El caos puede ser entendido como un conjunto de variables que causan un mal funcionamiento de las cosas. Esto claramente tiene una carga negativa, pues está en el ADN humano el introducir orden a un mundo que no comprendemos cabalmente. Ante ello, generalmente optamos por dos caminos: la ciencia o la fe. Rara vez se cruzan; son, en términos generales, antagonistas. El arte de la música no es ajeno a ello, a pesar que comúnmente se contextualiza como una actividad racional. Sin embargo, hay ciertos creadores que se permiten cruzar la gruesa línea que separa lo científico y lo emocional, provocando desorden y desafiando la sonoridad matemática. Justamente, los italianos Zu entran en este molde que se desmolda. A lo largo de sus 15 años de vida han dejado una estela de desconcierto, fusionando disímiles formas de música, como el djent metal, con el noise, jazz o la electrónica. Su discografía es una caja de pandora que a más de alguno puede dejar perplejo.
Su último álbum, “Cortar Todo”, continúa en aquella senda de anarquía provocadora. Son 39 minutos de un caleidoscopio disonante que, sin embargo, y por alguna extraña razón atribuida azarosamente al talento de sus tres integrantes, encaja muy bien. Quizás sea predisposición o mero snobismo, lo cierto es que este LP funciona perfecto. La aleatoriedad de los recursos que emplean, desde un saxofón hasta un bajo que aspira a ser guitarra, crea un conjunto que parece tener cierta lógica, aunque no pitagórica, sino más bien emocional. Temas como “Cortar Todo”, “Orbital Equilibria” o el comienzo del caos con “The Unseen War” son estructuras machacantes, maquinales, en donde el bajo y los tiempos de la batería asumen el rol de una procesadora industrial, hasta que en el medio un tornillo se suelta, algo se descompone y los ruidos traen el no-entendimiento. Los vientos del saxo confabulan en ello. Es una suerte de borrachera que en algo se calma por momentos con “A Sky Burial” y “No Pasa Nada”, de epopeyas más oscuras y clásicas, que pueden ser catalogadas como “ordenadas”, aunque no es posible envasarlas y etiquetarlas, pues los sonidos se van derritiendo entre un bajo que no intenta crear una base.
“Conflict Acceleration” y “Pantokrator” evocan la escena de alguna película clase B, en donde los protagonistas se pierden en sus tribulaciones y el director quiere dar una señal confusa al espectador, con sonidos que se clipean eternamente, o con la naturaleza acabando con la densidad de cuerdas afiladas y la furia alegre de un saxofonista que, a ratos, parece extraído de la banda de Kusturica. Una tensa calma se entromete con “Serpens Cauda”, una composición que por sí sola no tiene sentido, pero al escuchar el opus de sopetón, el oyente encuentra un momento de paz, traída por la apacibilidad del sintetizador. Un entretiempo más que necesario dentro del desdén sinuoso de la incomprensión que, por dilatados pasajes, parece dejarse ver al raciocinio.
Si algún curioso desea entrar en estas tierras de desgobierno de los arpegios, qué mejor que escuchar los que serían los dos temas que resumen la solidez y la trama sin narrativa que propone Zu: “Rudra Dances Over Burning Rome” y “Vantablack Vomitorium” son composiciones pesadas, que se van conjugando arbitrariamente con un espectro de sonidos voluminosos. A ratos parece una fiesta, un carnaval; en otros, un disco de grindcore inquebrantable de alguna banda amateur, pero presentada con la sutileza de los italianos, que nunca parecen perder el control sobre sus maniáticas creaciones.
La naturaleza del ser humano es resistirse a los cambios, aferrarse a lo conocido, tomar la menor cantidad de riesgo posible, y preferir el sedentarismo por sobre la vida nómade. Sin embargo, Zu es una apuesta por la paranoia musical, ese caos que vive en nosotros y que, por más que luchemos por mantenerlo a raya, siempre saldrá. Los italianos no se resisten ante él, sino que han decidido que se exprese en su música. “Cortar Todo” es, en ese sentido, un ejercicio dialéctico de tesis y antítesis, cuya síntesis parece ser que en el arte la incoherencia no existe y que la fe en la expresión puede alcanzar ribetes científicos.
“Hardcore these days is kinda fucking cool”, sentencia una de las voces en el collage de grabaciones que se escuchan en “Calling Card”. Se trata de la sexta de diez canciones que componen “Only Constant” y es bastante certera en su apreciación. Hoy en día, la escena hardcore atraviesa un refrescante momento de proliferación en los distintos circuitos subterráneos del mundo. Y es que, si bien el hardcore y el punk componen una nutrida e ininterrumpida contracultura, resultaba necesario actualizar los cuestionamientos en torno a este estilo. Con discos como el de GEL, el intercambio generacional se hace latente, mediante un sonido visceral hecho por y para las nuevas generaciones.
En el primer álbum de estudio y en solitario de la banda de New Jersey, la mixtura entre lo nuevo y lo tradicional es de los primeros puntos interesantes que merecen una revisión. Ya sea en la estética o la conformación de los miembros, como también en el contenido de sus canciones, es notorio que los intimidantes y trillados estereotipos se pasan por alto; sin embargo, la crudeza de un sonido cavernario sigue tan latente como en aquellas bandas de hardcore en los ochenta. Justo homenaje también hace la portada, con un arte en blanco y negro que esconde una reminiscencia a exponentes del anarco punk inglés, como los pioneros Crass o Rudimentary Peni.
Con sólo una decena de canciones en un total de 16 minutos, GEL ofrece una fulminante embestida sonora en su estado más elemental. Desde los primeros acoples de guitarra en “Honed Blade”, la banda desarrolla su compromiso con una fórmula cuya máxima es la aspereza del ruido. En este aspecto, el carisma de Sami Kaiser en la voz logra transmitir aquella urgencia destructiva, con gritos aguerridos que destilan la agresiva actitud del quinteto. Como un cúmulo de puñetazos cortos pero arrolladores, “Fortified”, “Attainable”, “Out Of Mind” y “Dicey” repasan la primera mitad del disco en unos comprimidos siete minutos, donde los constantes cambios de velocidad entregan un caótico viaje de exigente ejecución.
Durante el único respiro a lo largo de “Only Constant”, el interludio “Calling Card” se perfila como una llamativa y experimental forma de presentarse como banda. A través de la voz de sus fanáticos, GEL dibuja una declaración de principios donde, entre otras cosas, dejan en claro su identidad abanderada con lo “freak”. Con menos de un minuto de duración, “The Way Out” retoma la rapidez predominante; “Snake Skin” es una alusión sin mayores rodeos a las personalidades hipócritas; mientras que “Compossure”, la más extensa del álbum, se despide en poco más de 170 segundos con una de las canciones más distorsionadas de un álbum de por sí ruidoso.
Sin mucha cabida para sobreanalizar, “Only Constant” es una pieza de ferocidad que no entrega puntos medios: se le aprecia por su simpleza, o simplemente pasa desapercibido por aquellos que no son convocados por esta breve experiencia de caos. En un álbum que se siente con las vísceras, el prometedor “debut” de GEL le da voz a una nueva generación de hardcore punk, jugándosela por la importancia en lo no verbalizado, y posicionándose con coherencia sin caer en repetitivas caricaturas.