Diez años cargan con una simbología que acerca más a lo divino que a lo terrenal. No sólo hay un entendimiento de cómo funciona la realidad, sino que también una madurez para discernir contra qué elementos pertenecientes a esta queremos levantarnos. Eso le pasó a Chelsea Wolfe, quien, en su último trabajo, “Birth Of Violence”, vuelve a la vibra de sus primeros registros, encontrando la calidez del hogar físico y las brasas que envuelven el lar espiritual que se torna a veces tan esquivo.
Hay algo completamente actual en el discurso de este disco: el hartazgo del género femenino para con un mundo que siempre se ha puesto como meta desestimar todo lo que pueda estar relacionado con él. Para Chelsea, el mismo hecho de usar la palabra “nacimiento” –concepto tan arraigado a la espiritualidad y fuerza femenina– ya elucubra una postura bastante potente. De la misma manera, la idea de la “violencia”, con una connotación mayoritariamente negativa, siendo que desciende de una emocionalidad exacerbada que se manifiesta de distintas maneras, adquiere una nueva significación en esta placa.
“Birth Of Violence” tiene mucho de acústico e íntimo; de hecho, si pudiésemos definirlo con categorías más bien literarias, diríamos que se trata de un “road disco“, pues nos muestra el desarrollo de una personalidad a lo largo de un viaje y cómo la materialidad cambia en base al tiempo y concepciones del testigo que la aprehende. Hay dos temas que se relacionan profundamente con esta idea del transcurrir: “The Mother Road” (como es conocida la importante Ruta 66) y “Highway”; el primero, con un uso bastante imaginativo de los vientos para dar la sensación de velocidad, el segundo, con un cierto toque emocional presente en la americana music y la voz de Wolfe sonando más maravillosamente que nunca, dejando entrever la soledad del que siempre mira las cosas desde el movimiento sin tener la oportunidad de apreciarlas desde el quedarse o el estar.
Wolfe se muestra muy crítica con el devenir de la sociedad estadounidense; según ella, su país se perdió en la vía, o derechamente nunca la vio. La desilusión que le producen ciertos tópicos, como por ejemplo la violencia ejecutada por las armas en contextos civiles y la brutalidad del ser humano, se reflejan de manera clara en “Dirt Universe”, con tintes de lamento country apoyado en bases casi espaciales de sintetizador. Por su parte, “Little Grave” –tema que con sólo un par de acordes– nos enfrenta a la crudeza emocional de una madre que sufre todos los días la pérdida de su hijo en un tiroteo ocurrido en la escuela, y “American Darkness”, que también nos habla de un lugar en el que todo lo bueno encuentra su fin; ese sitio en que “los ríos son de fuego y el sol siempre está eclipsado“.
La injusticia de sociedades construidas en base a patriarcados fuertes e inflexibles también es un tema que Chelsea recoge en este disco, manifestándolo en el enojo que conduce a ese “nacimiento” de la voz y la resistencia. El hecho de “dar a luz una nueva fuerza que emerge cuando nos levantamos contra lo que nos denigra” se cristaliza en la épica “Be All Things” y las voces fantasmales que en “When Anger Turns To Honey” susurran: “Ellos te tratan como presa, pero tú eres la cazadora“.
Profesante de varias religiones a lo largo de su vida y receptora de al menos dos actos bautismales, Chelsea decidió abrazar el paganismo. De hecho, el vestido con el que se dejar ver en la portada del disco es nada más y nada menos que el que usó en su bautizo en la naturaleza, realizando para esto un ritual propio y en soledad. La naturaleza como una fuerza creativa con la que convive a diario y que la ha reconectado con una nueva concepción, tanto de sí misma como de su condición femenina, se hace sentir en “Erde” y el clamor de “La mujer es el origen“. También en “The Storm”, registro que pone fin a la travesía y desata la fuerza de cambio, desenredando el nudo aurático presente en todo su trabajo. Durante diez años de carrera, Chelsea Wolfe nos ha hecho volver a experimentar la fuerza de mujeres como Tori Amos, Stevie Nicks o Fiona Apple, entre otras, y en su voz se tejen ecos de antiguas revoluciones, que desencadenan los embrujos de equinoccios y solsticios, esos que dan nueva vida a la semilla que bajo tierra lucha por echar raíces, por nacer y florecer.
“Hardcore these days is kinda fucking cool”, sentencia una de las voces en el collage de grabaciones que se escuchan en “Calling Card”. Se trata de la sexta de diez canciones que componen “Only Constant” y es bastante certera en su apreciación. Hoy en día, la escena hardcore atraviesa un refrescante momento de proliferación en los distintos circuitos subterráneos del mundo. Y es que, si bien el hardcore y el punk componen una nutrida e ininterrumpida contracultura, resultaba necesario actualizar los cuestionamientos en torno a este estilo. Con discos como el de GEL, el intercambio generacional se hace latente, mediante un sonido visceral hecho por y para las nuevas generaciones.
En el primer álbum de estudio y en solitario de la banda de New Jersey, la mixtura entre lo nuevo y lo tradicional es de los primeros puntos interesantes que merecen una revisión. Ya sea en la estética o la conformación de los miembros, como también en el contenido de sus canciones, es notorio que los intimidantes y trillados estereotipos se pasan por alto; sin embargo, la crudeza de un sonido cavernario sigue tan latente como en aquellas bandas de hardcore en los ochenta. Justo homenaje también hace la portada, con un arte en blanco y negro que esconde una reminiscencia a exponentes del anarco punk inglés, como los pioneros Crass o Rudimentary Peni.
Con sólo una decena de canciones en un total de 16 minutos, GEL ofrece una fulminante embestida sonora en su estado más elemental. Desde los primeros acoples de guitarra en “Honed Blade”, la banda desarrolla su compromiso con una fórmula cuya máxima es la aspereza del ruido. En este aspecto, el carisma de Sami Kaiser en la voz logra transmitir aquella urgencia destructiva, con gritos aguerridos que destilan la agresiva actitud del quinteto. Como un cúmulo de puñetazos cortos pero arrolladores, “Fortified”, “Attainable”, “Out Of Mind” y “Dicey” repasan la primera mitad del disco en unos comprimidos siete minutos, donde los constantes cambios de velocidad entregan un caótico viaje de exigente ejecución.
Durante el único respiro a lo largo de “Only Constant”, el interludio “Calling Card” se perfila como una llamativa y experimental forma de presentarse como banda. A través de la voz de sus fanáticos, GEL dibuja una declaración de principios donde, entre otras cosas, dejan en claro su identidad abanderada con lo “freak”. Con menos de un minuto de duración, “The Way Out” retoma la rapidez predominante; “Snake Skin” es una alusión sin mayores rodeos a las personalidades hipócritas; mientras que “Compossure”, la más extensa del álbum, se despide en poco más de 170 segundos con una de las canciones más distorsionadas de un álbum de por sí ruidoso.
Sin mucha cabida para sobreanalizar, “Only Constant” es una pieza de ferocidad que no entrega puntos medios: se le aprecia por su simpleza, o simplemente pasa desapercibido por aquellos que no son convocados por esta breve experiencia de caos. En un álbum que se siente con las vísceras, el prometedor “debut” de GEL le da voz a una nueva generación de hardcore punk, jugándosela por la importancia en lo no verbalizado, y posicionándose con coherencia sin caer en repetitivas caricaturas.