Históricamente, la energía proveniente de la juventud es un factor vital para el panorama del rock; una virtud que ha resultado constantemente cautivadora y necesaria, e incluso el motor de dicho estilo durante décadas. En tiempos donde supuestamente las guitarras están de capa caída, Black Midi ofrece un proyecto musical totalmente excéntrico, caótico y destructivo. Sin mucho más material que su debut, “Schlagenheim”, el cuarteto de jóvenes londinenses viene con osadía a destruir los cimientos y estructuras de un género que envejece, articulando como su norte la urgencia por construir algo propio.
Para situarse dentro de la propuesta de Black Midi es necesario considerar que uno de los elementos centrales del proyecto es la experimentación. Tal como apunta el nombre de la banda –que se recoge de un método musical que genera canciones mediante una cantidad innumerable de notas–, la composición de sus canciones se elabora desde una óptica inusual. La estructura confusa de los guitarristas Geordie Greep y Matt Kwasniewski-Kelvin circula por territorios que no son propios de las cuerdas, en este caso, más cercanas al ámbito de la percusión. Dicha metodología heterodoxa es uno de varios elementos que hacen de “Schlagenheim” un animal extraño.
El ritmo agresivo con que inicia “953” da una primera muestra de la capacidad característica de Black Midi, que, en cosa de segundos, cambia de intensidades con absoluta fluidez, manteniendo el compás repetitivo como única regla. Junto con lo revuelto que puede sonar la banda, la habilidad lírica es otro elemento que resalta desde un comienzo. Escritas con cierto tono críptico, las letras de Greep están en la medida justa del misterio y el evidente estado de desencanto. A pesar de que bajan las revoluciones, “Speedway” es otra sorpresa donde florece el carácter compulsivo de los londinenses, evocando muletillas que recuerdan, por ejemplo, a los inicios de Sonic Youth. “Reggae”, por su parte, reitera aquellos cambios de ritmo, que van desde lo pausado y lo bailable, hasta lo incongruente.
Entre los puntos más intensos de un recorrido de por sí llamativo, está “Near DT, MI”, que junto con ser la canción más breve del álbum, también exprime al máximo las cualidades frenéticas de la banda. Por otro lado, “Western”, siendo la más extensa, reluce las letras de Geordie Greep y Cameron Picton (bajista), donde se relata de modo interesante un duelo en el viejo oeste. La canción que da nombre al disco (que, según Black Midi, no tiene mayor sentido) retrata esa misma irracionalidad que forma parte de la identidad de la banda. Como otro elemento a considerar, la monotonía y estridencia en canciones como “bmbmbm” o “Ducter” recoge recursos del movimiento vanguardista no wave, demostrando que, a pesar de lo fresco que suena Black Midi, incorporan influencias claramente identificables.
Valiéndose de un espíritu audaz, la fórmula de “Schlagenheim” circunscribe un caos perfectamente armónico a lo largo del álbum; un sonido que puede sonar incoherente en ciertos momentos, pero que, luego de un par de escuchas, se evidencia el cuidado y fluidez en la composición. En un período donde el rock deambula como un cuerpo moribundo y desorientado, Black Midi se atreve a pavimentar un camino que resulta seductor por su rareza.
“Hardcore these days is kinda fucking cool”, sentencia una de las voces en el collage de grabaciones que se escuchan en “Calling Card”. Se trata de la sexta de diez canciones que componen “Only Constant” y es bastante certera en su apreciación. Hoy en día, la escena hardcore atraviesa un refrescante momento de proliferación en los distintos circuitos subterráneos del mundo. Y es que, si bien el hardcore y el punk componen una nutrida e ininterrumpida contracultura, resultaba necesario actualizar los cuestionamientos en torno a este estilo. Con discos como el de GEL, el intercambio generacional se hace latente, mediante un sonido visceral hecho por y para las nuevas generaciones.
En el primer álbum de estudio y en solitario de la banda de New Jersey, la mixtura entre lo nuevo y lo tradicional es de los primeros puntos interesantes que merecen una revisión. Ya sea en la estética o la conformación de los miembros, como también en el contenido de sus canciones, es notorio que los intimidantes y trillados estereotipos se pasan por alto; sin embargo, la crudeza de un sonido cavernario sigue tan latente como en aquellas bandas de hardcore en los ochenta. Justo homenaje también hace la portada, con un arte en blanco y negro que esconde una reminiscencia a exponentes del anarco punk inglés, como los pioneros Crass o Rudimentary Peni.
Con sólo una decena de canciones en un total de 16 minutos, GEL ofrece una fulminante embestida sonora en su estado más elemental. Desde los primeros acoples de guitarra en “Honed Blade”, la banda desarrolla su compromiso con una fórmula cuya máxima es la aspereza del ruido. En este aspecto, el carisma de Sami Kaiser en la voz logra transmitir aquella urgencia destructiva, con gritos aguerridos que destilan la agresiva actitud del quinteto. Como un cúmulo de puñetazos cortos pero arrolladores, “Fortified”, “Attainable”, “Out Of Mind” y “Dicey” repasan la primera mitad del disco en unos comprimidos siete minutos, donde los constantes cambios de velocidad entregan un caótico viaje de exigente ejecución.
Durante el único respiro a lo largo de “Only Constant”, el interludio “Calling Card” se perfila como una llamativa y experimental forma de presentarse como banda. A través de la voz de sus fanáticos, GEL dibuja una declaración de principios donde, entre otras cosas, dejan en claro su identidad abanderada con lo “freak”. Con menos de un minuto de duración, “The Way Out” retoma la rapidez predominante; “Snake Skin” es una alusión sin mayores rodeos a las personalidades hipócritas; mientras que “Compossure”, la más extensa del álbum, se despide en poco más de 170 segundos con una de las canciones más distorsionadas de un álbum de por sí ruidoso.
Sin mucha cabida para sobreanalizar, “Only Constant” es una pieza de ferocidad que no entrega puntos medios: se le aprecia por su simpleza, o simplemente pasa desapercibido por aquellos que no son convocados por esta breve experiencia de caos. En un álbum que se siente con las vísceras, el prometedor “debut” de GEL le da voz a una nueva generación de hardcore punk, jugándosela por la importancia en lo no verbalizado, y posicionándose con coherencia sin caer en repetitivas caricaturas.