Proponerse crear a partir de la crisis y los tiempos tumultuosos es una práctica riesgosa porque, si no llega a ser fructífero, puede ser altamente frustrante. Si se abordan los sentimientos que afloran en buenos términos, el resultado puede tener destinos disímiles, pero al menos habrá cumplido su cometido de liberar la presión. Algo de todo esto hay en la trastienda de “Big Time”, lo nuevo de la prolífica cantautora estadounidense Angel Olsen (quien desde 2019 ha publicado un trabajo cada año), que ha visto la luz después de momentos complejos y reveladores: se anunció públicamente como queer, cumplió con la no siempre grata labor de comunicárselo a sus padres, quienes lamentablemente no estuvieron mucho tiempo más con ella para disfrutarlo, ya que fallecieron poco tiempo después con dos meses de diferencia entre ellos. Así, los ingredientes estaban en la mesa para cocinar un plato agridulce, y eso es más o menos lo que ocurrió.
El comienzo del álbum con “All The Good Times”, una balada cruzada de frontera a frontera por el country, es confuso porque inicia con un redoble sonoro y aireado, para luego entregarse a un midtempo en el que hace gala de una sobriedad envidiable para hablar sobre el amor y el desamor sin recurrir a obviedades ni dramones innecesarios. Los conceptos están claros: tristeza, pero agradecimiento. Eso sí, el coro explota como fuego artificial en la mano, doloroso como se esperaría. De este ambiente, donde el órgano Hammond y el lapsteel puebla las bases fundacionales del sonido, es que tira la mayoría del disco. Otro ingrediente es la constante reinterpretación de country, folk y americana desde una perspectiva renovada, con las ya mencionadas baterías oscilantes, guitarras reverberantes y la voz de Olsen cuidadosamente bien puesta en la mezcla de sonido. Mal que mal, el escenario es suyo y puede darse el lujo de cantar de lo que sea, aunque la temática sea densa y la estructura, además de los detalles, sea profundamente intimista, por ende, a ratos difícil de procesar un resultado que da lugar a bellezas como “All The Flowers” o “Right Now”.
También por momentos el timbre pasmoso de voz de Olsen, en conjunto con los arreglos musicales, recuerdan a los últimamente menos escasos mejores momentos de Lana Del Rey, y esto podría ser porque los arreglos de cuerda y vientos están a cargo de Drew Erickson, el que ya hizo lo mismo en “Blue Banisters” (2021), el séptimo disco de la neoyorquina. Además, el toque folk lo toma de la producción de Jonathan Wilson, conocido por su trabajo en los últimos álbumes de Father John Misty, incluyendo el más reciente “Chloë And The Next 20th Century”. Así, la prodigiosa “This Is How It Works”, canción directamente dedicada a su fallecida madre, trae una sección final instrumental de la mejor mixtura de folk y country que haya facturado Angel hasta la fecha.
El contexto en general es complejo, pero está distribuido por partes iguales durante “Big Time” de manera elegante para hacer ver fácil lo difícil, dando espacio a que la voz transite por varios panoramas tímbricos con soltura, como la ya mencionada “All The Flowers” y su reminiscencia a Vashti Bunyan o Hope Sandoval, la potencia desoladora de “Go Home” y “Chasing The Sun”, o los vibratos susurrados de “Through The Fires” y “Dream Thing”. El juego de roles entre los momentos luminosos y opresivos es destacable en todo ámbito porque funciona a manera de espejo: mientras más altos los hay, más profundos los secundan. Esta dualidad está presente en palabras de la misma Olsen para su sello con motivo del lanzamiento de este disco: “No puedes planear el dolor, organizarlo, agendarlo o saber cómo te sentirás cuando sucede, simplemente sucede”, es decir, tratar de anexar dos sensaciones aparentemente opuestas, como el amor o el duelo, es un acto de fe por parte de quien lo ejecuta, y la lucidez y honestidad detrás de “Big Time” se alimentan de su resiliencia.
“Big Time” es un álbum distinto, qué duda cabe, nunca antes Angel Olsen había ahondado en la veta del country de esta manera y la “dureza tierna” de este estilo es un velo para un disco que la pone desde otra vereda, ya no desde la rockera oscura ni la poetisa aproblemada, sino una mujer con sentimientos, un alma frágil y un ser humano prendado a emociones que son tan gravitantes, que dan a luz discos como este, tan sinceros en esencia que es como sentarnos a escuchar a un amigo/a contarnos de qué estamos hechos: de amor y de muerte.
“Hardcore these days is kinda fucking cool”, sentencia una de las voces en el collage de grabaciones que se escuchan en “Calling Card”. Se trata de la sexta de diez canciones que componen “Only Constant” y es bastante certera en su apreciación. Hoy en día, la escena hardcore atraviesa un refrescante momento de proliferación en los distintos circuitos subterráneos del mundo. Y es que, si bien el hardcore y el punk componen una nutrida e ininterrumpida contracultura, resultaba necesario actualizar los cuestionamientos en torno a este estilo. Con discos como el de GEL, el intercambio generacional se hace latente, mediante un sonido visceral hecho por y para las nuevas generaciones.
En el primer álbum de estudio y en solitario de la banda de New Jersey, la mixtura entre lo nuevo y lo tradicional es de los primeros puntos interesantes que merecen una revisión. Ya sea en la estética o la conformación de los miembros, como también en el contenido de sus canciones, es notorio que los intimidantes y trillados estereotipos se pasan por alto; sin embargo, la crudeza de un sonido cavernario sigue tan latente como en aquellas bandas de hardcore en los ochenta. Justo homenaje también hace la portada, con un arte en blanco y negro que esconde una reminiscencia a exponentes del anarco punk inglés, como los pioneros Crass o Rudimentary Peni.
Con sólo una decena de canciones en un total de 16 minutos, GEL ofrece una fulminante embestida sonora en su estado más elemental. Desde los primeros acoples de guitarra en “Honed Blade”, la banda desarrolla su compromiso con una fórmula cuya máxima es la aspereza del ruido. En este aspecto, el carisma de Sami Kaiser en la voz logra transmitir aquella urgencia destructiva, con gritos aguerridos que destilan la agresiva actitud del quinteto. Como un cúmulo de puñetazos cortos pero arrolladores, “Fortified”, “Attainable”, “Out Of Mind” y “Dicey” repasan la primera mitad del disco en unos comprimidos siete minutos, donde los constantes cambios de velocidad entregan un caótico viaje de exigente ejecución.
Durante el único respiro a lo largo de “Only Constant”, el interludio “Calling Card” se perfila como una llamativa y experimental forma de presentarse como banda. A través de la voz de sus fanáticos, GEL dibuja una declaración de principios donde, entre otras cosas, dejan en claro su identidad abanderada con lo “freak”. Con menos de un minuto de duración, “The Way Out” retoma la rapidez predominante; “Snake Skin” es una alusión sin mayores rodeos a las personalidades hipócritas; mientras que “Compossure”, la más extensa del álbum, se despide en poco más de 170 segundos con una de las canciones más distorsionadas de un álbum de por sí ruidoso.
Sin mucha cabida para sobreanalizar, “Only Constant” es una pieza de ferocidad que no entrega puntos medios: se le aprecia por su simpleza, o simplemente pasa desapercibido por aquellos que no son convocados por esta breve experiencia de caos. En un álbum que se siente con las vísceras, el prometedor “debut” de GEL le da voz a una nueva generación de hardcore punk, jugándosela por la importancia en lo no verbalizado, y posicionándose con coherencia sin caer en repetitivas caricaturas.