Las separaciones o entradas en híato de las bandas son un momento incómodo para todos los involucrados, partiendo por los mismos integrantes y siguiendo con los fans, pero también suele ser un terreno fértil para aventuras personales y derroches de talento contenidos por años de presiones internas. De eso y más va la historia de Daniel Rossen con Grizzly Bear, por lo general a la sombra de (o escudado en, quién sabe) Ed Droste, quien abandonó la banda en 2020 para perseguir una carrera como terapeuta, por lo que Rossen tuvo por fin su momento de brillar con luces propias con su debut en larga duración, “You Belong There”.
En estricto rigor –y por eso es necesario hacer hincapié en “larga duración”– no es su debut en lides solitarias, porque hace diez años publicó un EP llamado “Silent Hour / Golden Mile” con más que modesto éxito, pero que ya mostraba atisbos de lo que despliega con garbo en “You Belong There”; pese a todo, y como bien dice el dicho, “el primer disco que tarda toda una vida en llegar”. Aunque el título es someramente tranquilizador, en realidad es una maraña tensa y por muchos ratos oscura de folk complejo y lleno de cambios desconcertantes, y acordes que parecen ir de paso, pero que se convierten en pilares alrededor de los cuales bailan los demás elementos sonoros; una suerte de rock desnudo en cuerpo y alma, sin embargo, al servicio del cinematismo heredero de arreglistas y compositores como Randy Newman y Van Dyke Parks, prueba de ello son los arreglos de cuerdas que lo adornan.
Sin duda, este sonido proviene de Grizzly Bear, pero nunca algo relacionado con la banda había sonado así de melancólico y agobiante, casi como John Dowland recreando el “Lachrimae Pavan” en pleno siglo XXI con nuevos recursos y escasos de los elementos luminosos que comparten. Sin embargo, parte de la impenetrabilidad de este álbum radica en la sensación de vértigo que provoca estar a la deriva frente a un trabajo impredecible, parte free jazz y parte wall of sound tipo The Beach Boys, incluso tira del flamenco en “Unpeopled Space”. La entrada con “It’s A Passage” también bebe, aunque vagamente, del flamenco para desembocar en una especie de drone folk acústico tocado con ímpetu inusitado, algo de esto mismo también cruza “Shadow In The Frame”. En el ombligo del álbum está “Celia”, una balada embrujada y tristona a la que sigue “Tangle”, probablemente el momento más ansiosamente apoteósico del disco sin ser en lo absoluto estridente; son tres minutos y cuarenta y seis segundos de trinos de órgano y pulsos de contrabajo al servicio de una batería nerviosa.
El momento coral llega por cuenta de “I’ll Wait For Your Visit”. La canción más larga de las diez de este trabajo opera sobre las mismas guitarras espiraladas que varias de sus antecesoras, pero desde una vereda más intrincada, con distintas secciones y combinaciones de elementos, quizás afín a “Keeper And Kin”, aunque hay más luminosidad dentro de su lamento arremolinado entre batería y guitarra arropado por un sutil y evocativo colchón de teclado; de hecho, las cosas comienzan a tomar un cariz más alegre desde “The Last One” hasta “Repeat The Pattern”, una suerte de epílogo esperanzador que le debe sobradamente a próceres del estilo y de este acercamiento melódico en particular, como Nick Drake o incluso más actuales como Elliott Smith.
Daniel Rossen disecciona la vulnerabilidad y le entrega un nuevo panorama sonoro a temáticas como la soledad y el desamparo de la vida adulta, la ansiedad y otras miserias, sin parecer melodramático ni demasiado cliché. Es un reencuentro consigo mismo, con su habilidad innata para la composición y con su destreza instrumental tocando prácticamente todo, excepto la batería, cuyo sillín toma con maestría Christopher Bear, su compinche desde Grizzly Bear pasando por Department Of Eagles. En algún momento, después del inicio del hiato de la banda y a poco andar de la creación de “You Belong There”, Rossen en una entrevista se autopreguntó: “¿Cómo vuelvo a lo que me atrajo de la música, en primer lugar?”, y si este álbum es la respuesta y este es el despegue definitivo de Rossen como solista en el mundo de la música y en estos términos, Grizzly Bear puede esperar lo que sea necesario.
“Hardcore these days is kinda fucking cool”, sentencia una de las voces en el collage de grabaciones que se escuchan en “Calling Card”. Se trata de la sexta de diez canciones que componen “Only Constant” y es bastante certera en su apreciación. Hoy en día, la escena hardcore atraviesa un refrescante momento de proliferación en los distintos circuitos subterráneos del mundo. Y es que, si bien el hardcore y el punk componen una nutrida e ininterrumpida contracultura, resultaba necesario actualizar los cuestionamientos en torno a este estilo. Con discos como el de GEL, el intercambio generacional se hace latente, mediante un sonido visceral hecho por y para las nuevas generaciones.
En el primer álbum de estudio y en solitario de la banda de New Jersey, la mixtura entre lo nuevo y lo tradicional es de los primeros puntos interesantes que merecen una revisión. Ya sea en la estética o la conformación de los miembros, como también en el contenido de sus canciones, es notorio que los intimidantes y trillados estereotipos se pasan por alto; sin embargo, la crudeza de un sonido cavernario sigue tan latente como en aquellas bandas de hardcore en los ochenta. Justo homenaje también hace la portada, con un arte en blanco y negro que esconde una reminiscencia a exponentes del anarco punk inglés, como los pioneros Crass o Rudimentary Peni.
Con sólo una decena de canciones en un total de 16 minutos, GEL ofrece una fulminante embestida sonora en su estado más elemental. Desde los primeros acoples de guitarra en “Honed Blade”, la banda desarrolla su compromiso con una fórmula cuya máxima es la aspereza del ruido. En este aspecto, el carisma de Sami Kaiser en la voz logra transmitir aquella urgencia destructiva, con gritos aguerridos que destilan la agresiva actitud del quinteto. Como un cúmulo de puñetazos cortos pero arrolladores, “Fortified”, “Attainable”, “Out Of Mind” y “Dicey” repasan la primera mitad del disco en unos comprimidos siete minutos, donde los constantes cambios de velocidad entregan un caótico viaje de exigente ejecución.
Durante el único respiro a lo largo de “Only Constant”, el interludio “Calling Card” se perfila como una llamativa y experimental forma de presentarse como banda. A través de la voz de sus fanáticos, GEL dibuja una declaración de principios donde, entre otras cosas, dejan en claro su identidad abanderada con lo “freak”. Con menos de un minuto de duración, “The Way Out” retoma la rapidez predominante; “Snake Skin” es una alusión sin mayores rodeos a las personalidades hipócritas; mientras que “Compossure”, la más extensa del álbum, se despide en poco más de 170 segundos con una de las canciones más distorsionadas de un álbum de por sí ruidoso.
Sin mucha cabida para sobreanalizar, “Only Constant” es una pieza de ferocidad que no entrega puntos medios: se le aprecia por su simpleza, o simplemente pasa desapercibido por aquellos que no son convocados por esta breve experiencia de caos. En un álbum que se siente con las vísceras, el prometedor “debut” de GEL le da voz a una nueva generación de hardcore punk, jugándosela por la importancia en lo no verbalizado, y posicionándose con coherencia sin caer en repetitivas caricaturas.