

Discos
Radiohead – “A Moon Shaped Pool”
La música de los ingleses Radiohead es una bomba de racimo; una especie de caja de pandora que hiere, inspira y entibia el alma según la posición o el estado anímico de quien la escucha; puede hacer feliz o puede romper algo dentro. Aquello es un escozor para ellos mismos incluso. Thom Yorke y compañía huyen de esa molestia llamada complacencia y llevan casi veinte años rascándose ese letargo de una forma irónicamente letárgica. Esa incomodidad inspiró tal vez “How To Dissapear Completely” del fundamental “Kid A” (2000), cansados del ajetreo que significó ese otro pilar en la historia de la banda, “OK Computer” (1997). Lo que sucedió el primer fin de semana de mayo de este año es una oda a la canción antes mencionada: Radiohead borró todo de sus redes sociales y página web oficial por un par de días, reemplazándolo por fotos en blanco; esa estrategia de anti-marketing fríamente calculada fue el puntapié inicial para “A Moon Shaped Pool”, su noveno disco de estudio.
Desaparecer del entorno digital supone una metáfora respecto a lo que “A Moon Shaped Pool” implica: una reconexión con lo humano, con lo orgánico. “Desert Island Disk” y “Present Tense” funcionan como claros ejemplos de ello, con arpegios de guitarra que le otorgan un color menos maquinal, menos frío. La interesante inaccesibilidad y complejidad de “The King Of Limbs” supuso un punto álgido en la exploración musical de la banda y este disco viene a aterrizar, sensibilizar y dotar su música de una piel nueva. Nunca antes Radiohead había basado tanto una canción en los arreglos de cuerdas como en “Burn The Witch”, una composición que, si seguía de largo en el in crescendo, podría haber sido una continuación de “Threnody For The Victims Of Hiroshima” de Krzysztof Penderecki. Ese acercamiento a la música docta va y viene de vuelta, ellos se han nutrido de ella y músicos como Steve Reich, bastión del minimalismo, se han influenciado en la música de Radiohead.
“Daydreaming”, el segundo adelanto publicado luego del blackout virtual de los ingleses, se alimenta con sonda de la desolación y la melancolía de canciones como “Videotape” o “Pyramid Song”. De alguna forma se siente como si Yorke se hubiese limpiado a sí mismo en sus proyectos personales y hubiera regresado con nuevos bríos, “A Moon Shaped Pool” tiene mucho de sus trabajos solistas, pero este sonido no hubiera sido posible de ninguna forma sin sus compinches de siempre; sin los afanes explorativos de Jonny Greenwood, sin la precisión de reloj de Phil Selway a la batería, sin la firmeza de Colin Greenwood en el bajo o sin la certeza de Ed O’Brien en las guitarras, este álbum no sería lo mismo.
“Ful Stop” tiene dos cualidades fundamentales en el desarrollo del disco: la primera es servir como una de las pocas canciones up-tempo, y la segunda es formar parte de una pequeña gran trampa; tanto esta canción como “Identikit”, “Present Tense” y por sobre todo la sobrecogedora “True Love Waits” fueron de alguna forma “recicladas” para poblar este álbum, considerando que ya ha habían sido interpretadas en vivo, sin embargo, nunca incluidas oficialmente en ningún trabajo de estudio. Pero vamos por partes: “Ful Stop” conserva el BPM, aunque en estudio suena más cálida y mucho más contenida que en vivo, casi rozando el krautrock. “Identikit” mantiene la pulsión y gana en profundidad. “Present Tense” se mantiene casi igual en intención, pero los elementos que le son incluidos la enriquecen, teniendo en cuenta que en vivo fue interpretada la mayoría de las veces en formato totalmente acústico. Y en esa misma senda la que más muta es “True Love Waits”, un clásico de la banda que ya a fines de la década pasada (cuando vinieron a nuestro país) ya estaba totalmente transformada. Ahora Yorke la retoma sin tantos efectos, la traslada al teclado y la ralentiza para darle un nuevo aunque igualmente triste toque.
Hay dos dimensiones para analizar lo que “A Moon Shaped Pool” entrega: es un viaje y un destino. Un viaje porque cada una de sus canciones lo es, y un destino porque agarran sus maletas y se instalan en una vereda distinta de su propio espectro. El cuándo volverán a mudarse es un misterio y engrandece la leyenda detrás de este quinteto. Tal vez no es su mejor disco, aunque fácilmente entra en el top 5 y por una simple razón: después de tantos años huyendo de sí mismos, jugar a encontrarse es un nuevo cuadro en esta obra de teatro.
