Levantar artistas es fácil, envolverlos en el hype de lo nuevo, de lo que la va a romper durante el año, es un ejercicio natural por parte de la prensa especializada, sobre todo la europea y estadounidense. El caso de la cantautora australiana Courtney Barnett es, en apariencia, uno de ellos. A sus 26 años, con dos EP a cuestas (“I’ve Got A Friend Called Emily Ferris” de 2012, y “How To Carve A Carrot Into A Rose” de 2013) ha cosechado críticas positivas en su país natal y concitó la atención internacional con su estilo a veces inexpresivo de voz y su habilidad para mezclar folk, indie y el rock de garage en un envase de pop rock estándar. Este año se creyó lo suficientemente preparada para dar el gran salto con su primer LP, y lo cierto es que, efectivamente, estaba muy bien preparada.
El título del álbum proviene de una cita de Alan Milne y su más famosa creación: el entusiasta fan de la miel, Winnie-The-Pooh, y hasta este punto se podría presuponer que se está frente a un disco intrínsecamente indie pop y, hasta cierto punto sí, su tono de voz similar a Sheryl Crow juega como medio de prueba, sin embargo, lo de Barnett es muy distinto, está profundamente enraizado en el grunge y el indie rock de los noventa: “Pedestrian At Best” podría entrar perfectamente en el catálogo de The Breeders.
“Elevator Operator”, track que abre el álbum, sirve como un ejemplo bastante conciso de lo que las diez canciones que le siguen pretenden mostrar. Barnett no siempre se preocupa de crear frases que calcen en la melodía; su estilo transita ingeniosamente entre el spoken word y lo derechamente melódico en las voces, demostrando poder insertar todo lo que tiene que decir en un compás, sin pasarse de largo ni quedarse corta.
Juguetea con el folk, a veces incluso con sutiles trazas de country, como en “An Illustration Of Loneliness (Sleepless In New York)”, derivando en ataques de distorsión en los coros. La vacilación entre balada y noise de “Small Poppies” sigue sumándole puntos al álbum; esa capacidad de crear in crescendos que no resultan bruscos, sino cuidadamente elaborados, ha sido y es una de las características de Barnett, casi como si Pixies y sus característicos vaivenes incursionaran en el blues. El folk se apodera totalmente de la australiana en “Depreston”, una preciosa canción proveniente de lo más recóndito del sonido americano, pero hecho en la tierra de los canguros. “Aqua Profunda!” sigue la línea de “Pedestrian At Best”, con riffs gancheros, precisos y disfrutables, mientras que “Dead Fox” muestra nuevamente su faceta de poetisa del rock, como una de sus influencias: la inconmensurable Patti Smith. Su capacidad de recitar sobre historias ingeniosas y simples, mientras ataca su guitarra, es destacable.
Es el ingenio en sus letras y su habilidad de insertarlas en el formato más simple posible, sin caer en la languidecencia ni las construcciones densas e inexplorables, lo que ha puesto a Bartnett en lo alto de las listas y las expectativas del año, y “Nobody Really Cares If You Don’t Go To The Party” es nuevamente una muestra de ello, retozando plácidamente en páramos pop, añadiéndoles distorsión como en “Debbie Downer”. Nuevamente recurriendo al parangón Patti Smith, “Kim’s Caravan” es su “Gloria”, una canción de casi siete minutos que comienza como una melodía amable, para terminar en una muralla de sonido, donde hasta las referencias a Jesús existen en las líricas, lo que quizás sea coincidencia, o quizás no. “Boxing Day Blues” es el track que cierra el disco, una delicada canción casi completamente acústica. Sólo el tiempo dirá qué tan grande será Courtney Barnett en el mundo de la música, pero a juzgar por su larga duración debut, se puede aseverar que algo grande está en camino, sólo resta esperar y disfrutar.
Artista: Courtney Barnett
Disco: Sometimes I Sit And Think, And Sometimes I Just Sit
Duración: 43:29
Año: 2015
Sello: Marathon Artists / House Anxiety / Milk! Records / Mom + Pop Music
“Hardcore these days is kinda fucking cool”, sentencia una de las voces en el collage de grabaciones que se escuchan en “Calling Card”. Se trata de la sexta de diez canciones que componen “Only Constant” y es bastante certera en su apreciación. Hoy en día, la escena hardcore atraviesa un refrescante momento de proliferación en los distintos circuitos subterráneos del mundo. Y es que, si bien el hardcore y el punk componen una nutrida e ininterrumpida contracultura, resultaba necesario actualizar los cuestionamientos en torno a este estilo. Con discos como el de GEL, el intercambio generacional se hace latente, mediante un sonido visceral hecho por y para las nuevas generaciones.
En el primer álbum de estudio y en solitario de la banda de New Jersey, la mixtura entre lo nuevo y lo tradicional es de los primeros puntos interesantes que merecen una revisión. Ya sea en la estética o la conformación de los miembros, como también en el contenido de sus canciones, es notorio que los intimidantes y trillados estereotipos se pasan por alto; sin embargo, la crudeza de un sonido cavernario sigue tan latente como en aquellas bandas de hardcore en los ochenta. Justo homenaje también hace la portada, con un arte en blanco y negro que esconde una reminiscencia a exponentes del anarco punk inglés, como los pioneros Crass o Rudimentary Peni.
Con sólo una decena de canciones en un total de 16 minutos, GEL ofrece una fulminante embestida sonora en su estado más elemental. Desde los primeros acoples de guitarra en “Honed Blade”, la banda desarrolla su compromiso con una fórmula cuya máxima es la aspereza del ruido. En este aspecto, el carisma de Sami Kaiser en la voz logra transmitir aquella urgencia destructiva, con gritos aguerridos que destilan la agresiva actitud del quinteto. Como un cúmulo de puñetazos cortos pero arrolladores, “Fortified”, “Attainable”, “Out Of Mind” y “Dicey” repasan la primera mitad del disco en unos comprimidos siete minutos, donde los constantes cambios de velocidad entregan un caótico viaje de exigente ejecución.
Durante el único respiro a lo largo de “Only Constant”, el interludio “Calling Card” se perfila como una llamativa y experimental forma de presentarse como banda. A través de la voz de sus fanáticos, GEL dibuja una declaración de principios donde, entre otras cosas, dejan en claro su identidad abanderada con lo “freak”. Con menos de un minuto de duración, “The Way Out” retoma la rapidez predominante; “Snake Skin” es una alusión sin mayores rodeos a las personalidades hipócritas; mientras que “Compossure”, la más extensa del álbum, se despide en poco más de 170 segundos con una de las canciones más distorsionadas de un álbum de por sí ruidoso.
Sin mucha cabida para sobreanalizar, “Only Constant” es una pieza de ferocidad que no entrega puntos medios: se le aprecia por su simpleza, o simplemente pasa desapercibido por aquellos que no son convocados por esta breve experiencia de caos. En un álbum que se siente con las vísceras, el prometedor “debut” de GEL le da voz a una nueva generación de hardcore punk, jugándosela por la importancia en lo no verbalizado, y posicionándose con coherencia sin caer en repetitivas caricaturas.