Si hay algo que caracteriza a la “generación Y” (o los llamados “millenials”), es una apatía por las etiquetas, por las fórmulas preconcebidas –lo que ciertamente no es una falta de compromiso– y, en definitiva, una apertura sin tapujos a otros aspectos que llenan la vida cotidiana, como la tecnología y la tecnificación. Esto abarca todas las cataduras de este grupo social, incluida la musical. En tal orden de ideas, no es arriesgado señalar que Periphery justamente es una banda ícono de esta subcultura, por cuanto su metal difícil de categorizar está desprovisto de preocupaciones en torno a mantener una esencia preestablecida. De ahí sus múltiples experimentaciones, desde el djent hasta el pop, desde lo análogo a lo digital, generando en el público reacciones discordantes, pues se duda si se está en presencia de una banda dura heredera de Meshuggah, o bien, es un producto más plástico y comercial que busca la accesibilidad y el beneplácito más masivo.
Quizás ambas premisas señaladas en lo precedente sean ciertas. Periphery es lo uno y lo otro a la vez. Con su cuarto disco (o quinto si es que se considera “Juggernaut: Alpha” y “Juggernaut: Omega” por separado) esto se confirma, ya que persiste una dualidad interesante en lo que dice relación con el verdadero sustrato de la banda. En efecto, “Periphery III: Select Difficulty” es una amalgama de sonidos que van desde un metal complejo y técnico en demasía, hasta lo ligero y blando del pop. Este último aspecto –valga señalarlo– apoyado únicamente por las versatilidad de Spencer Sotelo, cuyo rango vocal le permite adaptarse sin problemas a los riffs filosos y a las melodías más inteligibles a un público promedio.
Lo anterior provocará necesariamente que, en términos generales, el disco no sea bien comprendido. Temas como “The Price Is Wrong”, “Motormouth” o “Habbitual Line-Stepper”, poderosos e intensos, podrán llevar a la confusión a quién busque un metal moderno por la línea más cruda, por cuanto se encontrará con aquellas composiciones cuyo sustrato es la parsimonia, como “The Way The News Goes…”. Esto no es nuevo en Periphery, ya en ambos “Juggernaut” conjugaban sin inconvenientes lo mejor de ambos mundos. El problema en este álbum en particular –y esto como una crítica universal al mismo– es que no existe una coherencia interna entre las composiciones, lo que conlleva a que el oyente no logre captar del todo cuál es el mensaje musical de la banda, semblante que sí se encontraba presente en su trabajo anterior. Muestra de lo anterior, y paradójicamente, es el primer single del disco, “Marigold”, un tema que es difícil de encapsular, pero que de todas formas goza de una buena estructura musical.
No obstante lo señalado, “Periphery III: Select Difficulty” es un buen álbum, con temas cuya calidad es superlativa especialmente en su segunda mitad. “Flatline” es una creación exquisita, que no se pierde en la técnica, sino que las guitarras de Misha Mansoor, corazón de la banda, se encuentran encaminadas a provocar una atmósfera dinámica y con una parte final sobrecogedora, gracias a la capacidad vocal de Sotelo. “Absolomb” es una canción que deja fluir naturalmente el lado más melodioso de la banda, no exenta de suntuosidades en las guitarras, pero gracias al tiempo que marca Matt Halpern en la batería (y en la programación de la misma) se mantiene el ímpetu a raya. “Catch Fire” es una de las canciones más experimentales que ha escrito Periphery, claramente más pop que cualquier otra, y nuevamente con un Sotelo que a veces recuerda la mutabilidad de Mike Patton, aunque carezca de la raíz rockera de este último. Ciertamente es un excelente tema, pero no será del gusto de aquellos cuyo paladar es más rudo. “Lune”, por su parte, es una obra personal de Misha Mansoor y es un punto alto dentro del disco, toda vez que logra reflejar algo que carece el mismo: un ambiente, una idea, una relación íntima entre lo que busca fraguar la banda y lo que captan los oídos del público. Bella y sencilla, a ratos recuerda lo mejor de Tool.
En suma, estamos en presencia de un álbum contundente, pesado y a la vez pausado, difícil de desentrañar pero digerible en demasía. Complejo sería la palabra que mejor lo define, aunque esto no se señala en tono negativo, sino más bien como un hecho de la causa: “Periphery III: Select Difficulty” es un buen fruto de este tiempo y de esta generación, aunque aquello no le asegurará necesariamente trascendencia.
“Hardcore these days is kinda fucking cool”, sentencia una de las voces en el collage de grabaciones que se escuchan en “Calling Card”. Se trata de la sexta de diez canciones que componen “Only Constant” y es bastante certera en su apreciación. Hoy en día, la escena hardcore atraviesa un refrescante momento de proliferación en los distintos circuitos subterráneos del mundo. Y es que, si bien el hardcore y el punk componen una nutrida e ininterrumpida contracultura, resultaba necesario actualizar los cuestionamientos en torno a este estilo. Con discos como el de GEL, el intercambio generacional se hace latente, mediante un sonido visceral hecho por y para las nuevas generaciones.
En el primer álbum de estudio y en solitario de la banda de New Jersey, la mixtura entre lo nuevo y lo tradicional es de los primeros puntos interesantes que merecen una revisión. Ya sea en la estética o la conformación de los miembros, como también en el contenido de sus canciones, es notorio que los intimidantes y trillados estereotipos se pasan por alto; sin embargo, la crudeza de un sonido cavernario sigue tan latente como en aquellas bandas de hardcore en los ochenta. Justo homenaje también hace la portada, con un arte en blanco y negro que esconde una reminiscencia a exponentes del anarco punk inglés, como los pioneros Crass o Rudimentary Peni.
Con sólo una decena de canciones en un total de 16 minutos, GEL ofrece una fulminante embestida sonora en su estado más elemental. Desde los primeros acoples de guitarra en “Honed Blade”, la banda desarrolla su compromiso con una fórmula cuya máxima es la aspereza del ruido. En este aspecto, el carisma de Sami Kaiser en la voz logra transmitir aquella urgencia destructiva, con gritos aguerridos que destilan la agresiva actitud del quinteto. Como un cúmulo de puñetazos cortos pero arrolladores, “Fortified”, “Attainable”, “Out Of Mind” y “Dicey” repasan la primera mitad del disco en unos comprimidos siete minutos, donde los constantes cambios de velocidad entregan un caótico viaje de exigente ejecución.
Durante el único respiro a lo largo de “Only Constant”, el interludio “Calling Card” se perfila como una llamativa y experimental forma de presentarse como banda. A través de la voz de sus fanáticos, GEL dibuja una declaración de principios donde, entre otras cosas, dejan en claro su identidad abanderada con lo “freak”. Con menos de un minuto de duración, “The Way Out” retoma la rapidez predominante; “Snake Skin” es una alusión sin mayores rodeos a las personalidades hipócritas; mientras que “Compossure”, la más extensa del álbum, se despide en poco más de 170 segundos con una de las canciones más distorsionadas de un álbum de por sí ruidoso.
Sin mucha cabida para sobreanalizar, “Only Constant” es una pieza de ferocidad que no entrega puntos medios: se le aprecia por su simpleza, o simplemente pasa desapercibido por aquellos que no son convocados por esta breve experiencia de caos. En un álbum que se siente con las vísceras, el prometedor “debut” de GEL le da voz a una nueva generación de hardcore punk, jugándosela por la importancia en lo no verbalizado, y posicionándose con coherencia sin caer en repetitivas caricaturas.