Es inevitable que un proyecto en el que participan Les Claypool (Primus, Oysterhead, The Les Claypool’s Frog Brigade) y Sean Lennon (The Ghost Of A Saber Tooth Tiger) no llame rápidamente la atención de los curiosos. Sin embargo, si bien de entrada puede parecer que lo llamativo del combo radica en los nombres, lo cierto es que la oferta se hace particularmente interesante desde lo musical al aventurarse a fusionar el funk rock progresivo del que Claypool ha hecho una marca registrada, con el indie pop psicodélico de delicadas melodías que ha cultivado Lennon. Con este desafío por delante y en un ejercicio de equidad casi perfecta, el dúo se hace cargo de la totalidad de la ejecución instrumental (con Claypool a cargo del bajo y mellotrón y Lennon a cargo de la guitarra, batería, y mellotrón), la composición, el liderazgo en los vocales e incluso la producción.
El primer tercio del álbum rápidamente sienta las bases de la entrega. El tema que da nombre al trabajo abre los fuegos, sumergiéndonos rápidamente en una atmósfera digna de un viaje a Phobos, deslizándose cansinamente hacia tierras que rememoran los trabajos de Syd Barret y que destacan por los precisos arreglos de mellotrón y un Claypool sencillo, pero acertado en los vocales. La continuación con la cinemática “Cricket And The Genie”, compuesta de dos movimientos, abandona el ánimo espacial y nos revela otra de las facetas de este delirio, dejando al bajo de Claypool como amo y señor del corte, para golpearnos desde la entrada con un inflamable y contagioso groove sobre el que se desarrolla la historia del pequeño Cricket, adicto desde su infancia a las drogas de prescripción legal (uno de los tópicos que se repite a lo largo del álbum). Por último, y para cerrar este primer tercio en que la banda muestra sus cartas, la historia del voyerista “Mr. Wright” se anota el momento más bailable y funk del álbum.
“Boomerang Baby” nos devuelve por completo al sonido lisérgico; progresa pausada e hipnóticamente, dejando espacio hacia la mitad del corte para un excelente quiebre en el estilo de las atmósferas generadas por Ray Manzarek y compañía hace más de cuarenta años. Lo que sigue con “Captain Lariat” destaca como uno de los puntos altos del álbum. En seis minutos, la canción progresa desde sonidos que atraviesan un paisaje marino, una pesada y cadenciosa línea de bajo, quiebres de mellotrón en el estilo de los Fab Four y dos minutos finales de desatada guitarra y bajo que amalgaman cada una de las identidades del track.
“Ohmerica”, si bien puede no destacar especialmente por lo musical, se anota el único momento de crítica política del álbum, dictando sobre una base folk rock armoniosa y sutil “Sabemos cuando estas durmiendo y cuando estas despierto / pero si has sido bueno no tienes nada que temer / es mejor no cuestionar las cosas que te han dicho / porque tenemos todo bajo control”. Ya hacia el final, “Oxycontin Girl” revisa nuevamente el tema del abuso de drogas y deja la pista abierta para que “Bubble Burst” y “There’s No Underwear In Space” cierren el disco. La primera lisérgica y polémica en igual medida, haciendo referencia a la vida de “Bubbles”, el icónico chimpancé mascota del rey del pop, repasando la vida del personaje y los riesgos de alcanzar la madurez en Neverland; la segunda, espacial y atmosférica, lentamente nos devuelve a Phobos para terminar la travesía.
Uno de los riesgos que tienen los proyectos que involucran a músicos de identidad musical tan marcada como Les Claypool, es que finalmente el combo suene únicamente a ellos (un ejemplo emblemático de esto, es lo que sucede con buena parte de los proyectos paralelos de Josh Homme), no obstante, el dúo sortea sin problemas este desafío, dando origen a un trabajo que no sólo fusiona de excelente manera los estilos y escuelas de ambos músicos, sino que además logra hacer más amigable la propuesta de Claypool para los oyentes no habituados a ella, y al mismo tiempo agrega esa energía e impacto que por momentos escasea en la oferta musical de Lennon, en una ecuación que sólo tiene ganadores. En este sentido “Monolith Of Phobos” se instala sin problemas como un trabajo con identidad propia, que logra desmarcarse de los nombres que dan origen a su existencia. Para sorpresa de muchos, se han anotado un trabajo que merece con holgura estar en el playlist de lo destacado del año.
“Hardcore these days is kinda fucking cool”, sentencia una de las voces en el collage de grabaciones que se escuchan en “Calling Card”. Se trata de la sexta de diez canciones que componen “Only Constant” y es bastante certera en su apreciación. Hoy en día, la escena hardcore atraviesa un refrescante momento de proliferación en los distintos circuitos subterráneos del mundo. Y es que, si bien el hardcore y el punk componen una nutrida e ininterrumpida contracultura, resultaba necesario actualizar los cuestionamientos en torno a este estilo. Con discos como el de GEL, el intercambio generacional se hace latente, mediante un sonido visceral hecho por y para las nuevas generaciones.
En el primer álbum de estudio y en solitario de la banda de New Jersey, la mixtura entre lo nuevo y lo tradicional es de los primeros puntos interesantes que merecen una revisión. Ya sea en la estética o la conformación de los miembros, como también en el contenido de sus canciones, es notorio que los intimidantes y trillados estereotipos se pasan por alto; sin embargo, la crudeza de un sonido cavernario sigue tan latente como en aquellas bandas de hardcore en los ochenta. Justo homenaje también hace la portada, con un arte en blanco y negro que esconde una reminiscencia a exponentes del anarco punk inglés, como los pioneros Crass o Rudimentary Peni.
Con sólo una decena de canciones en un total de 16 minutos, GEL ofrece una fulminante embestida sonora en su estado más elemental. Desde los primeros acoples de guitarra en “Honed Blade”, la banda desarrolla su compromiso con una fórmula cuya máxima es la aspereza del ruido. En este aspecto, el carisma de Sami Kaiser en la voz logra transmitir aquella urgencia destructiva, con gritos aguerridos que destilan la agresiva actitud del quinteto. Como un cúmulo de puñetazos cortos pero arrolladores, “Fortified”, “Attainable”, “Out Of Mind” y “Dicey” repasan la primera mitad del disco en unos comprimidos siete minutos, donde los constantes cambios de velocidad entregan un caótico viaje de exigente ejecución.
Durante el único respiro a lo largo de “Only Constant”, el interludio “Calling Card” se perfila como una llamativa y experimental forma de presentarse como banda. A través de la voz de sus fanáticos, GEL dibuja una declaración de principios donde, entre otras cosas, dejan en claro su identidad abanderada con lo “freak”. Con menos de un minuto de duración, “The Way Out” retoma la rapidez predominante; “Snake Skin” es una alusión sin mayores rodeos a las personalidades hipócritas; mientras que “Compossure”, la más extensa del álbum, se despide en poco más de 170 segundos con una de las canciones más distorsionadas de un álbum de por sí ruidoso.
Sin mucha cabida para sobreanalizar, “Only Constant” es una pieza de ferocidad que no entrega puntos medios: se le aprecia por su simpleza, o simplemente pasa desapercibido por aquellos que no son convocados por esta breve experiencia de caos. En un álbum que se siente con las vísceras, el prometedor “debut” de GEL le da voz a una nueva generación de hardcore punk, jugándosela por la importancia en lo no verbalizado, y posicionándose con coherencia sin caer en repetitivas caricaturas.