Lo de Gorillaz siempre ha tenido que ver con dar vida a un espacio donde las cosas pueden ser llevadas un poco más allá de lo convencional. Inicialmente centrado en la idea de la banda de personajes animados, el “colectivo” se ha ido transformado en una suerte de ente colaborativo inquieto y desafiante, donde el hilo conductor que amalgama cada uno de los ingredientes que dan vida a la oferta por momentos puede ser equívoco y difícil de atrapar. En esta oportunidad, el conjunto se cuelga de la jerga televisiva para dar vida a su séptimo larga duración y nos golpea con un concepto donde ya no hay singles ni discos, sino que episodios y temporadas, en un giro que pareciera ser trivial (o cosmético, si se quiere), pero que al final del día termina siendo fundamental para entender la suerte de compilado que tenemos con nosotros.
Sin ir más lejos, la idea original del conjunto nunca fue lanzar un álbum, “Song Machine” estuvo pensado como un programa (en el estilo de los capítulos de “Later… With Jools Holland”), donde un anfitrión (Gorillaz) recibe a un artista invitado y, además de entrevistarlo, se aventura a crear algo en conjunto. El espíritu del proyecto, de hecho, quedaba muy bien definido por Russel Hobbs, baterista de la banda, quien luego del anuncio del primer episodio declaraba: “‘Song Machine’ es una forma completamente nueva de hacer lo que hacemos. Gorillaz está rompiendo el molde, básicamente porque el molde es muy viejo. De hecho, ni siquiera sabemos quién va a ser el próximo invitado al estudio. ‘Song Machine’ se alimenta y moviliza con el caos y lo desconocido”.
Entendido de esa forma, el álbum que tenemos al frente es prácticamente perfecto, básicamente porque no persigue ser más que una suerte de resumen, y en esa dinámica se gradúa con honores porque que el nivel que alcanza cada uno de sus episodios es excepcionalmente brillante. Desde los primeros segundos, marcados por el inconfundible sello vocal de Robert Smith, “Song Machine, Season One: Strange Timez” nos introduce en un universo paralelo, donde, por alguna razón misteriosa, cada uno de los invitados a la fiesta termina brillando con una intensidad que a varios de ellos no le habíamos visto en años. Sin ir más lejos, y a pesar de tener carreras activas y exitosas, el frontman de The Cure y Beck se anotan una dupla gigantesca para abrir el álbum, golpeándonos con dos cortes de base discofunk y un groove abiertamente adictivo.
En términos de tempo, el respiro viene de la mano de cortes como “The Lost Chord” que, por atmósfera, rememora lo más nuevo de Arctic Monkeys, mientras que “Pac-Man” y “Friday 13th” nos trasladan musicalmente a estaciones pasadas del catálogo del grupo liderado por 2-D, con la primera de ellas reviviendo las claves de los primeros discos del conjunto, mientras que la segunda echa mano al efectivo R&B de Octavian, resucitando la esencia etérea del insuperable “Plastic Beach” (2010). Y es en esta línea más pausada donde, con la balada “The Pink Phantom”, aparece uno de los pocos momentos “conflictivos” del registro. En teoría, intentar fusionar la exuberante identidad de Elton John con el hip-hop (inundado de auto–tune) de 6LACK pareciera ser un error, sin embargo, lo cierto es que en este universo no sólo termina por funcionar, sino que además agrega una capa de complejidad adicional al larga duración.
Menos conflictiva resulta ser la participación de Fatoumata Diawara, quien nos regala uno de los puntos más altos del registro con el hipnótico R&B orquestado de “Désolé”. Lo mismo pasa en el área de los “duetos”, donde el álbum termina anotándose dos joyas que, si bien ya conocíamos hace un tiempo, no dejan de ser espectaculares. La primera de ellas es “Aries”, encargada de abrir el “lado B” de la edición estándar, con un Peter Hook robándose el track por completo, con una increíblemente cándida línea de bajo que grita New Order por cada rincón, pero que, a su vez, logra fluir con identidad propia gracias al trabajo de Georgia en la base rítmica. Y por último “Momentary Bliss”, encargada de cerrar del disco y trasladarnos de vuelta al Gorillaz más lúdico (ese que por fortuna parece nunca acabarse) para cerrar la fiesta, en clave skapunk, lo más arriba posible.
