A lo largo de su carrera, Perrosky ha recorrido un camino de corte minimalista, que a ratos se acerca de forma directa y destemplada al blues, garage rock y rockabilly, y otras veces decide circundarlo, agregando matices que se alimentan de otros estilos. En este ejercicio, y luego de dos discos de ánimo más bien rockblues –“Tostado” (2010) y “Vivos” (2013)– el dúo formado por los hermanos Alejandro (guitarra y voz) y Álvaro Gómez (batería y voz) nos entrega un nuevo esfuerzo creativo, que en esta oportunidad, sin perder la característica identidad de la banda, alterna cortes de blues y garage rock con otros que, de forma sutil, intentan sumar a la ecuación sonidos anclados en el ADN local.
El inicio con “Sólo Blues” abre el disco con el ánimo arriba, en una clara invitación a seguir escuchando lo que viene. Se trata de un corte sencillo, setentero y contagioso, que se alimenta de forma precisa de la afilada guitarra de Alejandro y la sencilla pero característica batería de Álvaro Gómez (indudable sello del sonido del dúo). La continuación con “Gris” baja algo las revoluciones, con comienzo desolador y cansino que, tras dictar “Esta no es (tu historia), nunca lo fue y no lo será, ¡no!” cambia de energía, cerrando de manera garajera y catártica. Fieles a sus raíces, la inclusión de la pantanosa “T-Box Blues” sube la distorsión y se anota uno de los momentos destacados del álbum, tanto por la inclusión del Tea Box Guitar a cargo de Alejandro, como por los precisos arreglos de teclado que, hacia el final del corte, agregan la cuota de energía justa.
Abriendo el segundo tercio del álbum, el blues de la armónica “No Canto Más” funciona como un excelente puente, que da paso al sector del disco donde se notan de forma más evidente los matices del nuevo trabajo. La distorsionada y cadenciosa guitarra de “En La Vía” –primer single del disco–, respira aires que se alejan del delta del Mississippi, navegando de manera amable y contagiosa sobre una historia de amor urbano que en el estribillo, sin perder su naturaleza rock, se deja teñir de vocales y teclados con esencia motown. Lo que sigue con “Adentro” vuelve a marcar distancia con el primer tercio del disco y se sitúa de forma juguetona entre la samba argentina y el vals (este último sobre todo en los vocales), todo coronado por el característico “Adentro…” de la samba trasandina. Un regalo para el oyente.
Previo al cierre, inicia una sección del álbum que, sin ser homogénea en lo musical, comparte como lugar común el hastío y la denuncia. “Sin Rebelión” en lo sonoro vuelve a terreno familiar, acogiendo en lo lírico de forma sencilla, pero directa, el sentir de aquellos que atestiguamos la debacle en que cae el país, a la espera de que suceda algo que quiebre el statu quo. “Hijos Del Sol” recoge el testimonio del corte anterior y sobre la base de un creciente, sucio y a ratos distorsionado garage rock, acusa hastío desde su inicio rezando “Hoy No Conecto Con Dios, Hoy Yo Tengo La Razón”. Por último, “Fuzz” y “En La Carretera” cierran el capítulo de desencanto en las letras. La primera destaca fundamentalmente por la inhabitual inclusión de samples y batería sintetizada, mientras que la segunda, oscura y distorsionada, rescata nuevamente el aporte del Tea Box Guitar. Finalmente, cambiando por completo el ánimo de lo entregado en los últimos cortes, el gospel de “Alí” nos invita a cerrar el álbum de manera brillante, con un sonido pausado que sobresale por el uso del trompe en los arreglos y una lírica optimista y cálida, como para terminar este viaje con el espíritu en paz.
A estas alturas, Perrosky ha hecho de su propuesta una marca registrada, atravesando con éxito el engañoso camino que constituye tomar un sonido de evidente identidad foránea para luego llenarlo de elementos propios, dando origen a un sonido particular y reconocible. “Cielo Perro” vuelve a plasmar el característico sello de estos hermanos, tributando de manera desenfadada al blues y, al mismo tiempo, expandiendo su raíz sonora, no sólo hacia estilos nacidos en el hemisferio norte, sino que además de manera elegante logra agregar elementos típicos de nuestra identidad local, sin perder un ápice de fluidez. Lo del dúo no tiene nada que ver con la consigna de “defendamos la música chilena”: lo de Perrosky tiene méritos sin necesidad de sumar gentilicios y debería lograr instalarse como una propuesta valorada en cualquier latitud.
“Hardcore these days is kinda fucking cool”, sentencia una de las voces en el collage de grabaciones que se escuchan en “Calling Card”. Se trata de la sexta de diez canciones que componen “Only Constant” y es bastante certera en su apreciación. Hoy en día, la escena hardcore atraviesa un refrescante momento de proliferación en los distintos circuitos subterráneos del mundo. Y es que, si bien el hardcore y el punk componen una nutrida e ininterrumpida contracultura, resultaba necesario actualizar los cuestionamientos en torno a este estilo. Con discos como el de GEL, el intercambio generacional se hace latente, mediante un sonido visceral hecho por y para las nuevas generaciones.
En el primer álbum de estudio y en solitario de la banda de New Jersey, la mixtura entre lo nuevo y lo tradicional es de los primeros puntos interesantes que merecen una revisión. Ya sea en la estética o la conformación de los miembros, como también en el contenido de sus canciones, es notorio que los intimidantes y trillados estereotipos se pasan por alto; sin embargo, la crudeza de un sonido cavernario sigue tan latente como en aquellas bandas de hardcore en los ochenta. Justo homenaje también hace la portada, con un arte en blanco y negro que esconde una reminiscencia a exponentes del anarco punk inglés, como los pioneros Crass o Rudimentary Peni.
Con sólo una decena de canciones en un total de 16 minutos, GEL ofrece una fulminante embestida sonora en su estado más elemental. Desde los primeros acoples de guitarra en “Honed Blade”, la banda desarrolla su compromiso con una fórmula cuya máxima es la aspereza del ruido. En este aspecto, el carisma de Sami Kaiser en la voz logra transmitir aquella urgencia destructiva, con gritos aguerridos que destilan la agresiva actitud del quinteto. Como un cúmulo de puñetazos cortos pero arrolladores, “Fortified”, “Attainable”, “Out Of Mind” y “Dicey” repasan la primera mitad del disco en unos comprimidos siete minutos, donde los constantes cambios de velocidad entregan un caótico viaje de exigente ejecución.
Durante el único respiro a lo largo de “Only Constant”, el interludio “Calling Card” se perfila como una llamativa y experimental forma de presentarse como banda. A través de la voz de sus fanáticos, GEL dibuja una declaración de principios donde, entre otras cosas, dejan en claro su identidad abanderada con lo “freak”. Con menos de un minuto de duración, “The Way Out” retoma la rapidez predominante; “Snake Skin” es una alusión sin mayores rodeos a las personalidades hipócritas; mientras que “Compossure”, la más extensa del álbum, se despide en poco más de 170 segundos con una de las canciones más distorsionadas de un álbum de por sí ruidoso.
Sin mucha cabida para sobreanalizar, “Only Constant” es una pieza de ferocidad que no entrega puntos medios: se le aprecia por su simpleza, o simplemente pasa desapercibido por aquellos que no son convocados por esta breve experiencia de caos. En un álbum que se siente con las vísceras, el prometedor “debut” de GEL le da voz a una nueva generación de hardcore punk, jugándosela por la importancia en lo no verbalizado, y posicionándose con coherencia sin caer en repetitivas caricaturas.