Es curioso lo que ocurre con Five Finger Death Punch: en Estados Unidos y en Europa son, acaso, la banda “nueva” de moda, llevando a sus shows en promedio quince mil personas, teniendo de teloneros verdaderas leyendas como Megadeth, o agrupaciones con un público consolidado como Papa Roach y llegando a una audiencia de todas las edades, incluso niños. No obstante, acá en Chile han tenido un impacto más bien menor. Si bien es cierto son conocidos, no causan la misma efervescencia que en latitudes septentrionales. Esto llama la atención, considerando que la fórmula de la banda liderada por su guitarrista Zoltan Bathory es hacer una música que lleva el metal hacia su extremo más accesible, consolidando su relación beneficiosa con el mainstream y que en estas tierras, como es lógico, siempre ha redituado bien.
Por lo anterior, lo que ocurra con su octavo opus “F8” será determinante para la banda en su carrera por alcanzar el reconocimiento mundial, pues, sin temor a equívocos, es su trabajo más comercial. El quinteto deja poco espacio para la improvisación y cada nota y acorde están pensados para una posible rotación en listas de reproducción online, radios y videos en redes sociales. Esto de ninguna manera se debe leer en tono peyorativo, toda vez que no implica necesariamente que su manufactura sea de mala calidad. Muy por el contrario, el álbum tiene el foco claro y no contiene pretensiones de originalidad exacerbada (algo muy típico en la actualidad), lo que ayuda a que sea coherente y profesional.
Como es obvio, “F8” se encuentra lleno de temas gancheros, comprensibles, con estructura y coros fáciles de recordar. “Inside Out”, “Living The Dream” y “Mother May I (Tic Toc)” son los mejores exponentes de aquello, construidos bajo una misma receta que descansa sobre el excelente registro que alcanza Ivan Moody, unos beats de batería sencillos y guitarras un tanto ahogadas, pero perfectas para que el vocalista brille sobre ellas. Si bien esto aplica a la mayoría de las canciones, es particularmente evidente en las tres reseñadas.
“F8” no es un disco de grandes virtudes ni tampoco de sonadas fallas. Sin embargo, como un punto al debe está la existencia de temas que suenan un tanto artificiales, debido principalmente a un choque entre la mezcla –funcional a la radio– con la agresividad de la composición misma. “Bottom Of The Top” es un ejemplo de aquello: una batería poco orgánica, pero que es forzada a un mayor protagonismo, termina por ahogar al resto de elementos. Por otro lado, esta clase de composición recuerda un tanto al “Vol. 3: (The Subliminal Verses)” (2004) de Slipknot, con Moody gesticulando de forma similar a Corey Taylor, algo innecesario y que se repite en “This Is War” y con menor intensidad en “Scar Tissue”, sin duda los tres cortes más desencajados del álbum, pero no por ello descartables.
La producción del disco puede ser controversial y bastante opinable desde el punto de vista que se mire. Si establecemos que 5FDP es una banda de metal pesado, se puede criticar las guitarras sin cuerpo, las grandes cantidades de arreglos y una base bajo / batería repetitiva de baja densidad. Sin embargo, al asumir que se trata de un disco eminentemente comercial, no hay nada de malo en aquello. Es más, una canción como “A Little Bit Off”, que roza el pop, suena fresca y directa. Lo mismo ocurre con “To Be Alone” y con “Leave It All Behind”, que rescatan lo mejor de las producciones de las bandas MTV de comienzos del milenio, con sonidos accesibles. En ese sentido, es muy destacable que este disco sea en todos sus elementos abiertamente un ejercicio honesto por querer ampliar la base de fans del quinteto, al expandir los límites más allá del público rockero/metalero. Esto es preferible a obras pretenciosas de singularidad, que pasan a ser extravagantes e intrascendentes.