Si uno tuviera que resumir lo que tenemos al frente, quizás lo primero sería decir que “Song Machine, Season One: Strange Timez” es algo así como un retorno a la forma del conjunto. En esta oportunidad Gorillaz justamente triunfa donde sus discos previos habían fracasado, sobre todo al momento de lograr cohesionar las distintas personalidades que desfilan por el larga duración, haciendo de estas más que simples cameos para la galería, sino que creando espacios de creación, donde cada artista se fusiona con el siguiente de una manera precisa y calculada. Es en este terreno donde Albarn (asumiendo un rol fundamentalmente detrás de las cámaras) termina anotándose su mayor éxito, transformándose él mismo en el eje conductor de la propuesta. A dos décadas de su creación, Gorillaz sigue siendo un proyecto tremendamente ecléctico, a veces errático, pero, sobre todo, aún lleno de vida y provocador.
“Hardcore these days is kinda fucking cool”, sentencia una de las voces en el collage de grabaciones que se escuchan en “Calling Card”. Se trata de la sexta de diez canciones que componen “Only Constant” y es bastante certera en su apreciación. Hoy en día, la escena hardcore atraviesa un refrescante momento de proliferación en los distintos circuitos subterráneos del mundo. Y es que, si bien el hardcore y el punk componen una nutrida e ininterrumpida contracultura, resultaba necesario actualizar los cuestionamientos en torno a este estilo. Con discos como el de GEL, el intercambio generacional se hace latente, mediante un sonido visceral hecho por y para las nuevas generaciones.
En el primer álbum de estudio y en solitario de la banda de New Jersey, la mixtura entre lo nuevo y lo tradicional es de los primeros puntos interesantes que merecen una revisión. Ya sea en la estética o la conformación de los miembros, como también en el contenido de sus canciones, es notorio que los intimidantes y trillados estereotipos se pasan por alto; sin embargo, la crudeza de un sonido cavernario sigue tan latente como en aquellas bandas de hardcore en los ochenta. Justo homenaje también hace la portada, con un arte en blanco y negro que esconde una reminiscencia a exponentes del anarco punk inglés, como los pioneros Crass o Rudimentary Peni.
Con sólo una decena de canciones en un total de 16 minutos, GEL ofrece una fulminante embestida sonora en su estado más elemental. Desde los primeros acoples de guitarra en “Honed Blade”, la banda desarrolla su compromiso con una fórmula cuya máxima es la aspereza del ruido. En este aspecto, el carisma de Sami Kaiser en la voz logra transmitir aquella urgencia destructiva, con gritos aguerridos que destilan la agresiva actitud del quinteto. Como un cúmulo de puñetazos cortos pero arrolladores, “Fortified”, “Attainable”, “Out Of Mind” y “Dicey” repasan la primera mitad del disco en unos comprimidos siete minutos, donde los constantes cambios de velocidad entregan un caótico viaje de exigente ejecución.
Durante el único respiro a lo largo de “Only Constant”, el interludio “Calling Card” se perfila como una llamativa y experimental forma de presentarse como banda. A través de la voz de sus fanáticos, GEL dibuja una declaración de principios donde, entre otras cosas, dejan en claro su identidad abanderada con lo “freak”. Con menos de un minuto de duración, “The Way Out” retoma la rapidez predominante; “Snake Skin” es una alusión sin mayores rodeos a las personalidades hipócritas; mientras que “Compossure”, la más extensa del álbum, se despide en poco más de 170 segundos con una de las canciones más distorsionadas de un álbum de por sí ruidoso.
Sin mucha cabida para sobreanalizar, “Only Constant” es una pieza de ferocidad que no entrega puntos medios: se le aprecia por su simpleza, o simplemente pasa desapercibido por aquellos que no son convocados por esta breve experiencia de caos. En un álbum que se siente con las vísceras, el prometedor “debut” de GEL le da voz a una nueva generación de hardcore punk, jugándosela por la importancia en lo no verbalizado, y posicionándose con coherencia sin caer en repetitivas caricaturas.