Dentro del campo musical actual, los revival no son ciertamente una novedad. Hay, por cierto, algo más que nos hace hablar de una banda en particular y no de todas al mismo tiempo. Bajo esta perspectiva, el caso del renacimiento del folk-rock inglés de evidentes raíces sesenteras de Mumford & Sons, podría pasar desapercibido hasta que advertimos la voluntad creativa y la cualidad interpretativa de la banda londinense. Mumford & Sons, atravesados por una larga y evidente influencia de la música inglesa de antaño, es sin ninguna duda la cabeza de la escena folk de su país natal. Pero eso no es todo.
Si “Babel” (2012) fue el trabajo con el que la banda consiguió un amplio reconocimiento por su pulido y, a ratos, complejo sonido, sumado a la cualidad intelectual de sus letras, la placa que ahora presentan podría calificar como el punto de arranque para el cambio y la transformación al abandonar el típico sonido folk, y reemplazarlo por la electricidad de las guitarras y los flirteos con una estética musical muy próxima al pop rock, e incluso al indie rock. “Wilder Mind” es un disco enchufado y eléctrico, no fácil de digerir para los puristas del sonido ya clásico de la banda.
Los primeros acordes del disco, con “Tompkins Square Garden”, poseen una naturaleza entrañablemente indie. La base rítmica la pone una intensa batería, complementada con una guitarra suavemente distorsionada. A medio camino hallamos la inconfundible voz de Marcus, quizás la única señal de que estamos en presencia de una banda con voluntad folk. El primer avance de “Wilder Mind”, “Believe”, es una composición compleja y rica en armonías, y con distintas intensidades. Esta se muestra en sus inicios lenta, pero gradualmente va energizándose y explotando de la mano de guitarras que crecen y de sintetizadores que sirven de fondo a un estribillo pegajoso. Hablar de “The Wolf” es señalar la distorsión eléctrica como epicentro de este tema. El interesante sonido de garage, que suena sucio y ruidoso, en nada hace recordar el tranquilo pasado de Mumford & Sons. Esta canción es un vertiginoso ascenso hacia los límites musicales de la banda: un sonido rápido y furioso. El desgano, la resignación y el fastidio suenan con “Just Smoke”, corte con un oscuro mensaje y una estética musical que en cierta medida hacen recordar los mejores momentos de “Sigh No More” (2009). La atmósfera que el tema crea, enfatiza en el estribillo lento y acompasado.
Unos modernos –y no por eso menos interesantes- toques de blues dan vida a “Monster”, una canción aletargada, que bien combinan con delicados rasgueos y punteos de guitarra. Los coros y la esperanzada voz de Marcus se mezclan en una síntesis sonora delicada, rememorando la identidad de la banda. Algo de timidez y retraimiento se deja entrever con “Snake Eyes”, el momento más íntimo del disco. La mixtura de los primeros versos y la aquietada melodía inicial, se contraponen con el impresionante crescendo final lleno de energía, que desemboca en un verdadero clímax instrumental. Avanzamos con “Broad-Shouldered Beast”, una composición oscura que juega por la experimentación de sonidos, teniendo siempre de fondo unos suaves toques de piano. Canción que sube y baja, se acelera y calma, un verdadero oasis en medio de la placa. “Cold Arms” retrae el camino andado y vuelve a lo tradicional y acústico; su simpleza recuerda que no siempre la parafernalia instrumental es signo de victoria. Por su parte, “Ditmas” y “Only Love” son canciones poco emparentadas que se vuelven algo predecibles, no obstante, son sintomáticas de la evidente bifurcación sonora de la banda: entre la electricidad y lo acústico. El epílogo de esta aventura nos lo entrega “Hot Gates”, un tema de más de cuatro minutos que seduce por su clara hibridez sonora.
Ciertamente, la calidad instrumental de la banda no se juega en el disco, pues eso está desde antaño asegurado. Sin embargo, “Wilder Mind” es una arriesgada maniobra de Mumford & Sons, llevándolos a un territorio inexplorado y nuevo con, a ratos, destacables resultados. Siendo un trabajo no fácil de digerir para los más puristas, y con algunos muy bajos momentos, es un disco que intenta conectar a la banda con los límites del indie y el pop rock actual. El sonido del cuarteto londinense ciertamente evoluciona, y propone un nuevo camino que vale la pena revisar y atender.
“Hardcore these days is kinda fucking cool”, sentencia una de las voces en el collage de grabaciones que se escuchan en “Calling Card”. Se trata de la sexta de diez canciones que componen “Only Constant” y es bastante certera en su apreciación. Hoy en día, la escena hardcore atraviesa un refrescante momento de proliferación en los distintos circuitos subterráneos del mundo. Y es que, si bien el hardcore y el punk componen una nutrida e ininterrumpida contracultura, resultaba necesario actualizar los cuestionamientos en torno a este estilo. Con discos como el de GEL, el intercambio generacional se hace latente, mediante un sonido visceral hecho por y para las nuevas generaciones.
En el primer álbum de estudio y en solitario de la banda de New Jersey, la mixtura entre lo nuevo y lo tradicional es de los primeros puntos interesantes que merecen una revisión. Ya sea en la estética o la conformación de los miembros, como también en el contenido de sus canciones, es notorio que los intimidantes y trillados estereotipos se pasan por alto; sin embargo, la crudeza de un sonido cavernario sigue tan latente como en aquellas bandas de hardcore en los ochenta. Justo homenaje también hace la portada, con un arte en blanco y negro que esconde una reminiscencia a exponentes del anarco punk inglés, como los pioneros Crass o Rudimentary Peni.
Con sólo una decena de canciones en un total de 16 minutos, GEL ofrece una fulminante embestida sonora en su estado más elemental. Desde los primeros acoples de guitarra en “Honed Blade”, la banda desarrolla su compromiso con una fórmula cuya máxima es la aspereza del ruido. En este aspecto, el carisma de Sami Kaiser en la voz logra transmitir aquella urgencia destructiva, con gritos aguerridos que destilan la agresiva actitud del quinteto. Como un cúmulo de puñetazos cortos pero arrolladores, “Fortified”, “Attainable”, “Out Of Mind” y “Dicey” repasan la primera mitad del disco en unos comprimidos siete minutos, donde los constantes cambios de velocidad entregan un caótico viaje de exigente ejecución.
Durante el único respiro a lo largo de “Only Constant”, el interludio “Calling Card” se perfila como una llamativa y experimental forma de presentarse como banda. A través de la voz de sus fanáticos, GEL dibuja una declaración de principios donde, entre otras cosas, dejan en claro su identidad abanderada con lo “freak”. Con menos de un minuto de duración, “The Way Out” retoma la rapidez predominante; “Snake Skin” es una alusión sin mayores rodeos a las personalidades hipócritas; mientras que “Compossure”, la más extensa del álbum, se despide en poco más de 170 segundos con una de las canciones más distorsionadas de un álbum de por sí ruidoso.
Sin mucha cabida para sobreanalizar, “Only Constant” es una pieza de ferocidad que no entrega puntos medios: se le aprecia por su simpleza, o simplemente pasa desapercibido por aquellos que no son convocados por esta breve experiencia de caos. En un álbum que se siente con las vísceras, el prometedor “debut” de GEL le da voz a una nueva generación de hardcore punk, jugándosela por la importancia en lo no verbalizado, y posicionándose con coherencia sin caer en repetitivas caricaturas.