Lo más fácil en estos casos es pensar en comparaciones con el pasado. Mal que mal, Marr es la otra gran mitad de The Smiths y, a diferencia del divisivo Morrissey, a Johnny le tomó más de 25 años armar un disco debut como solista. Entonces se piensa en la obra de su banda más reconocida o en todos los proyectos donde Marr sobrellevó estos años. Pero “The Messenger”, el primer álbum que Johnny Marr firma con su nombre (los anteriores era con The Healers), no quiere ser comparado con nada. A cambio, ofrece un sonido atemporal, galopante y brillante, pero que, por tratar de rescatar el rock de guitarras melódicas, termina cercado en sus buenas intenciones, aislado de la innovación que ha caracterizado a Marr en cada uno de sus proyectos.
Es cosa de escuchar The Cribs, Electronic o The The para notar que no sólo crea canciones buenas, sino que busca el paso más allá. Por eso es extraño escuchar un disco como este, que ofrece más efectividad que novedad. Quizás es la mayor vuelta a las raíces de un músico que nunca tuvo la necesidad de mostrar un origen siempre y cuando el siguiente paso estuviera pronto a ser realizado. De todas formas este trabajo es una joya en su acotado contexto. El sonido es una celebración del poder de la guitarra; un álbum de un guitarrista que ama el instrumento. Y las melodías y arpegios son brillantes, iluminando cada espacio de los 48 minutos que dura “The Messenger”, con el talento del trabajólico Marr siempre en marcha.
El inicio con “The Right Thing Right” muestra aquellos ritmos galopantes y melodías clásicas de cualquier canción de pop-rock británico que se precie de tal, mientras que “I Want The Heartbeat” recuerda a Arctic Monkeys o Kasabian, y “European Me” a los inicios de Miles Kane, pero todo con el especial sentido para las armonías de guitarra que tiene Marr.
El gran problema del disco, es que algunos tracks hacen que el promedio decaiga como la U2-esca “Say Demesne” que, además, por su duración languidece la escucha del álbum, igual que “The Crack Up”, pero cerca del final “New Town Velocity” y sus guitarras al comienzo nos hacen creer que The Smiths sigue viviendo en Marr, pese a que el disco no vaya en esa dirección.
Porque lo que hace Johnny Marr es apelar al pasado, pero no copiando lo que antes hizo o lo que existió, sino que revisitando esos sonidos tal y como varios lo han hecho en la actualidad. De todas formas, el sonido puede parecerle rudimentario a varios por ser este, como se mencionó anteriormente, un disco esencialmente de sonido guitarrero, y que termina entrampando a “The Messenger”, un trabajo con grandes ideas en un par de reproducciones antes de cansar al oyente. Al final, como un todo no funciona, pero sí existen grandes canciones por separado para que este mensajero nos de la buena nueva de que seguirá dando que hablar con su nombre por un buen rato.
“Hardcore these days is kinda fucking cool”, sentencia una de las voces en el collage de grabaciones que se escuchan en “Calling Card”. Se trata de la sexta de diez canciones que componen “Only Constant” y es bastante certera en su apreciación. Hoy en día, la escena hardcore atraviesa un refrescante momento de proliferación en los distintos circuitos subterráneos del mundo. Y es que, si bien el hardcore y el punk componen una nutrida e ininterrumpida contracultura, resultaba necesario actualizar los cuestionamientos en torno a este estilo. Con discos como el de GEL, el intercambio generacional se hace latente, mediante un sonido visceral hecho por y para las nuevas generaciones.
En el primer álbum de estudio y en solitario de la banda de New Jersey, la mixtura entre lo nuevo y lo tradicional es de los primeros puntos interesantes que merecen una revisión. Ya sea en la estética o la conformación de los miembros, como también en el contenido de sus canciones, es notorio que los intimidantes y trillados estereotipos se pasan por alto; sin embargo, la crudeza de un sonido cavernario sigue tan latente como en aquellas bandas de hardcore en los ochenta. Justo homenaje también hace la portada, con un arte en blanco y negro que esconde una reminiscencia a exponentes del anarco punk inglés, como los pioneros Crass o Rudimentary Peni.
Con sólo una decena de canciones en un total de 16 minutos, GEL ofrece una fulminante embestida sonora en su estado más elemental. Desde los primeros acoples de guitarra en “Honed Blade”, la banda desarrolla su compromiso con una fórmula cuya máxima es la aspereza del ruido. En este aspecto, el carisma de Sami Kaiser en la voz logra transmitir aquella urgencia destructiva, con gritos aguerridos que destilan la agresiva actitud del quinteto. Como un cúmulo de puñetazos cortos pero arrolladores, “Fortified”, “Attainable”, “Out Of Mind” y “Dicey” repasan la primera mitad del disco en unos comprimidos siete minutos, donde los constantes cambios de velocidad entregan un caótico viaje de exigente ejecución.
Durante el único respiro a lo largo de “Only Constant”, el interludio “Calling Card” se perfila como una llamativa y experimental forma de presentarse como banda. A través de la voz de sus fanáticos, GEL dibuja una declaración de principios donde, entre otras cosas, dejan en claro su identidad abanderada con lo “freak”. Con menos de un minuto de duración, “The Way Out” retoma la rapidez predominante; “Snake Skin” es una alusión sin mayores rodeos a las personalidades hipócritas; mientras que “Compossure”, la más extensa del álbum, se despide en poco más de 170 segundos con una de las canciones más distorsionadas de un álbum de por sí ruidoso.
Sin mucha cabida para sobreanalizar, “Only Constant” es una pieza de ferocidad que no entrega puntos medios: se le aprecia por su simpleza, o simplemente pasa desapercibido por aquellos que no son convocados por esta breve experiencia de caos. En un álbum que se siente con las vísceras, el prometedor “debut” de GEL le da voz a una nueva generación de hardcore punk, jugándosela por la importancia en lo no verbalizado, y posicionándose con coherencia sin caer en repetitivas caricaturas.