Durante la última década, muchos prometedores nombres han pasado por la escena musical. Con un hype a veces indescriptible de parte de la prensa, hemos sido testigos cómo gran parte de las bandas jóvenes sucumbe a la presión y no logran impresionar mucho más allá de un primer álbum. Con ese antecedente, era evidente que los más escépticos tomarían con pinzas el éxito alcanzado por Black Midi con su debut “Schlagenheim” (2019) y pondrían en duda si la agrupación iba a ser capaz de mantener el buen nivel en su sucesor. Ahora, en pleno 2021, el conjunto británico arremete con una segunda placa, “Cavalcade”, donde, según ellos mismos han afirmado en entrevistas, se concentraron en “ahora sí” hacer un disco bueno.
“John L”, canción que abre el disco y primer adelanto de “Cavalcade”, demuestra en seguida la madurez tanto en composición como interpretación que alcanzó el conjunto. Si bien, ellos mismos han declarado que terminaron “aburriéndose” de su álbum anterior, lo que en esencia sucede con Black Midi es que han avanzado a un punto en donde pueden sentirse mucho más capaces de generar el sonido que siempre quisieron. Las influencias están claras en un disco que grita The Fall, y, sobre todo, King Crimson por todos lados, siendo imposible no recordar obras maestras como “Discipline” (1981) de los comandados por Robert Fripp en cada instrumento que ingresa a un coordinado destiempo en el track inicial, destacando el impecable trabajo de Morgan Simpson en la batería, desde donde nace el alma de cada composición de los jóvenes británicos.
Si hay algo en lo que se debe ser justos, es que su primer larga duración no fue para todos. Siendo una placa sólida y muy bien recibida de primeras, es con el paso del tiempo cuando muestra sus ripios con una producción algo ruidosa a ratos y una estructura que se siente tan desordenadamente ecléctica como su forma de tocar. Muy por el contrario, con este LP la agrupación refina mucho más la disposición de sus elementos, perfeccionando la complicidad entre cada uno de sus integrantes para estructuras desde los fraseos, hasta las estructuras sonoras propiamente tal. Momentos de calma como “Marlene Dietrich”, o los desenfrenados cálculos de “Chondromalacia Patella” y “Slow”, reflejan exactamente la tremenda evolución del conjunto en términos de interpretación, algo que indudablemente consiguieron tras tocar en cuanto escenario posible alrededor del mundo durante el ciclo de promoción de su debut.
La incorporación de elementos es crucial en la estructura de este álbum, y en ese sentido el conjunto gana con la adición de Kaidi Akinnibi en el saxofón y Seth Evans en teclado, enriqueciendo todavía más la fórmula propuesta por Black Midi. Es ahí donde más se nota la influencia de King Crimson, ya que el guitarrista y vocalista Geordie Greep recuerda en muchas ocasiones a Robert Fripp, e incluso a nombres menos ligados al progresivo, como David Byrne durante los momentos más jocosos del álbum. Desde ese punto de vista, destacan tracks como “Dethroned” y “Hogwash & Balderdash”, dos de las composiciones más sólidas del disco en términos de sonido y estructura. El excelente trabajo de Black Midi culmina con “Ascending Forth”, una inquietante composición de casi 10 minutos que deja la puerta abierta para pensar en la siguiente etapa del conjunto, una que (de mantener este ascenso de calidad) promete encaminarlos poco a poco hasta las alturas más insospechadas dentro del panorama actual.
Volviendo al punto de lo refrescante que fue su debut, pese a todo eso, es con este disco que Black Midi logra maximizar todos los atributos por los que han sido alabados, pasando de ser catalogados como un experimento o una promesa, a ser una banda con todas sus letras. Cada minuto de “Cavalcade” mantiene esa furia y ambición de una agrupación joven, pero también expresa un sentido de conciencia y madurez artística que les permita dar el siguiente paso. Lo que se venga en el futuro dependerá de muchos factores, pero de continuar por esta misma senda, estamos siendo testigos del desarrollo creativo de uno de los nombres que más influenciará la escena progresiva en el futuro. Más allá de las melodías y los sentidos, la narrativa sonora presente en “Cavalcade” se desenvuelve a cada escucha como un acertijo que va arrojando pistas poco a poco para revelar su naturaleza.
“Hardcore these days is kinda fucking cool”, sentencia una de las voces en el collage de grabaciones que se escuchan en “Calling Card”. Se trata de la sexta de diez canciones que componen “Only Constant” y es bastante certera en su apreciación. Hoy en día, la escena hardcore atraviesa un refrescante momento de proliferación en los distintos circuitos subterráneos del mundo. Y es que, si bien el hardcore y el punk componen una nutrida e ininterrumpida contracultura, resultaba necesario actualizar los cuestionamientos en torno a este estilo. Con discos como el de GEL, el intercambio generacional se hace latente, mediante un sonido visceral hecho por y para las nuevas generaciones.
En el primer álbum de estudio y en solitario de la banda de New Jersey, la mixtura entre lo nuevo y lo tradicional es de los primeros puntos interesantes que merecen una revisión. Ya sea en la estética o la conformación de los miembros, como también en el contenido de sus canciones, es notorio que los intimidantes y trillados estereotipos se pasan por alto; sin embargo, la crudeza de un sonido cavernario sigue tan latente como en aquellas bandas de hardcore en los ochenta. Justo homenaje también hace la portada, con un arte en blanco y negro que esconde una reminiscencia a exponentes del anarco punk inglés, como los pioneros Crass o Rudimentary Peni.
Con sólo una decena de canciones en un total de 16 minutos, GEL ofrece una fulminante embestida sonora en su estado más elemental. Desde los primeros acoples de guitarra en “Honed Blade”, la banda desarrolla su compromiso con una fórmula cuya máxima es la aspereza del ruido. En este aspecto, el carisma de Sami Kaiser en la voz logra transmitir aquella urgencia destructiva, con gritos aguerridos que destilan la agresiva actitud del quinteto. Como un cúmulo de puñetazos cortos pero arrolladores, “Fortified”, “Attainable”, “Out Of Mind” y “Dicey” repasan la primera mitad del disco en unos comprimidos siete minutos, donde los constantes cambios de velocidad entregan un caótico viaje de exigente ejecución.
Durante el único respiro a lo largo de “Only Constant”, el interludio “Calling Card” se perfila como una llamativa y experimental forma de presentarse como banda. A través de la voz de sus fanáticos, GEL dibuja una declaración de principios donde, entre otras cosas, dejan en claro su identidad abanderada con lo “freak”. Con menos de un minuto de duración, “The Way Out” retoma la rapidez predominante; “Snake Skin” es una alusión sin mayores rodeos a las personalidades hipócritas; mientras que “Compossure”, la más extensa del álbum, se despide en poco más de 170 segundos con una de las canciones más distorsionadas de un álbum de por sí ruidoso.
Sin mucha cabida para sobreanalizar, “Only Constant” es una pieza de ferocidad que no entrega puntos medios: se le aprecia por su simpleza, o simplemente pasa desapercibido por aquellos que no son convocados por esta breve experiencia de caos. En un álbum que se siente con las vísceras, el prometedor “debut” de GEL le da voz a una nueva generación de hardcore punk, jugándosela por la importancia en lo no verbalizado, y posicionándose con coherencia sin caer en repetitivas caricaturas.