En lo que respecta a la industria musical a gran escala, es difícil definir lo “atemporal” que pueda resultar un artista como The Weeknd porque supondría, en primera instancia, renegar de la época presente a riesgo de sonar vetusto o pasado de moda, y en eso ha recaído el encanto de la propuesta del torontoniano durante su relativamente corta, pero intensa carrera: lograr de alguna forma justamente lo contrario. Aunque desde principios de los 2000, e incluso antes, las modas musicales hayan tenido que echar mano una y otra vez de estilos que nacieron décadas antes y de referentes pasados y que, por lo tanto, la obra de Abel Tesfaye no cumple aún los requisitos para establecerse como un marco de referencia y ser poseedor de “una época propia” como, por ejemplo, Prince, su ídolo indiscutido, sí hay que darle todo el mérito en que ha sabido aliarse con cuanto nombre fulgurante de los 2010 para robustecer una propuesta que nació densa, oscura y sensual, decantando en lo que hoy es “Dawn FM”.
Si para sus anteriores trabajos se alió con músicos tan dispares como los reverenciales Daft Punk, artistas de música descafeinada como Ed Sheeran o los primeros años de Lana del Rey, o bien, nombres de fuste en el hip hop como Kendrick Lamar o Future, para “Dawn FM” la apuesta fue redoblada en el aspecto particularmente de la producción. Solo la idea de tener sentados en la misma mesa de mezcla a Daniel Lopatin, el hombre detrás de las construcciones intrincadas de Oneohtrix Point Never, al lado de Max Martin, rey indiscutido del boom de la producción pop hecha en Suecia, resulta confuso, pero de alguna forma extraña y misteriosa funciona.
Ambos tiran de lados opuestos de la cuerda normalmente, sin embargo, esta vez apuestan hacerlo con la misma fuerza para que Tesfaye pueda equilibrarse con holgura y aplomo. Aunque es tentador pensar que The Weeknd en esta ecuación física es simplemente producto de fuerzas opuestas, nada está mas lejos de la verdad que eso: se involucra en cada una de las canciones en términos de producción y sabe perfectamente montarse en cada una de ellas, como surfeando una ola de aesthetic ochentero.
La cosa se vuelve peligrosamente EDM a priori, sabiendo que en canciones como “How Do I Make You Love Me?” o “Sacrifice” la producción es compartida con Swedish House Mafia, y contando con el riesgoso tándem colaborativo con el incomprensiblemente aún famoso Lil Wayne y la producción de Calvin Harris para “I Heard You’re Married”, un tema que podría caer de cabeza en el catálogo mas selecto de canciones sintéticas de Bruno Mars. Contrapesando la carencia de rap con sustancia, aparece “Here We Go… Again” con el aclamado Tyler, The Creator, en una balada perdida entre los mares de la psicodelia difuminada y donde curiosamente no aparece acreditado Lopatin, sino Bruce Johnston, ex teclista de The Beach Boys.
Si a todo esto le sumamos que las locuciones cada tanto corren por cuenta de Jim Carrey, se hace en extremo necesario sentarse a pensar qué es todo este bombardeo de nombres y de información. ¿Es, acaso, un collage sonoro de lo que va de este siglo porque sí, porque puede? Quizás la respuesta puede estar analizando otras canciones, como “Gasoline” o “Is There Someone Else?”, donde el sonido espacial de OPN va a caballo con las pretensiones R&B de The Weeknd. Incluso los primeros y suaves acordes de sintetizadores de “How Do I Make You Love Me?” vienen siendo un sello de Lopatin desde su EP de 2018, “Love In The Time of Lexapro”, y también de “Magic Oneohtrix Point Never” (2020), donde Tesfaye figura como productor ejecutivo y estelariza una canción.
Quizás simplemente todos están metiendo a The Weeknd en una falsa encrucijada alimentada por su excelso “After Hours” (2020), desde donde todos esperaban algo más grande, pop y ganchero, mientras que el pobre Abel sólo quería volver a sus años donde creaba beats, melodías oscuras y derretidas, encontrando para “Dawn FM” a su aliado perfecto en Lopatin, pero, al mismo tiempo, necesitaba gente como Max Martin o Swedish House Mafia para encarrilar la licuefacción sonora directamente a los oídos del mundo. Y si esa es la época que quiere construir para sí mismo, va por buen camino, y tal vez con menos nombres encima sea mas fácil entenderla.
“Hardcore these days is kinda fucking cool”, sentencia una de las voces en el collage de grabaciones que se escuchan en “Calling Card”. Se trata de la sexta de diez canciones que componen “Only Constant” y es bastante certera en su apreciación. Hoy en día, la escena hardcore atraviesa un refrescante momento de proliferación en los distintos circuitos subterráneos del mundo. Y es que, si bien el hardcore y el punk componen una nutrida e ininterrumpida contracultura, resultaba necesario actualizar los cuestionamientos en torno a este estilo. Con discos como el de GEL, el intercambio generacional se hace latente, mediante un sonido visceral hecho por y para las nuevas generaciones.
En el primer álbum de estudio y en solitario de la banda de New Jersey, la mixtura entre lo nuevo y lo tradicional es de los primeros puntos interesantes que merecen una revisión. Ya sea en la estética o la conformación de los miembros, como también en el contenido de sus canciones, es notorio que los intimidantes y trillados estereotipos se pasan por alto; sin embargo, la crudeza de un sonido cavernario sigue tan latente como en aquellas bandas de hardcore en los ochenta. Justo homenaje también hace la portada, con un arte en blanco y negro que esconde una reminiscencia a exponentes del anarco punk inglés, como los pioneros Crass o Rudimentary Peni.
Con sólo una decena de canciones en un total de 16 minutos, GEL ofrece una fulminante embestida sonora en su estado más elemental. Desde los primeros acoples de guitarra en “Honed Blade”, la banda desarrolla su compromiso con una fórmula cuya máxima es la aspereza del ruido. En este aspecto, el carisma de Sami Kaiser en la voz logra transmitir aquella urgencia destructiva, con gritos aguerridos que destilan la agresiva actitud del quinteto. Como un cúmulo de puñetazos cortos pero arrolladores, “Fortified”, “Attainable”, “Out Of Mind” y “Dicey” repasan la primera mitad del disco en unos comprimidos siete minutos, donde los constantes cambios de velocidad entregan un caótico viaje de exigente ejecución.
Durante el único respiro a lo largo de “Only Constant”, el interludio “Calling Card” se perfila como una llamativa y experimental forma de presentarse como banda. A través de la voz de sus fanáticos, GEL dibuja una declaración de principios donde, entre otras cosas, dejan en claro su identidad abanderada con lo “freak”. Con menos de un minuto de duración, “The Way Out” retoma la rapidez predominante; “Snake Skin” es una alusión sin mayores rodeos a las personalidades hipócritas; mientras que “Compossure”, la más extensa del álbum, se despide en poco más de 170 segundos con una de las canciones más distorsionadas de un álbum de por sí ruidoso.
Sin mucha cabida para sobreanalizar, “Only Constant” es una pieza de ferocidad que no entrega puntos medios: se le aprecia por su simpleza, o simplemente pasa desapercibido por aquellos que no son convocados por esta breve experiencia de caos. En un álbum que se siente con las vísceras, el prometedor “debut” de GEL le da voz a una nueva generación de hardcore punk, jugándosela por la importancia en lo no verbalizado, y posicionándose con coherencia sin caer en repetitivas caricaturas.