Discos
Weyes Blood – “And In The Darkness, Hearts Aglow”

Tres años pasaron desde que Natalie Mering estrenara el cuarto trabajo de estudio de su proyecto Weyes Blood, llevándose el reconocimiento general y un sinfín de aplausos con una obra tan completa como “Titanic Rising” (2019). Aunque la artista se acostumbraba a las buenas críticas, las expectativas serían aún mayor al momento de enfrentarse a un próximo larga duración, misión que tiene pendiente con la llegada de “And In The Darkness, Hearts Aglow”, un trabajo donde la premisa de oscuridad absorbe gran parte de la trama, pero que la interpretación desde el corazón la transforma en una obra con una belleza e intensidad por partes iguales, haciéndole justicia a su título, más allá de las palabras. Todo esto se debe a la manera en que el disco se desarrolla, así como las capas que resisten el análisis o de cualquier prejuicio a la profundidad y efectividad de dichas composiciones.
Desde las distintas aristas que podamos darle a este disco, el principal factor que resalta es la capacidad de Natalie Mering a la hora no sólo de componer canciones, sino que también de la impronta que aplica en la producción, con una serie de colaboradores cooperando en aquella misión. Y es que desde la apertura con “It’s Not Just Me, It’s Everybody” demuestra cómo las cosas siguen su curso desde donde quedaron la última vez y, así, poder identificar de entrada los elementos que hacen de esta obra una sucesora de “Titanic Rising”, ya que es la propia intérprete quien describe este LP como el segundo en una trilogía que comenzó con su lanzamiento anterior. Si bien, prácticamente todas las canciones tienen la intervención de un arreglista externo, todo esto debido al trabajo que los músicos Ben Babbitt y Drew Erickson aplican en gran parte de los tracks, el componente personal se siente no sólo desde la interpretación, sino también desde donde Mering estructura su obra.
De esa forma de estructurar es cómo podemos ver el funcionamiento secuencial de inmensas composiciones, como “Children Of The Empire” o “Grapevine”, en las que Weyes Blood se luce en una interpretación muy rica en detalles, donde su voz logra tomar primer plano incluso con una sección instrumental tan cuidadosa y robusta como la que implementan en la guitarra y batería los hermanos Brian y Michael D’Addario, ampliamente reconocidos como el dúo The Lemon Twigs. Entre el sinfín de influencias y comparaciones que recibe la artista, los nombres de Brian Wilson y Karen Carpenter siempre estarán presentes en la manera compositiva e interpretativa, respectivamente, pero lo cierto es que Natalie ha sabido nutrirse de esos elementos para entregar un enfoque fresco y de manera más directa, evitando plagios o reminiscencias tan explicitas en su música. Un ejemplo de ello es la melancólica “God Turn Me Into A Flower”, donde la hipnótica presencia vocal de Mering se toma cada espacio con una delicadeza e intensidad que ha transformado en sello propio.
“Hearts Aglow”, por otra parte, encierra un poco los tópicos y componentes sonoros de esta quinta obra de estudio de Weyes Blood, aplicando correctamente términos líricos y musicales de la melancolía y contemplación personal, pero a la vez dejando entrever esas fisuras que permiten entrar a un plano más luminoso y optimista. Los arreglos siguen tan impecables como en cualquiera de las canciones de este disco, pero su desarrollo inminente hacia el interludio “And In The Darkness” le dan una cara única, con el carácter más ligado al pop barroco, poniendo énfasis en la experimentación, sobre todo considerando la presencia de una canción como “Twin Flame” que, contraria a la mayoría, carece de arreglistas externos y se centra en las propias ideas de la intérprete. Luego del tormentoso paso de “In Holy Flux”, el disco cierra con “The Worst Is Done” y “A Given Thing”, sumando 10 minutos donde tenemos desde el lado más juguetón hasta el más apasionado, aristas opuestas en el amplio rango interpretativo de Mering.
Siempre es complejo analizar una obra cuando se pueden tomar tantas referencias a la hora de desmantelar su estructura, pero lo cierto es que es en ese ejercicio donde verdaderamente podemos notar cuánto hay de inspiración y de reinterpretación, o si, en el peor de los casos, existe algún atisbo de plagio. Los artistas más nuevos enfrentan el gran problema de un panorama musical a veces desgastado, donde todo fue inventado y nadie puede ser el primero a la hora de querer aplicar sus ideas o entregar una versión más fresca de algo que ya esté arraigado en el oído colectivo. Lo de Weyes Blood no es por ninguna parte algo novedoso o diferente a muchos discos que podamos oír previamente, pero su principal gracia se encuentra en cómo esos elementos se presentan e interpretan, y ahí es donde la artista se desmarca de sus pares y logra salir adelante como una compositora que tiene mucho que ofrecer con su arte. Cinco discos y sólo aciertos es algo que pocos pueden contar, sobre todo a una edad tan temprana, donde el legado musical no puede hacer otra cosa que reforzarse de aquí en adelante.
Disco: And In The Darkness, Hearts Aglow
Duración: 46:22
Año: 2022
Sello: Sub Pop
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