Muse es una banda extrema, y no por el acercamiento caótico y áspero a la música que suele englobar este apelativo, qué duda cabe. Desde el comienzo de su carrera, hace ya casi treinta años, han fraguado una propuesta que consume influencias tan aparentemente disímiles, como el metal alternativo y el indie rock pasado por un cedazo estructural melódico del romanticismo europeo del siglo XVII, obra y gracia de los dotes instrumentales de Matt Bellamy, quien ha generado amor acérrimo como desagrado incomprensiblemente profundo. Son un grupo menor los primeros, que han permanecido en su fanbase, pero eso es una señal de los tiempos, ya que el manifiesto sonoro debe adecuarse a las épocas sin perder su sello, y eso de manera indefectible hará que muchos se alejen y otros lleguen, y de esto va mucho su más reciente trabajo de estudio, “Will Of The People”.
Por lo mismo, mucho se le ha achacado al trío de Devon el “venderse” y desdibujar la oferta musical que les otorgó credibilidad en públicos disimiles, todo en función de aperturar audiencias, en especial el acercamiento al EDM, el brostep/dubstep y el sonido synth-rock formulaico á la Imagine Dragons, por citar el más conocido de los ejemplos. Y cuando el ansia de la fanaticada más orientada al sonido guitarrero se había reencantado con el primer adelanto, “Won’t Stand Down”, rayando en el metalcore, las dos canciones que abren el álbum –la que le da su nombre y “Compliance”– para ellos con justa razón puede resultar descorazonador y engañoso.
El gran problema de “Will Of The People”, si es que puede llamársele así, es su primera mitad. Hasta “Ghosts (How Can I Move On)” resulta un collage de canciones y movidas muy difíciles de conectar entre sí para los advenedizos, aunque el resto, que ya viene tolerando estos desvaríos sónicos que han desbordado a la banda durante casi una década, tome palco y mire con tranquilidad. Si cabe incluirlo, aunque esté en la segunda mitad, el synthpop de “You Make Me Feel Like It’s Halloween” es tan paródico, que cuesta asimilarlo. Ni siquiera el nuevo guiño a Queen en “Liberation” cuaja totalmente, al menos hasta este punto de la escucha.
Donde la cosa pinta mejor es desde “Kill Or Be Killed”, con un uptempo en la guitarra de Bellamy emulando desde su propia vereda las intenciones explorativas de Tom Morello, y la batería de Dominic Howard resulta urgente y hasta pareciera estar usando doble pedal. “Verona” es también un synthpop, pero mucho más evocativo, donde Bellamy sabe colocar sus distintos registros vocales y unas interesantes figuras melódicas de guitarra lo atavían, y el arpegio de sintetizador sabe naturalmente gravitar la atención hacia sí y aquí es usado con maestría. “Euphoria”, por su parte, tira del indie rock y la música bailable en clave banda, utilizando una especie de interpolación de melodía vocal de “Time Is Running Out” de su celebrado “Absolution” (2003), y lo que en teoría podría ser una parodia nuevamente a juzgar por su título “We Are Fucking Fucked”, es un cierre a la altura de las circunstancias, potente y juguetón con los in crescendos.
A juzgar por el título del álbum, podría parecer un arranque de pedantería maximalista y grandilocuente, pero esa premisa contiene graves errores de forma y fondo: a través de su historia, Muse ha explorado cuestiones bastante más profundas de lo que aparenta, y que el decorado resulte rocambolesco sólo es una búsqueda efectista de llamar la atención del oyente. Las referencias a la sociedad y la política, desde incluso la vía científica, están tratadas con sabiduría desde los tiempos de “Origin Of Symmetry” (2001) y “Will Of The People” sólo ejerce de continuador.
Sumando y restando, “Will Of The People” no es un disco inmediato, lo cual es peligroso y llamativo por partes iguales, sobre todo viniendo de quienes hace un buen tiempo ya vienen jugando con casi todos los aspectos de la música popular en beneficio propio. No es su mejor disco, eso está claro, pero es un acercamiento sustancial a una faceta que quizás no estaba desaparecida, aunque sí bastante de capa caída en su repertorio: el rock. Que esto sirva de aliciente para unos y sea un detrimento para otros ya es historia conocida en Muse, y nunca le van a caer bien a todos.
“Hardcore these days is kinda fucking cool”, sentencia una de las voces en el collage de grabaciones que se escuchan en “Calling Card”. Se trata de la sexta de diez canciones que componen “Only Constant” y es bastante certera en su apreciación. Hoy en día, la escena hardcore atraviesa un refrescante momento de proliferación en los distintos circuitos subterráneos del mundo. Y es que, si bien el hardcore y el punk componen una nutrida e ininterrumpida contracultura, resultaba necesario actualizar los cuestionamientos en torno a este estilo. Con discos como el de GEL, el intercambio generacional se hace latente, mediante un sonido visceral hecho por y para las nuevas generaciones.
En el primer álbum de estudio y en solitario de la banda de New Jersey, la mixtura entre lo nuevo y lo tradicional es de los primeros puntos interesantes que merecen una revisión. Ya sea en la estética o la conformación de los miembros, como también en el contenido de sus canciones, es notorio que los intimidantes y trillados estereotipos se pasan por alto; sin embargo, la crudeza de un sonido cavernario sigue tan latente como en aquellas bandas de hardcore en los ochenta. Justo homenaje también hace la portada, con un arte en blanco y negro que esconde una reminiscencia a exponentes del anarco punk inglés, como los pioneros Crass o Rudimentary Peni.
Con sólo una decena de canciones en un total de 16 minutos, GEL ofrece una fulminante embestida sonora en su estado más elemental. Desde los primeros acoples de guitarra en “Honed Blade”, la banda desarrolla su compromiso con una fórmula cuya máxima es la aspereza del ruido. En este aspecto, el carisma de Sami Kaiser en la voz logra transmitir aquella urgencia destructiva, con gritos aguerridos que destilan la agresiva actitud del quinteto. Como un cúmulo de puñetazos cortos pero arrolladores, “Fortified”, “Attainable”, “Out Of Mind” y “Dicey” repasan la primera mitad del disco en unos comprimidos siete minutos, donde los constantes cambios de velocidad entregan un caótico viaje de exigente ejecución.
Durante el único respiro a lo largo de “Only Constant”, el interludio “Calling Card” se perfila como una llamativa y experimental forma de presentarse como banda. A través de la voz de sus fanáticos, GEL dibuja una declaración de principios donde, entre otras cosas, dejan en claro su identidad abanderada con lo “freak”. Con menos de un minuto de duración, “The Way Out” retoma la rapidez predominante; “Snake Skin” es una alusión sin mayores rodeos a las personalidades hipócritas; mientras que “Compossure”, la más extensa del álbum, se despide en poco más de 170 segundos con una de las canciones más distorsionadas de un álbum de por sí ruidoso.
Sin mucha cabida para sobreanalizar, “Only Constant” es una pieza de ferocidad que no entrega puntos medios: se le aprecia por su simpleza, o simplemente pasa desapercibido por aquellos que no son convocados por esta breve experiencia de caos. En un álbum que se siente con las vísceras, el prometedor “debut” de GEL le da voz a una nueva generación de hardcore punk, jugándosela por la importancia en lo no verbalizado, y posicionándose con coherencia sin caer en repetitivas caricaturas.