Existe una infinidad de bandas y artistas que, publicando un solo trabajo –o incluso ninguno–, se disuelven y pasan al olvido, sobre todo en la escena underground. En casos excepcionales, algún melómano rescata ese material, lo difunde, revaloriza y logra que dicha agrupación tome carácter de culto. Hasta hace no mucho, Gospel estaba dentro de ese último grupo porque, tras 17 años, los neoyorkinos ponen fin a su prematuro y extenso silencio con su segundo álbum, continuando la posta que habían iniciado con ese tesoro del screamo llamado “The Moon Is A Dead World” (2005).
Un pedazo de cartón y letras rayadas con plumón en la portada son suficiente presentación para un grupo que vuelve desde la nada y, pese a que sus cuatro miembros se encontraban prácticamente alejados de la música, con un trabajo retratado en esta nueva entrega que parece decirnos lo contrario. De principio a fin, lo desarrollado en “The Loser” es una continuación cuasi inmediata de lo realizado en el pasado, exacerbando la sofisticación sónica, tal vez entregada por el mismo transcurso del tiempo y por la madurez de sus integrantes, equilibrándolo con los remanentes de un otrora caótico ímpetu adolescente.
Acá el gran matiz son los sintetizadores, protagonistas estelares en esta nueva versión de Gospel. Las capas y melodías que aportan estos instrumentos, en manos de Johnathan Pastir, fortalecen el componente progresivo que la agrupación siempre dejó entrever en su propuesta, revalorizando su vocación experimental, una que en su obra predecesora estaba principalmente bajo responsabilidad de las guitarras y las complejidades rítmicas. Esta nueva faceta es más evidente en temas como “Hyper” y “S.R.O.” que, en pleno clímax del álbum, hacen evidente la influencia que sonoridades progresivas de inicios de los 70 han tenido en el desarrollo y evolución de la banda.
Varían los colores y texturas, pero todo esto no es una novedad abismal respecto al pasado, pues, si el post-hardcore siempre se ha caracterizado por abrir espacio a la experimentación dentro de ese grupúsculo, Gospel supo destacar por ir incluso más al límite que sus contemporáneos. Mientras sus pares en la escena screamo se han inclinado por los temas contundentes, estridentes y de corta duración, “The Loser” mantiene viva la premisa de proyectar la misma intensidad, pero en composiciones de largo aliento, alejados de los arquetipos del género. Las dos canciones mencionadas anteriormente, junto con el aura contemplativo de “Metallic Olives”, la extravagancia jazzera de “Tango” o el acertado cierre de “Warm Bed”, son evidencia de ello.
Tampoco hay que pasar por alto aquellas piezas que, en parte, sacrifican una cuota del componente melódico atmosférico para mantener en primer plano aquella avasalladora energía que los mantiene atados a la escena. En ese sentido, los riffs de Adam Dooling y Sean Miller –en guitarra y bajo, respectivamente–, la versatilidad y desenfreno rítmico de Vincent Roseboom, junto a los alaridos vocales del primero de ellos, hacen vívido el caos en tracks como “Deerghost” o la inaugural “Bravo”, siendo esta última la que en buena medida mejor logra balancear ambas facetas del álbum.
Bandas como Gospel son aquellas que nos hacen cuestionar, o de lleno ignorar, esa difusa línea que puede determinar el apellido del rock que estamos escuchando, puesto que, aquello que importa realmente es la capacidad de experimentar. “The Loser” logra ser tan brutal como contemplativo, disolviendo cada una de sus facetas en la otra generando un cuerpo completamente original. Si comparamos este trabajo con el de 2005, a simple vista pudiesen parecer dos bandas diferentes, pero, pese al paso del tiempo, sigue vivo el espíritu disruptivo de aquellos perdedores que regresaron tras un largo viaje a ese mundo muerto llamado Luna.
“Hardcore these days is kinda fucking cool”, sentencia una de las voces en el collage de grabaciones que se escuchan en “Calling Card”. Se trata de la sexta de diez canciones que componen “Only Constant” y es bastante certera en su apreciación. Hoy en día, la escena hardcore atraviesa un refrescante momento de proliferación en los distintos circuitos subterráneos del mundo. Y es que, si bien el hardcore y el punk componen una nutrida e ininterrumpida contracultura, resultaba necesario actualizar los cuestionamientos en torno a este estilo. Con discos como el de GEL, el intercambio generacional se hace latente, mediante un sonido visceral hecho por y para las nuevas generaciones.
En el primer álbum de estudio y en solitario de la banda de New Jersey, la mixtura entre lo nuevo y lo tradicional es de los primeros puntos interesantes que merecen una revisión. Ya sea en la estética o la conformación de los miembros, como también en el contenido de sus canciones, es notorio que los intimidantes y trillados estereotipos se pasan por alto; sin embargo, la crudeza de un sonido cavernario sigue tan latente como en aquellas bandas de hardcore en los ochenta. Justo homenaje también hace la portada, con un arte en blanco y negro que esconde una reminiscencia a exponentes del anarco punk inglés, como los pioneros Crass o Rudimentary Peni.
Con sólo una decena de canciones en un total de 16 minutos, GEL ofrece una fulminante embestida sonora en su estado más elemental. Desde los primeros acoples de guitarra en “Honed Blade”, la banda desarrolla su compromiso con una fórmula cuya máxima es la aspereza del ruido. En este aspecto, el carisma de Sami Kaiser en la voz logra transmitir aquella urgencia destructiva, con gritos aguerridos que destilan la agresiva actitud del quinteto. Como un cúmulo de puñetazos cortos pero arrolladores, “Fortified”, “Attainable”, “Out Of Mind” y “Dicey” repasan la primera mitad del disco en unos comprimidos siete minutos, donde los constantes cambios de velocidad entregan un caótico viaje de exigente ejecución.
Durante el único respiro a lo largo de “Only Constant”, el interludio “Calling Card” se perfila como una llamativa y experimental forma de presentarse como banda. A través de la voz de sus fanáticos, GEL dibuja una declaración de principios donde, entre otras cosas, dejan en claro su identidad abanderada con lo “freak”. Con menos de un minuto de duración, “The Way Out” retoma la rapidez predominante; “Snake Skin” es una alusión sin mayores rodeos a las personalidades hipócritas; mientras que “Compossure”, la más extensa del álbum, se despide en poco más de 170 segundos con una de las canciones más distorsionadas de un álbum de por sí ruidoso.
Sin mucha cabida para sobreanalizar, “Only Constant” es una pieza de ferocidad que no entrega puntos medios: se le aprecia por su simpleza, o simplemente pasa desapercibido por aquellos que no son convocados por esta breve experiencia de caos. En un álbum que se siente con las vísceras, el prometedor “debut” de GEL le da voz a una nueva generación de hardcore punk, jugándosela por la importancia en lo no verbalizado, y posicionándose con coherencia sin caer en repetitivas caricaturas.