No cabe duda de que el regreso de Danzig era uno de los más esperados del año. Muchos aún tienen en la retina el concierto del 11 de noviembre de 2003 en el Estadio Víctor Jara, la única oportunidad que hemos tenido de ver al Misfits en nuestro país, y se espera que “Black Laden Crown” sea la excusa para verlo pisar suelo chileno luego de la abortada gira sudamericana de 2011. Tras el malogrado “Skeletons” (2015), disco de covers que aportó poco y nada a la carrera del cantante, y de la ansiada reunión de Misfits en 2016, era imperioso volver a escuchar las nuevas canciones del oriundo de New Jersey tras siete años de sequía de material original. “Black Laden Crown”, el registro número once de su carrera en solitario, se viene gestando desde febrero de 2014 en un proceso que tardó tres años en completarse y vio pasar a cinco bateristas distintos, entre ellos el propio Glenn Danzig, que también se encargó del bajo junto al guitarrista Tommy Victor.
La tripleta inicial constituida por “Black Laden Crown”, “Eyes Ripping Fire” y “Devil On Hwy 9” arranca de manera contundente, conservando el gancho que esperamos de la agrupación estadounidense y constituyendo una muestra bastante satisfactoria de que la vibra oscura y malévola de Danzig permanece intacta a base de riffs musculosos, baterías pesadas y una onda blusera que se confabula perfectamente en tiempos medios y lentos. Tommy Victor mantiene la tensión en canciones como “Last Ride”, la más sólida de todo el disco, con esa bruma espesa de paisajes sonoros hipnotizadores, o con la fantasmagórica “The Witching Hour”. Además, sostiene composiciones completas, como “But A Nightmare” o “Skulls & Daisies”, a base de armónicos -sello distintivo de la carrera de la banda desde los tiempos en que John Christ se hacía cargo de las seis cuerdas-, manejando perfectamente el riff como condimento principal de este cóctel vampírico en “Blackness Falls” y “Pull The Sun” hacia el final. Un buen cierre para una placa que, aunque preserva los valores del manual de estilo que el mismo Danzig creó, es bastante conservadora y no intenta ni necesita probar nada nuevo. No es un disco para los que recién empiezan a explorar el denso y lúgubre universo de la agrupación.
Si bien las ideas musicales son consistentes, no hay que escarbar muy profundo para encontrar los talones de Aquiles: la calidad del sonido y la voz. Glenn insiste en hacerse cargo de la producción, lo que se entiende desde el prisma del obsesivo control creativo que ejerce sobre sus trabajos, pero el resultado es bastante pobre. En este sentido, es inevitable pensar en la época dorada con Rick Rubin, en la que había una dirección que es importante a la hora de mezclar y encarar el producto final. “Black Laden Crown” adolece de una mezcla sólida; la guitarra y la voz se escuchan por encima de la batería y del bajo, problemas que son eludibles con una segunda opinión.
En lo lo vocal, es evidente que Danzig ya no está en sus mejores días y eso es palpable en “Pull The Sun”, una canción que habría resultado óptima si se hubiese ajustado el tono o la línea melódica, para encaminarla por una vía en que las falencias vocales no se hicieran notar. No es sólo que su voz haya perdido fuerza a sus 62 años, sino que además esta no se logra consolidar con la música, porque ambas lucen desbalanceadas y se perfilan como dos entidades separadas puestas una sobre la otra.
A pesar de los obstáculos mencionados, Danzig logra preservar esa vibra sensual y oscura que los fanáticos buscan en cada uno de sus discos. Es imposible medir esta placa con sus cuatro primeros trabajos, aunque nuestra mente inevitablemente visite esos parajes; omitiendo aquello, este es el esfuerzo más consistente de la banda en mucho tiempo. “Black Laden Crown” es un disco que, si bien no inventa la rueda, al menos podemos verla girar justo donde la dejó.
“Hardcore these days is kinda fucking cool”, sentencia una de las voces en el collage de grabaciones que se escuchan en “Calling Card”. Se trata de la sexta de diez canciones que componen “Only Constant” y es bastante certera en su apreciación. Hoy en día, la escena hardcore atraviesa un refrescante momento de proliferación en los distintos circuitos subterráneos del mundo. Y es que, si bien el hardcore y el punk componen una nutrida e ininterrumpida contracultura, resultaba necesario actualizar los cuestionamientos en torno a este estilo. Con discos como el de GEL, el intercambio generacional se hace latente, mediante un sonido visceral hecho por y para las nuevas generaciones.
En el primer álbum de estudio y en solitario de la banda de New Jersey, la mixtura entre lo nuevo y lo tradicional es de los primeros puntos interesantes que merecen una revisión. Ya sea en la estética o la conformación de los miembros, como también en el contenido de sus canciones, es notorio que los intimidantes y trillados estereotipos se pasan por alto; sin embargo, la crudeza de un sonido cavernario sigue tan latente como en aquellas bandas de hardcore en los ochenta. Justo homenaje también hace la portada, con un arte en blanco y negro que esconde una reminiscencia a exponentes del anarco punk inglés, como los pioneros Crass o Rudimentary Peni.
Con sólo una decena de canciones en un total de 16 minutos, GEL ofrece una fulminante embestida sonora en su estado más elemental. Desde los primeros acoples de guitarra en “Honed Blade”, la banda desarrolla su compromiso con una fórmula cuya máxima es la aspereza del ruido. En este aspecto, el carisma de Sami Kaiser en la voz logra transmitir aquella urgencia destructiva, con gritos aguerridos que destilan la agresiva actitud del quinteto. Como un cúmulo de puñetazos cortos pero arrolladores, “Fortified”, “Attainable”, “Out Of Mind” y “Dicey” repasan la primera mitad del disco en unos comprimidos siete minutos, donde los constantes cambios de velocidad entregan un caótico viaje de exigente ejecución.
Durante el único respiro a lo largo de “Only Constant”, el interludio “Calling Card” se perfila como una llamativa y experimental forma de presentarse como banda. A través de la voz de sus fanáticos, GEL dibuja una declaración de principios donde, entre otras cosas, dejan en claro su identidad abanderada con lo “freak”. Con menos de un minuto de duración, “The Way Out” retoma la rapidez predominante; “Snake Skin” es una alusión sin mayores rodeos a las personalidades hipócritas; mientras que “Compossure”, la más extensa del álbum, se despide en poco más de 170 segundos con una de las canciones más distorsionadas de un álbum de por sí ruidoso.
Sin mucha cabida para sobreanalizar, “Only Constant” es una pieza de ferocidad que no entrega puntos medios: se le aprecia por su simpleza, o simplemente pasa desapercibido por aquellos que no son convocados por esta breve experiencia de caos. En un álbum que se siente con las vísceras, el prometedor “debut” de GEL le da voz a una nueva generación de hardcore punk, jugándosela por la importancia en lo no verbalizado, y posicionándose con coherencia sin caer en repetitivas caricaturas.