Finalmente, y como consecuencia de esta intención deliberada de la banda, no es casualidad que los dos mejores cortes del disco sean las baladas “Darkness Settles In” y “Brighter Side Of Grey”, las que, si bien no están a la altura de los clásicos, exponen nuevamente el mejor lado de Moody, ya despercudido de los demonios originados por su adicción al alcohol, evocando melodías que acompañan al oyente de manera repetitiva más allá de su escucha. Y así, Five Finger Death Punch demuestra que la honestidad en la música es lo mejor que puede ocurrir. “F8” es un disco directo, realizado para las masas y sin ninguna ponzoña de querer cambiar las reglas del juego. Ellos no suponen la salvación ni la última gran novedad, pero este álbum se puede disfrutar sin complejos. Quizás eso, paradójicamente, los aleje del fan local.
“Hardcore these days is kinda fucking cool”, sentencia una de las voces en el collage de grabaciones que se escuchan en “Calling Card”. Se trata de la sexta de diez canciones que componen “Only Constant” y es bastante certera en su apreciación. Hoy en día, la escena hardcore atraviesa un refrescante momento de proliferación en los distintos circuitos subterráneos del mundo. Y es que, si bien el hardcore y el punk componen una nutrida e ininterrumpida contracultura, resultaba necesario actualizar los cuestionamientos en torno a este estilo. Con discos como el de GEL, el intercambio generacional se hace latente, mediante un sonido visceral hecho por y para las nuevas generaciones.
En el primer álbum de estudio y en solitario de la banda de New Jersey, la mixtura entre lo nuevo y lo tradicional es de los primeros puntos interesantes que merecen una revisión. Ya sea en la estética o la conformación de los miembros, como también en el contenido de sus canciones, es notorio que los intimidantes y trillados estereotipos se pasan por alto; sin embargo, la crudeza de un sonido cavernario sigue tan latente como en aquellas bandas de hardcore en los ochenta. Justo homenaje también hace la portada, con un arte en blanco y negro que esconde una reminiscencia a exponentes del anarco punk inglés, como los pioneros Crass o Rudimentary Peni.
Con sólo una decena de canciones en un total de 16 minutos, GEL ofrece una fulminante embestida sonora en su estado más elemental. Desde los primeros acoples de guitarra en “Honed Blade”, la banda desarrolla su compromiso con una fórmula cuya máxima es la aspereza del ruido. En este aspecto, el carisma de Sami Kaiser en la voz logra transmitir aquella urgencia destructiva, con gritos aguerridos que destilan la agresiva actitud del quinteto. Como un cúmulo de puñetazos cortos pero arrolladores, “Fortified”, “Attainable”, “Out Of Mind” y “Dicey” repasan la primera mitad del disco en unos comprimidos siete minutos, donde los constantes cambios de velocidad entregan un caótico viaje de exigente ejecución.
Durante el único respiro a lo largo de “Only Constant”, el interludio “Calling Card” se perfila como una llamativa y experimental forma de presentarse como banda. A través de la voz de sus fanáticos, GEL dibuja una declaración de principios donde, entre otras cosas, dejan en claro su identidad abanderada con lo “freak”. Con menos de un minuto de duración, “The Way Out” retoma la rapidez predominante; “Snake Skin” es una alusión sin mayores rodeos a las personalidades hipócritas; mientras que “Compossure”, la más extensa del álbum, se despide en poco más de 170 segundos con una de las canciones más distorsionadas de un álbum de por sí ruidoso.
Sin mucha cabida para sobreanalizar, “Only Constant” es una pieza de ferocidad que no entrega puntos medios: se le aprecia por su simpleza, o simplemente pasa desapercibido por aquellos que no son convocados por esta breve experiencia de caos. En un álbum que se siente con las vísceras, el prometedor “debut” de GEL le da voz a una nueva generación de hardcore punk, jugándosela por la importancia en lo no verbalizado, y posicionándose con coherencia sin caer en repetitivas caricaturas.