La discografía de la británica PJ Harvey dio un importante giro argumental hace un lustro, cuando “Let England Shake” (2011) describió en melodías una Inglaterra dura y fría, azotada por la guerra ocurrida un siglo atrás, introduciendo con ello la faceta más política de la artista en contraste a producciones anteriores, mucho más intimistas y emocionales. Continuando en esta línea, “The Hope Six Demolition Project” perpetúa el giro iniciado de su antecesor, esta vez situando el ojo sobre un escenario político tantísimo más complejo: las guerras, el simbolismo y el manejo mediático en un polémico Estados Unidos.
Este, el noveno álbum en la carrera de PJ Harvey, se basa en el libro de poesía “The Hollow Of The Hand”, escrito por ella en conjunto con el fotógrafo Seamus Murphy, personaje clave en el trabajo investigativo tras este disco y con quien recorrió las calles de Washington DC guiados por Paul Schwartzman, conocido periodista del diario The Washington Post, quien les enseñó la ciudad oculta detrás de las postales, abarcando temas que van desde la corrupción hasta los ignorados barrios marginales que atestiguan la amargura de un manejo político que favorece a unos por sobre otros. Estos son los principales ingredientes que componen un proyecto musical intenso y desafiante, cargado de dramatismo, pero siempre coherente con el sonido que ha venido desarrollando la británica a lo largo de su carrera.
La apertura está a cargo de “The Community Of Hope”, un inicio cargado al pop, optimista pero extraño en comparación a la siguiente pista y a lo que será el resto del disco. Esta atmósfera es reemplazada vertiginosamente por el drama y el caos con el inicio de “The Ministry Of Defence”, una canción oscura, escalofriante, con más de algún dejo de angustia: “Este es el ministerio de los restos”, “Así es como acaba el mundo”, reza sin anestesia entre medio de la golpeante instrumentalización que le es característica. La tensión se aleja por un breve instante con “A Line In The Sand”, una oscura melodía pop cuya batería evoca la marcha de un tren antiguo, postal frecuente en el imaginario sobre las guerras mundiales. Su línea melódica, suave y de transiciones leves, permite trazar la continuidad con lo que fue “Let England Shake”, compases que reaparecen algunas pistas más adelante. Las imágenes sonoras de la guerra continúan en “Chain Of Keys”, donde la batería y los metales siguen un ritmo casi marcial, que a su vez deja entrever la sensación de vacío y angustia: un tratamiento delicado y de refinado buen gusto para los segmentos más oscuros del larga duración.
La pegadiza “Near The Memorials To Vietnam And Lincoln” suma algunas cuotas de humor negro, al referirse al tono de espectáculo con que se recuerda en Estados Unidos algunos de los episodios más tensos de su historia. “The Ministry Of Social Affairs” se apropia del blues para adaptarlo a la esencia de PJ Harvey y a la línea melódica que se ha mantenido durante el disco. Fascina de esta pista cómo el saxofón –comúnmente interpretado por la misma PJ– va adquiriendo protagonismo para terminar adueñándose del final de la canción, expresando simultáneamente caos y sensualidad, acaso en directa referencia a los escándalos de la prensa rosa que múltiples veces ha involucrado a rostros de la política. El cierre del disco queda a cargo de “The Wheel” y “Dollar, Dollar”, dos canciones que recuperan la melodiosidad y esas transiciones suaves pero progresivas que tanto agradan del sonido de la británica.
En síntesis, se trata de un disco plagado de puntos altos, donde cada pista cumple una función dentro de un relato redondo, todo en su punto preciso sin excesos ni carencias, y que además se permite pasear por distintas influencias, demostrando la versatilidad en la música de PJ Harvey y, de paso, cargando de dinamismo a un trasfondo denso y complejo. Sólo resta advertir que el enganche con el disco podría no ser inmediato, ya que se trata de un trabajo con una atmósfera mucho dura, e incluso hostil: elementos imprescindibles para lograr un impacto a la talla de las ideas y la aguda poesía de la artista, quizá las joyas que más brillan tras un disco de alta intensidad e impecable factura.
“Hardcore these days is kinda fucking cool”, sentencia una de las voces en el collage de grabaciones que se escuchan en “Calling Card”. Se trata de la sexta de diez canciones que componen “Only Constant” y es bastante certera en su apreciación. Hoy en día, la escena hardcore atraviesa un refrescante momento de proliferación en los distintos circuitos subterráneos del mundo. Y es que, si bien el hardcore y el punk componen una nutrida e ininterrumpida contracultura, resultaba necesario actualizar los cuestionamientos en torno a este estilo. Con discos como el de GEL, el intercambio generacional se hace latente, mediante un sonido visceral hecho por y para las nuevas generaciones.
En el primer álbum de estudio y en solitario de la banda de New Jersey, la mixtura entre lo nuevo y lo tradicional es de los primeros puntos interesantes que merecen una revisión. Ya sea en la estética o la conformación de los miembros, como también en el contenido de sus canciones, es notorio que los intimidantes y trillados estereotipos se pasan por alto; sin embargo, la crudeza de un sonido cavernario sigue tan latente como en aquellas bandas de hardcore en los ochenta. Justo homenaje también hace la portada, con un arte en blanco y negro que esconde una reminiscencia a exponentes del anarco punk inglés, como los pioneros Crass o Rudimentary Peni.
Con sólo una decena de canciones en un total de 16 minutos, GEL ofrece una fulminante embestida sonora en su estado más elemental. Desde los primeros acoples de guitarra en “Honed Blade”, la banda desarrolla su compromiso con una fórmula cuya máxima es la aspereza del ruido. En este aspecto, el carisma de Sami Kaiser en la voz logra transmitir aquella urgencia destructiva, con gritos aguerridos que destilan la agresiva actitud del quinteto. Como un cúmulo de puñetazos cortos pero arrolladores, “Fortified”, “Attainable”, “Out Of Mind” y “Dicey” repasan la primera mitad del disco en unos comprimidos siete minutos, donde los constantes cambios de velocidad entregan un caótico viaje de exigente ejecución.
Durante el único respiro a lo largo de “Only Constant”, el interludio “Calling Card” se perfila como una llamativa y experimental forma de presentarse como banda. A través de la voz de sus fanáticos, GEL dibuja una declaración de principios donde, entre otras cosas, dejan en claro su identidad abanderada con lo “freak”. Con menos de un minuto de duración, “The Way Out” retoma la rapidez predominante; “Snake Skin” es una alusión sin mayores rodeos a las personalidades hipócritas; mientras que “Compossure”, la más extensa del álbum, se despide en poco más de 170 segundos con una de las canciones más distorsionadas de un álbum de por sí ruidoso.
Sin mucha cabida para sobreanalizar, “Only Constant” es una pieza de ferocidad que no entrega puntos medios: se le aprecia por su simpleza, o simplemente pasa desapercibido por aquellos que no son convocados por esta breve experiencia de caos. En un álbum que se siente con las vísceras, el prometedor “debut” de GEL le da voz a una nueva generación de hardcore punk, jugándosela por la importancia en lo no verbalizado, y posicionándose con coherencia sin caer en repetitivas caricaturas.