Siempre resulta difícil poner en palabras a Mogwai, no sólo porque la mayor parte de su discografía no tenga letras o por su constante experimentación musical, sino porque parecen adentrarse en una parte de nosotros que no se puede expresar, en lo inefable. Un ejemplo de ello es este álbum de corte instrumental, “Atomic”, originalmente diseñado como banda sonora del documental “Atomic: Living In Dread And Promise” (2015), que documenta los acontecimientos tras la bomba nuclear en Hiroshima. Fuera del contexto del filme, Mogwai crea una trama elaborada en su álbum, que nos lleva de la mano por una historia sin palabras, con una predominancia de teclados, sintetizadores y arreglos de corte espacial.
El álbum comienza con “Ether” que, fiel a su nombre, mezcla lo etéreo con fórmulas electrónicas y un sonido hímnico y luminoso, que ya nos es cercano viniendo de los escoceses. Lo celestial se quiebra en “SCRAM”, que se adentra en un sonido electrónico duro, donde el space rock se mezcla con una dureza rítmica que casi roza el rock industrial. “Bitterness Centrifuge” mantiene el mismo temple: un bajo profundo, sintetizadores intensos y la guitarra de Stuart Braithwaite sin pretensiones, sonando como una capa más sobre la cohesiva atmósfera de la banda. “U-235” es robótica, con un ritmo continuo, llevándonos en un lento viaje de casi cinco minutos que se detiene de golpe en “Pripyat”, donde una materia oscura envuelve la atmósfera. Acá nos encontramos con un Mogwai que intenta transmitir la sensación de inquietud, la tensión de que no sabemos qué vendrá después. Los sintetizadores se van tornando cada vez más electrónicos con texturas que sobrecogen, y detrás el bajo, simple pero impecable, con un ritmo lento y continuo que marca las notas como mostrando la escena de una devastación.
La trama del álbum se detiene en la canción “Weak Force”, con una intensidad débil, casi como un suspiro, para dar paso a una melodía espacial donde de nuevo el disco se vuelve un viaje. La melodía krautrock nos recuerda a Tangerine Dream, donde lo cósmico se tiñe con tintes épicos, los teclados son los protagonistas acompañados por arpegios sutiles, y los bajos y bombos aparecen intermitentemente para dar dramatismo a este relato que se extingue con la misma delicadeza con la que empieza. Esto nos lleva a “Little Boy”, expresando una luminosidad melancólica. La intensidad del Mogwai de antaño ya no está en los decibeles altos, sino que va desde lo hipnótico hasta un éxtasis elegante que no desperdicia energías y que se extingue sólo para volver a la tranquilidad, la misma que acompaña a “Are You A Dancer?”, con un violín que emerge para mecer lenta y plácidamente, y la guitarra que parece casi imperceptible, haciéndose notar en un dueto melódico que nos deja el final de un violín que se apaga con las últimas notas veloces, como quemándose más rápido, expirando su último aliento.
Esta delicadeza se interrumpe de súbito con un sintetizador monocorde en “Tzar”, que avanza hasta convertirse en acordes acompañados por una base que termina explotando de manera estridente: estamos ante el Mogwai de “Rock Action” (2001). Las armonías estallan y son acompañadas de sintetizadores puestos estratégicamente, dando paso a la última canción: “Fat Man”, con un bombo profundísimo, casi aterrador. El piano suena como un lamento y una sensación de extrañeza e incertidumbre profunda llena la atmósfera. El relato de Mogwai nos devasta. Se abren paso sintetizadores, bajo, guitarra y todo fluye en notas que hablan, se responden, juegan y revolotean en torno al bombo que, como un tanque, sigue su marcha lenta pero implacable, sólo para dejar el espacio al silencio con una nota aguda e intermitente del piano que cierra el álbum.
“Atomic” es un relato que funciona de manera independiente al filme del que es banda sonora. El conjunto del disco opera de manera “A-tomica” (de su etimología del griego), sin cortes, sin división, como un todo, que a la vez tiene la capacidad de “dejar de una pieza”. El álbum, de manera inteligente, nos lleva desde la calma hasta la desesperación, de la calidez a la frialdad, con el sonido de un Mogwai espacial que no se cansa de experimentar, pero que muestra un cariz calmo, elegante y con una intensidad profundamente emotiva, pero que no llega a ser desbordante.
“Hardcore these days is kinda fucking cool”, sentencia una de las voces en el collage de grabaciones que se escuchan en “Calling Card”. Se trata de la sexta de diez canciones que componen “Only Constant” y es bastante certera en su apreciación. Hoy en día, la escena hardcore atraviesa un refrescante momento de proliferación en los distintos circuitos subterráneos del mundo. Y es que, si bien el hardcore y el punk componen una nutrida e ininterrumpida contracultura, resultaba necesario actualizar los cuestionamientos en torno a este estilo. Con discos como el de GEL, el intercambio generacional se hace latente, mediante un sonido visceral hecho por y para las nuevas generaciones.
En el primer álbum de estudio y en solitario de la banda de New Jersey, la mixtura entre lo nuevo y lo tradicional es de los primeros puntos interesantes que merecen una revisión. Ya sea en la estética o la conformación de los miembros, como también en el contenido de sus canciones, es notorio que los intimidantes y trillados estereotipos se pasan por alto; sin embargo, la crudeza de un sonido cavernario sigue tan latente como en aquellas bandas de hardcore en los ochenta. Justo homenaje también hace la portada, con un arte en blanco y negro que esconde una reminiscencia a exponentes del anarco punk inglés, como los pioneros Crass o Rudimentary Peni.
Con sólo una decena de canciones en un total de 16 minutos, GEL ofrece una fulminante embestida sonora en su estado más elemental. Desde los primeros acoples de guitarra en “Honed Blade”, la banda desarrolla su compromiso con una fórmula cuya máxima es la aspereza del ruido. En este aspecto, el carisma de Sami Kaiser en la voz logra transmitir aquella urgencia destructiva, con gritos aguerridos que destilan la agresiva actitud del quinteto. Como un cúmulo de puñetazos cortos pero arrolladores, “Fortified”, “Attainable”, “Out Of Mind” y “Dicey” repasan la primera mitad del disco en unos comprimidos siete minutos, donde los constantes cambios de velocidad entregan un caótico viaje de exigente ejecución.
Durante el único respiro a lo largo de “Only Constant”, el interludio “Calling Card” se perfila como una llamativa y experimental forma de presentarse como banda. A través de la voz de sus fanáticos, GEL dibuja una declaración de principios donde, entre otras cosas, dejan en claro su identidad abanderada con lo “freak”. Con menos de un minuto de duración, “The Way Out” retoma la rapidez predominante; “Snake Skin” es una alusión sin mayores rodeos a las personalidades hipócritas; mientras que “Compossure”, la más extensa del álbum, se despide en poco más de 170 segundos con una de las canciones más distorsionadas de un álbum de por sí ruidoso.
Sin mucha cabida para sobreanalizar, “Only Constant” es una pieza de ferocidad que no entrega puntos medios: se le aprecia por su simpleza, o simplemente pasa desapercibido por aquellos que no son convocados por esta breve experiencia de caos. En un álbum que se siente con las vísceras, el prometedor “debut” de GEL le da voz a una nueva generación de hardcore punk, jugándosela por la importancia en lo no verbalizado, y posicionándose con coherencia sin caer en repetitivas caricaturas.