Corría febrero de 2015, y en los Esplanade Studios de Nueva Orelans se daba lugar a una velada definitivamente única en su tipo. La banda de jazz fusión, Snarky Puppy, abre su formación estable para otorgar aún más variedad a su sonido con la ayuda de una serie de invitados, quienes desde sus consolidados sonidos dan espacio a un colorido ensamblaje. Esta interesante reunión –o “cena familiar”, como han decidido apodar en esta, su segunda versión– incluiría un registro audiovisual para dar lugar al lanzamiento de “Family Dinner – Volume 2”, décimo larga duración de la prolífica banda, el que finalmente vio la luz recién a principios de este año. La variedad de paisajes que terminan por ser el sello de este experimento está dada por la diversidad de influencias que importan sus distintos invitados, algunos de ellos de reconocida trayectoria, pero sin duda todos poseedores de un sonido consolidado que llena de singularidad cada una de las pistas que lo componen. Todo esto, construido sobre la base de la amplia flexibilidad del género jazz, caballo de batalla de la banda, de donde han sabido sacar infinito provecho y que en este disco viene a encontrar otro sólido bastión.
Delicados arreglos de cuerdas y metales dan el puntapié inicial con “I Asked”, un coqueteo con el pop que, a través de su progresividad, alcanza un clímax de armoniosa intensidad marcado por el cálido color de voz de Becca Stevens, la primera invitada en decir presente. A continuación, “Molino Molero” reúne influencias de la música gitana para mezclarla con ritmos de raíz profundamente latinoamericana, región de origen de Susana Baca, quien ofrece su voz a esta pista donde priman las percusiones nativas gracias al sonido de bongós y cajón peruano. De aquí en adelante, la tripleta siguiente hará gala de tres diferentes estilos, donde la integración de voces negras demuestra ser una exquisita decisión.
En primer lugar, “Liquid Love” y sus líneas inconfundiblemente soul condimentada con una base de jazz-funk viste de fiesta este pasaje del larga duración. Metales de sonido limpio coronan el clímax de la pieza en un momento que entusiasma a vibrar en tan sabrosa sintonía. El protagonismo de las voces negras continúa en “Soro (Afriki)”, un homenaje a los mejores ritmos que se han exportado desde el África, con voces que rememoran la música tribal regional y hasta un emocionante recorrido por el afrobeat. La última mención en este volumen se hará desde el pop, de la mano de Laura Mvula, británica de ascendencia keniata que en “Sing To The Moon” logra plasmar con prestancia lo mejor de ambos mundos.
El pop se mantiene firme por dos pistas más, pero en esta sección será nuevamente el funk el que permita marcar la diferencia, cargando de ritmo y personalidad los pasajes que encaminan el cierre del disco, el que queda finalmente sellado de la mano de David Crosby” –ex The Byrds, actualmente Crosby, Stills, Nash & Young– con la espléndida “Somebody Home”, una balada que con su encantadora intimidad se convierte en el broche de oro para este larga duración. Cinco pistas más continúan en la edición de lujo, pero eso es historia aparte.
Es así como la segunda edición de esta gran cena familiar se enriquece generosamente de la influencia de sus distintos comensales, teniendo como base el consolidado jazz fusión de la banda anfitriona, pero manteniéndose sumamente respetuosos a lo que cada invitado tiene por aportar, dando lugar a un tránsito fluido que va de baladas calmas a ritmos bailables, una y otra vez en tan solo ocho pistas, descartando de plano la posibilidad de caer en la monotonía. Esta selección confirma la versatilidad de impecable factura que existe en el sonido de Snarky Puppy, además de describirlos como una gran familia donde siempre habrá lugar para más miembros en miras de enriquecer aún más el resultado. Tras tamaña demostración, sólo nos resta mirar con ojos de sana envidia al reducido público que pudo presenciar la ejecución de tan apetitosa cena familiar.
“Hardcore these days is kinda fucking cool”, sentencia una de las voces en el collage de grabaciones que se escuchan en “Calling Card”. Se trata de la sexta de diez canciones que componen “Only Constant” y es bastante certera en su apreciación. Hoy en día, la escena hardcore atraviesa un refrescante momento de proliferación en los distintos circuitos subterráneos del mundo. Y es que, si bien el hardcore y el punk componen una nutrida e ininterrumpida contracultura, resultaba necesario actualizar los cuestionamientos en torno a este estilo. Con discos como el de GEL, el intercambio generacional se hace latente, mediante un sonido visceral hecho por y para las nuevas generaciones.
En el primer álbum de estudio y en solitario de la banda de New Jersey, la mixtura entre lo nuevo y lo tradicional es de los primeros puntos interesantes que merecen una revisión. Ya sea en la estética o la conformación de los miembros, como también en el contenido de sus canciones, es notorio que los intimidantes y trillados estereotipos se pasan por alto; sin embargo, la crudeza de un sonido cavernario sigue tan latente como en aquellas bandas de hardcore en los ochenta. Justo homenaje también hace la portada, con un arte en blanco y negro que esconde una reminiscencia a exponentes del anarco punk inglés, como los pioneros Crass o Rudimentary Peni.
Con sólo una decena de canciones en un total de 16 minutos, GEL ofrece una fulminante embestida sonora en su estado más elemental. Desde los primeros acoples de guitarra en “Honed Blade”, la banda desarrolla su compromiso con una fórmula cuya máxima es la aspereza del ruido. En este aspecto, el carisma de Sami Kaiser en la voz logra transmitir aquella urgencia destructiva, con gritos aguerridos que destilan la agresiva actitud del quinteto. Como un cúmulo de puñetazos cortos pero arrolladores, “Fortified”, “Attainable”, “Out Of Mind” y “Dicey” repasan la primera mitad del disco en unos comprimidos siete minutos, donde los constantes cambios de velocidad entregan un caótico viaje de exigente ejecución.
Durante el único respiro a lo largo de “Only Constant”, el interludio “Calling Card” se perfila como una llamativa y experimental forma de presentarse como banda. A través de la voz de sus fanáticos, GEL dibuja una declaración de principios donde, entre otras cosas, dejan en claro su identidad abanderada con lo “freak”. Con menos de un minuto de duración, “The Way Out” retoma la rapidez predominante; “Snake Skin” es una alusión sin mayores rodeos a las personalidades hipócritas; mientras que “Compossure”, la más extensa del álbum, se despide en poco más de 170 segundos con una de las canciones más distorsionadas de un álbum de por sí ruidoso.
Sin mucha cabida para sobreanalizar, “Only Constant” es una pieza de ferocidad que no entrega puntos medios: se le aprecia por su simpleza, o simplemente pasa desapercibido por aquellos que no son convocados por esta breve experiencia de caos. En un álbum que se siente con las vísceras, el prometedor “debut” de GEL le da voz a una nueva generación de hardcore punk, jugándosela por la importancia en lo no verbalizado, y posicionándose con coherencia sin caer en repetitivas caricaturas.