No hay escenario más aterrador que la vida misma. Esa es la premisa bajo la que se articula Dead Kennedys, uno de los conjuntos esenciales para el desarrollo del punk, no sólo en su sonido, sino también en su contenido. Letras políticas, musicalizadas por un manto de surf infernal, deambulan alrededor de conceptos como el control, la autoridad y la tecnología como herramienta de dominación. Una visión que, a más de 40 años de su formación, sigue sonando vigente, siendo la noche del 21 mayo en el Teatro Cariola una nueva ocasión para recorrer estos pronósticos desalentadores.
Sin ofrecer número previo, el conjunto de San Francisco partió a la hora pactada con una puntualidad perfecta. Los primeros golpes del baterista D.H. Peligro abrieron de súbito con “Forward To Death”, marcando la apertura de una jornada intensa. Junto a Peligro, el resto de la sección instrumental conforman la formación que ha editado todos sus discos de estudio. En cuanto a lo vocal, Ron “Skip” Greer es el “nuevo” frontman, quien, con más de diez años en la banda, se acopla al resto con toda naturalidad, ofreciendo la performance histriónica que los shows de la talla de Dead Kennedys necesitan.
Para no perder el ímpetu de un inicio potente, la banda dio el acierto con “Police Truck”, haciendo bailar a los fanáticos del Cariola al ritmo de un surf siniestro, ejecutado por su guitarrista East Bay Ray, cuya misma atmósfera endemoniada continuó con “Buzzbomb”. En una sintonía más cercana al rock & roll, “Let’s Lynch The Landlord” transformó al teatro en una mezcla de mosh pit y pista de baile, mientras los fanáticos acompañaban el estribillo de la canción que invita a golpear a los patrones.
Uno de los puntos que generó algunas dificultades fue el reducido español de sus integrantes. Falta frecuente en bandas extranjeras, y que en este caso generó que el sarcasmo de Skip fuera recibido con confusión y algunos gritos de desaprobación. El malentendido se disolvió en cuanto la banda tocó “Kill The Poor”, dando a entender de mejor manera el sentido del humor de la banda de norteamericana.
Afortunadamente, el frontman fue capaz de percibir esta limitante y se dirigió al público en un español precario, explicando que sus dichos tenían una intención irónica. Ya aclarado el punto, el show continuó bajo la misma tónica con “MTV Get Off The Air”, canción que causó polémica durante los ochenta, ya que hacía una crítica abierta a la famosa cadena televisiva y a la industria de la música. En una revisión astuta, la banda modificó parte de la letra, actualizándose a los tiempos y utilizando conceptos contemporáneos como el fenómeno youtuber o el uso excesivo de redes sociales en los conciertos. Greer aprovechó el replanteamiento de la letra para bromear sobre el paso de los años, confesando que la banda ya se hacía vieja, pero también veía muchas caras en el público que evidenciaban un extenso recorrido como fanáticos, ofreciendo un momento que sacó risas y ayudó a recuperar la empatía del show.
Para reconquistar la atención del público, “Too Drunk To Fuck” continuó con el repertorio de sus temas más reconocidos, acompañado de una apertura de blues que retomó el baile. Dando cierre a la primera porción del show, la banda interpretó sorpresivamente “Moon Over Marin”, cuyo espíritu pausado y reflexivo, que relata un mundo destruido por la contaminación, marcó un contrapunto en la jornada.
A pesar de la larga data de la banda, se nota que los egos en ellos no les han afectado. Así lo demuestra su cercanía con el público. Desde la sencilla entrada que hicieron por la puerta principal antes de iniciado el concierto, sin guardias y saludando amistosamente, hasta las múltiples veces en que Skip Greer se paseaba por la barricada, compartiendo su micrófono con los fanáticos. Esta cercanía fue aprovechada por Peligro para referirse a la postura de la banda, en desapruebo de cualquier dinámica racista y homofóbica. Palabras elocuentes para dar paso a “Nazi Punks Fuck Off”, generando uno de los mosh pits más intensos de la jornada. Ya acercándose al cierre, el bajista Klaus Flouride rompió abruptamente una pausa técnica para dar inicio a “California Über Alles”, siendo celebrada y cantada por todo el teatro, mientras una bengala se encendió entre el público. La luz fue apagada por los mismos fanáticos, conscientes de los hechos desafortunados que ya han ocurrido anteriormente en el circuito punk.
