“Si quieres resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”, versa una de las frases célebres de Albert Einstein y en la que, probablemente, se basa gran parte del trabajo musical de Annie Clark, más conocida como St. Vincent, en cuyo reciente álbum homónimo da cuenta de una asombrosa versatilidad. Sin embargo, no sólo lo estrictamente musical ha dado que hablar sobre “St. Vincent”, sino también el peculiar cambio estético que ha adoptado la intérprete para su último trabajo nos ha llevado a muchos a crear el vínculo inevitable con el mencionado físico alemán que contribuiría –junto a otros nombres reconocidos- a definir los ejes de la Modernidad.
Probablemente, plantear una relación entre ambas figuras sólo por su aspecto excéntrico sería un ejercicio demasiado básico y simplista, pero cuando le damos play a “Digital Witness” notamos que el guiño crítico hacia la sociedad autómata y mecanizada que hemos ido construyendo desde comienzos del siglo XX es evidente. Es más, de tan sólo ver el video oficial del tema lanzado recién a fines de enero, podemos identificar los signos más claros del minimalismo de nuestra época (colores lisos, formas geométricas y en serie, planos sencillos), y es aquí donde nuevamente podemos justificar las reiteradas asociaciones que los críticos han hecho con la ya clásica propuesta estética y musical de David Bowie, de donde también se pueden desprender vínculos con Devo (Q.E.P.D. Bob Casale) o de su experiencia más reciente con David Byrne con quien, recordemos, grabó “Love This Giant” (2012), en un trabajo colaborativo del cual claramente supo absorber lo mejor para canalizarlo en este último álbum de estudio.
Prueba del aprendizaje son, sin duda, los temas con que abre el disco: “Rattlesnake” y “Birth In Reverse”, en los que luego de una intro que nos remite a los videojuegos de los 80’s, Clark da cátedra de cómo conseguir que sus riffs de guitarra no sólo se sostengan en su fuerza, sino, sobre todo, en su carácter caótico e impredecible, algo que ya habíamos visto de modo incipiente en “Marry Me” (2007) y aún más patente en “Strange Mercy” (2011), pero que reinventa en esta nueva aventura para demostrar que evoluciona a pasos agigantados.
La agresividad de los sintetizadores metálicos continúa con “Regret” e incluso aumenta con “Bring Me Your Loves”, en donde la distorsión llega a su punto más álgido, lo que nos hace considerar el segundo track de este disco como una suerte de profecía cuando en sus líneas encontramos: “Laugh all you want/ but I want more”. Sin duda, Clark nos da muestras de sobra para creerle cuando dice que ya no se contenta con lo establecido, que debe ir siempre un paso más adelante para no caer en lo monótono, en lo alienante: “Call the 21st Century/ tell her to give us a break”, dice en “Every Tear Disappears”, décimo y penúltimo tema del disco en que tampoco deja de mencionar la necesidad de re-crear(se) y trascender en el siglo de la uniformidad. Incluso temas, en apariencia, tan arraigados a la atmósfera de “Marry Me” (2007) como “Prince Johnny”, “I Prefer Your Love” y “Severed Crossed Fingers”, no consiguen desentonar con la poderosa fluidez del disco, conservando los bits hipnotizantes y calculados, pero matizados con la especial sensibilidad del dream pop.
Porque para Clark la música sólo encuentra su sentido en la experimentación, y mientras pueda redirigir esa fuerza agresiva y fragmentaria hacia su propio trabajo, siempre dará con su objetivo: el de construir algo nuevo, el de conseguir resultados distintos.
“Hardcore these days is kinda fucking cool”, sentencia una de las voces en el collage de grabaciones que se escuchan en “Calling Card”. Se trata de la sexta de diez canciones que componen “Only Constant” y es bastante certera en su apreciación. Hoy en día, la escena hardcore atraviesa un refrescante momento de proliferación en los distintos circuitos subterráneos del mundo. Y es que, si bien el hardcore y el punk componen una nutrida e ininterrumpida contracultura, resultaba necesario actualizar los cuestionamientos en torno a este estilo. Con discos como el de GEL, el intercambio generacional se hace latente, mediante un sonido visceral hecho por y para las nuevas generaciones.
En el primer álbum de estudio y en solitario de la banda de New Jersey, la mixtura entre lo nuevo y lo tradicional es de los primeros puntos interesantes que merecen una revisión. Ya sea en la estética o la conformación de los miembros, como también en el contenido de sus canciones, es notorio que los intimidantes y trillados estereotipos se pasan por alto; sin embargo, la crudeza de un sonido cavernario sigue tan latente como en aquellas bandas de hardcore en los ochenta. Justo homenaje también hace la portada, con un arte en blanco y negro que esconde una reminiscencia a exponentes del anarco punk inglés, como los pioneros Crass o Rudimentary Peni.
Con sólo una decena de canciones en un total de 16 minutos, GEL ofrece una fulminante embestida sonora en su estado más elemental. Desde los primeros acoples de guitarra en “Honed Blade”, la banda desarrolla su compromiso con una fórmula cuya máxima es la aspereza del ruido. En este aspecto, el carisma de Sami Kaiser en la voz logra transmitir aquella urgencia destructiva, con gritos aguerridos que destilan la agresiva actitud del quinteto. Como un cúmulo de puñetazos cortos pero arrolladores, “Fortified”, “Attainable”, “Out Of Mind” y “Dicey” repasan la primera mitad del disco en unos comprimidos siete minutos, donde los constantes cambios de velocidad entregan un caótico viaje de exigente ejecución.
Durante el único respiro a lo largo de “Only Constant”, el interludio “Calling Card” se perfila como una llamativa y experimental forma de presentarse como banda. A través de la voz de sus fanáticos, GEL dibuja una declaración de principios donde, entre otras cosas, dejan en claro su identidad abanderada con lo “freak”. Con menos de un minuto de duración, “The Way Out” retoma la rapidez predominante; “Snake Skin” es una alusión sin mayores rodeos a las personalidades hipócritas; mientras que “Compossure”, la más extensa del álbum, se despide en poco más de 170 segundos con una de las canciones más distorsionadas de un álbum de por sí ruidoso.
Sin mucha cabida para sobreanalizar, “Only Constant” es una pieza de ferocidad que no entrega puntos medios: se le aprecia por su simpleza, o simplemente pasa desapercibido por aquellos que no son convocados por esta breve experiencia de caos. En un álbum que se siente con las vísceras, el prometedor “debut” de GEL le da voz a una nueva generación de hardcore punk, jugándosela por la importancia en lo no verbalizado, y posicionándose con coherencia sin caer en repetitivas caricaturas.