es un gran disco por eso, por demostrarnos a un Thurston que por fin no tiene temores de sonar parecido a su banda nodriza, pero al mismo tiempo sin miedos para experimentar otras ideas, incluso simplificando su sonido a buenos ratos.
El hacer un poco más simples las cosas le permite a Moore construir in crescendos mucho más extensos, cuidando más los matices, dado que las estructuras son más sencillas también. La ovacionada Debbie Googe no se relaciona con el público ni hace demasiados ademanes, pero la forma en la que se encarga de dominar su bajo, con fuerza bruta, concentración y strokes implacables, hacen que ella sea un espectáculo aparte de las guitarras que tan bien se complementan entre James y Thurston. El único problema no venía ni del escenario ni del sonido de este show, sino que de los ecos del escenario donde tocaba Rama, y también desde el irrespetuoso soundcheck del escenario principal paralelo, donde Buzz Osborne y los suyos probaban instrumentos para el show posterior de Melvins.
El inicio, con una versión extendida de “Forevermore”, marcó la tendencia del show, con un público contemplativo, un sonido apabullante, y el juego entre lo más potente y lo más dulce que ofrecen las Fender usadas por Moore y Sedwards. El público es respetuoso, aunque no alcanza ni la mitad de la gente que había en Helmet, siendo este un respiro en la intensa jornada de los escenarios principales de RockOut. No obstante, en materia sonora, no hubo pausa alguna. “Speak To The Wild” o “Germs Burn” no tenían ruido o distorsión en todo momento, pero aún así eran canciones que no dejaban indiferente a nadie. Ahí está el secreto de lo que hace ahora Moore, porque sigue siendo el mismo, pero al simplificar su fórmula puede llegar sin necesidad de transiciones amplias a estados sensoriales superiores.
Todos los temas eran del último disco, y todo tenía tal coherencia, que canciones extensísimas como las mencionadas “Forevermore” o “Germs Burn”, se conectaban de gran manera con la breve “Detonation”. Así, podíamos visitar todos los momentos creativos de Thurston, desde el que se basa en la progresión dramática del sonido, hasta aquel que no teme a hacer una canción de tres minutos con estructura clásica. Mención aparte merece el gran final de este show con “Grace Lake”, que desde su versión original de casi siete minutos, trepa a asombrosos diecisiete en vivo, principalmente por un intermedio lleno del noise que hacía tan bien Moore con su socio Lee Ranaldo. Sin diálogos directos, Moore, Sedwards y Googe hacían cada cual lo suyo, generando un ente poderoso y tenso que servía para cerrar un show con pocos ademanes de ganarse al público, de generar efervescencia o algo más demostrativo.
Aún así, desde el respeto de unos a los otros, Thurston Moore Band armó uno de las presentaciones más sólidas de la jornada, tanto en lo musical como en lo clara de la propuesta propia. En un festival donde la catarsis fue la regla general y la energía estuvo desplegada de manera evidente y poderosa, la reflexividad y la autoconsciencia del cuarteto fue algo que marcó diferencias en la extensa jornada de la exitosa primera experiencia de RockOut. Así, queda claro que la convicción en lo que pueda hacer uno mismo para reinventarse, y evitar que el pasado y lo que hiciste te haga sombra, son suficientes para generar algo relevante, tanto de escuchar como de mirar.
Pasó más de una década para que The Mars Volta regresara a nuestro país, y pese a que tenían nuevo material bajo el brazo, el proyecto a cargo de Omar Rodríguez-López y Cedric Bixler-Zavala se presentó ante su fiel fanaticada en el Movistar Arena con una impronta distinta al típico tour de promoción, muy por el contrario, centraron sus esfuerzos en una celebración a su obra y a la carismática sinergia que elaboran en el escenario, dando espacio para que una lluvia de melodías se deslizaran como conjuros desde sus instrumentos hacia la audiencia. Todo ese ritual, evidentemente, estuvo antecedido por un acto local que esta vez corrió a cargo de Miguel Conejeros y su proyecto F600, quien amenizó la jornada con distintas mezclas y una electrónica de tintes eclécticos y mucha sustancia, recibida respetuosamente por los asistentes que llegaron más temprano.
Ya entrada la hora del plato estelar, la agrupación salió a escena con unos minutos de retraso pero con una intensidad marcada desde el primer acorde. De entrada es evidente que la banda ya no es la misma, pero no por tener una formación diferente, sino más bien por la forma en que la dupla de Cedric y Omar se desenvuelven en el escenario como dos fuerzas imparables, y en ciertas lógicas completamente opuestas. Mientras la ceremonia entra en tierra derecha con “Vicarious Atonement”, ambos músicos entran en un diálogo que es sostenido por una banda que, de manera impecable, se concentran en sacar el mayor provecho posible para hacer brillar a las dos piezas centrales de esta maquinaria sonora.
La fuerza creativa del dúo está más desatada que nunca y, aunque esos elementos comunes que se encuentran en todos sus proyectos siguen inevitablemente ahí, la mejor forma en que la banda comprueba su identidad es en demostrar su inigualable manera de interpretar. Es así como composiciones gigantes de la talla de “L’Via L’Viaquez”, “Cicatriz ESP” o “The Widow”, encuentran su espacio dentro del setlist de manera excepcional, así como también pese a ser parte de distintos discos logran desencadenar una secuencia precisa con cada movimiento.
Esa capacidad anteriormente mencionada también encuentra atisbos de modernidad con canciones como “Shore Story”, por ejemplo, que se presenta como una composición que perfectamente puede sonar en una radioemisora junto a artistas de música más alternativa. Sin mayores tapujos, es como también puede sonar una exploración más arriesgada con “Drunkship Of Lanterns”, demostrando las distintas caras de TMV en todas sus capas sonoras.
Como toda buena banda de progresivo, The Mars Volta es un espectáculo de cocción lenta y una digestión incluso más pausada, debido a que los constantes juegos de guitarras, batería y cambios de ritmo a toda velocidad se van articulando poco a poco en un show que no transita entre la calma y la tempestad, sino que entre la intensidad y la elegancia de la interpretación, dando como resultado un sonido más aterrizado y robusto, sin exponer muchas fracturas en el camino.
Homelessmagneto
07-Dic-2014 at 4:59 pm
Y el primer disco solista se lo va a tener que entubar ya que el super reportero no lo cacha