A casi tres años de su último show en la capital, los suecos de Meshuggah retornaron al país para realizar el primero de dos shows en Coliseo Santiago, con un espectáculo que volvió a ponerlos como foco principal de la jornada, tal como ocurrió en su memorable debut el año 2013. Siendo “The Violent Sleep Of Reason” (2016) el último registro de estudio del quinteto, el repertorio presentado anoche puso énfasis en ese disco, pero también rescató clásicos de la historia de la banda, dando forma a un show que, acompañado de un espectacular set de luces, se transformó en una experiencia única.
Antecedidos por la aplaudida actuación de All Tomorrows, grupo chileno que se ha mantenido firme en su afán por convertirse en una de las grandes potencias del metal por esta parte del continente, el plato fuerte de la noche salió puntual a escena para derribar todo lo que estuviera a su paso, de manera casi literal. Secundados por un sonido potente y abrumador, Meshuggah dio sus primeros mazazos con “Pravus” y “Born In Dissonance”, dos bestias que dejaban en claro que la noche se venía con todo, incluso si una inesperada pausa provocada por el mal funcionamiento de algunos equipos de sonido aguó el ambiente por un rato. Cinco minutos de espera y el conjunto retomó como si nada, cortando cabezas con la mortal “The Hurt That Finds You First”.
Con el concierto avanzando sin problemas, pudimos disfrutar una vez más de la puesta en escena y sonido únicos de los suecos. La precisión de cada uno de los riffs, los complejos tiempos de batería y las estructuras de las canciones, que a ratos parecen haber sido compuestas por verdaderas máquinas, se dejaron contemplar en plenitud en una actuación impecable.
“Future Breed Machine”, “Stengah” y “Clockworks” sorprendieron por una ejecución que descoloca a cualquiera, y que, complementada por el impresionante juego de luces, sacan lo mejor de Meshuggah en vivo. Incluso cuando pareciera que una canción no es más que la repetición excesiva de patrones rítmicos complejos, la interpretación de los músicos y la puesta en escena dotan de vida y grandilocuencia a las verdaderas murallas de devastación que levantan los europeos en cada uno de sus cortes.
“Violent Sleep Of Reason” nos llevó al bis, con un público ávido por seguir escuchando más y que no paró del saltar y moshear por toda la planta baja del recinto, incluso cuando el ritmo lo hacía parecer imposible. “Lethargica” marcó el inicio de la parte final de la presentación, la que tuvo su momento álgido con el sencillo “Bleed”, que increíblemente sonó aún más gigante que en su versión de estudio. El teatro se volvía loco y, para rematar, “Demiurge” dio la estocada final de esta primera fecha del glorioso retorno de Meshuggah a la capital.
Hay que decirlo, su participación en el festival Rock Out hace tres años dejó un sabor agridulce al no poder disfrutar de la performance de la banda en pleno y en un contexto donde su presencia no se sintiera como la de un “bicho raro” entre el resto del cartel. Por ello el de anoche fue un concierto que de alguna manera vino a reivindicar a Meshuggah por estas tierras, y a entregar a sus fans un show que quedará enmarcado como una de las grandes presentaciones que han dado los suecos en suelo nacional.
Pasó más de una década para que The Mars Volta regresara a nuestro país, y pese a que tenían nuevo material bajo el brazo, el proyecto a cargo de Omar Rodríguez-López y Cedric Bixler-Zavala se presentó ante su fiel fanaticada en el Movistar Arena con una impronta distinta al típico tour de promoción, muy por el contrario, centraron sus esfuerzos en una celebración a su obra y a la carismática sinergia que elaboran en el escenario, dando espacio para que una lluvia de melodías se deslizaran como conjuros desde sus instrumentos hacia la audiencia. Todo ese ritual, evidentemente, estuvo antecedido por un acto local que esta vez corrió a cargo de Miguel Conejeros y su proyecto F600, quien amenizó la jornada con distintas mezclas y una electrónica de tintes eclécticos y mucha sustancia, recibida respetuosamente por los asistentes que llegaron más temprano.
Ya entrada la hora del plato estelar, la agrupación salió a escena con unos minutos de retraso pero con una intensidad marcada desde el primer acorde. De entrada es evidente que la banda ya no es la misma, pero no por tener una formación diferente, sino más bien por la forma en que la dupla de Cedric y Omar se desenvuelven en el escenario como dos fuerzas imparables, y en ciertas lógicas completamente opuestas. Mientras la ceremonia entra en tierra derecha con “Vicarious Atonement”, ambos músicos entran en un diálogo que es sostenido por una banda que, de manera impecable, se concentran en sacar el mayor provecho posible para hacer brillar a las dos piezas centrales de esta maquinaria sonora.
La fuerza creativa del dúo está más desatada que nunca y, aunque esos elementos comunes que se encuentran en todos sus proyectos siguen inevitablemente ahí, la mejor forma en que la banda comprueba su identidad es en demostrar su inigualable manera de interpretar. Es así como composiciones gigantes de la talla de “L’Via L’Viaquez”, “Cicatriz ESP” o “The Widow”, encuentran su espacio dentro del setlist de manera excepcional, así como también pese a ser parte de distintos discos logran desencadenar una secuencia precisa con cada movimiento.
Esa capacidad anteriormente mencionada también encuentra atisbos de modernidad con canciones como “Shore Story”, por ejemplo, que se presenta como una composición que perfectamente puede sonar en una radioemisora junto a artistas de música más alternativa. Sin mayores tapujos, es como también puede sonar una exploración más arriesgada con “Drunkship Of Lanterns”, demostrando las distintas caras de TMV en todas sus capas sonoras.
Como toda buena banda de progresivo, The Mars Volta es un espectáculo de cocción lenta y una digestión incluso más pausada, debido a que los constantes juegos de guitarras, batería y cambios de ritmo a toda velocidad se van articulando poco a poco en un show que no transita entre la calma y la tempestad, sino que entre la intensidad y la elegancia de la interpretación, dando como resultado un sonido más aterrizado y robusto, sin exponer muchas fracturas en el camino.