Luego de una pausa breve, la agrupación volvió al escenario para interpretar lo último de su repertorio. El clásico cover de “Viva Las Vegas” entregaba un ambiente de fiesta al cierre, donde Skip aprovechó de interpelar al público a que dejaran sus teléfonos y se dedicaran a disfrutar la experiencia. Acto seguido fue el inicio inconfundible de “Holiday In Cambodia”, marcando el clímax definitivo del show y que dejó pidiendo una última canción. “Chemical Warfare” fue la conclusión definitiva de la jornada, dando por última vez muestra de su humor tocando el estribillo de “Sweet Home Alabama”, en referencia a las polémicas y restrictivas medidas anti-aborto que adoptó aquel estado recientemente. Un gesto que habla de la sintonía con la contingencia y que ayuda a aterrizar lo que se expresa en las canciones. Destacando por su sencillez, la banda se despidió de su público con una reverencia y amplias sonrisas.
Si bien, el conjunto de San Francisco no ha publicado material nuevo desde su primera ruptura hacia fines de los ochenta, continúa ofreciendo un show bien articulado. Descartando el factor nostálgico, es el contenido político lo que hace que sus canciones –para bien o para mal– aún resuenen vigentes. Quizás por eso la noche del martes contó con una participación heterogénea de público que, aunque marcado por una mayoría más adulta, también evidenció a fanáticos recientes. En un presente atiborrado de control tecnológico, el panorama distópico que ilustra Dead Kennedys se aleja paulatinamente de la ficción, ofreciendo una banda sonora acertada y lúcida a nuestros tiempos. Tal como ellos lo vaticinaron, 1984 es ahora.
Pasó más de una década para que The Mars Volta regresara a nuestro país, y pese a que tenían nuevo material bajo el brazo, el proyecto a cargo de Omar Rodríguez-López y Cedric Bixler-Zavala se presentó ante su fiel fanaticada en el Movistar Arena con una impronta distinta al típico tour de promoción, muy por el contrario, centraron sus esfuerzos en una celebración a su obra y a la carismática sinergia que elaboran en el escenario, dando espacio para que una lluvia de melodías se deslizaran como conjuros desde sus instrumentos hacia la audiencia. Todo ese ritual, evidentemente, estuvo antecedido por un acto local que esta vez corrió a cargo de Miguel Conejeros y su proyecto F600, quien amenizó la jornada con distintas mezclas y una electrónica de tintes eclécticos y mucha sustancia, recibida respetuosamente por los asistentes que llegaron más temprano.
Ya entrada la hora del plato estelar, la agrupación salió a escena con unos minutos de retraso pero con una intensidad marcada desde el primer acorde. De entrada es evidente que la banda ya no es la misma, pero no por tener una formación diferente, sino más bien por la forma en que la dupla de Cedric y Omar se desenvuelven en el escenario como dos fuerzas imparables, y en ciertas lógicas completamente opuestas. Mientras la ceremonia entra en tierra derecha con “Vicarious Atonement”, ambos músicos entran en un diálogo que es sostenido por una banda que, de manera impecable, se concentran en sacar el mayor provecho posible para hacer brillar a las dos piezas centrales de esta maquinaria sonora.
La fuerza creativa del dúo está más desatada que nunca y, aunque esos elementos comunes que se encuentran en todos sus proyectos siguen inevitablemente ahí, la mejor forma en que la banda comprueba su identidad es en demostrar su inigualable manera de interpretar. Es así como composiciones gigantes de la talla de “L’Via L’Viaquez”, “Cicatriz ESP” o “The Widow”, encuentran su espacio dentro del setlist de manera excepcional, así como también pese a ser parte de distintos discos logran desencadenar una secuencia precisa con cada movimiento.
Esa capacidad anteriormente mencionada también encuentra atisbos de modernidad con canciones como “Shore Story”, por ejemplo, que se presenta como una composición que perfectamente puede sonar en una radioemisora junto a artistas de música más alternativa. Sin mayores tapujos, es como también puede sonar una exploración más arriesgada con “Drunkship Of Lanterns”, demostrando las distintas caras de TMV en todas sus capas sonoras.
Como toda buena banda de progresivo, The Mars Volta es un espectáculo de cocción lenta y una digestión incluso más pausada, debido a que los constantes juegos de guitarras, batería y cambios de ritmo a toda velocidad se van articulando poco a poco en un show que no transita entre la calma y la tempestad, sino que entre la intensidad y la elegancia de la interpretación, dando como resultado un sonido más aterrizado y robusto, sin exponer muchas fracturas en el camino.