Como dice el refrán: no hay dos sin tres. Si “Blood Of The Nations” (2010) fue una apuesta ganada para un regreso a lo grande de uno de los pilares del heavy metal, el siguiente, “Stalingrad” (2012), certificó que Accept va en serio y tienen cuerda para rato. Ahora, año 2014, es el momento de “Blind Rage”. Volver al juego es una prueba de valentíaimpregnada de incógnitas, por esocomenzamos a buscar la seguridad en elpasado del combo alemán, cuando la mente maestra, WolfHoffmann,habitabaaún en elllamado Reino Prusiano y dabavida a un riff trasotro, con una poderosa V voladorasobreelescenariobajo la inspiración de JudasPriest. Elalemándesdehace un tiempoqueya es calvo y su envidiablecabellerarubiaquedó en elolvido, pero el gusto por escribir un heavy metal potente y del bueno permanece intacto. Junto a su compañero de milbatallas, Peter Baltes, son todavia uno de losequipos con solidez dentro del mundo del metal, y la calidad de susúltimoslanzamientos lo prueba.
El regreso de hace cuatro años trajo una novedad tras el micrófono: no más Udo Dirkschneider. El ex electricista con pasado en TT Quick y guerrero de New Jersey, autor del potente “Metal Of Honor” (1986), Mark Tornillo, se ponía al frente. Los otros 2/5 de la alineación se completan con el viejo conocido Herman Frank presente en “Balls To The Wall” (1983) y Stefan Schwarzmann, otra certeza germana tras los tambores. “Blind Rage” es un disco esperadísimo por todos los amantes del sonido más tradicional de la banda, y aparece con una gran carátula que emana con potencia metal hasta por los poros, adoptando la forma de un toro furioso listo para embestir con sus 11 canciones.
“Stampede” abre velozmente con riffs y solos fuertes, creando una combinación bélica-emotiva interesante, que no representa para nada el sonido del disco, mientras que “Dying Breed” es una de las mejores canciones “lentas” que encontraremos. Uno de los puntos fuertes de Accept ha sido siempre los coros, y este disco no pierde la oportunidad de demostrarlo. Con fuerza, “Dark Side Of My Heart” pone en evidencia el lado más melódico, pero con toques de hard rock imposibles de dejar pasar incluso después de treinta años de evolución artística, aunque se echa de menos ese fuego sagrado que la agrupación ha emanado siempre. Con una marcha épica y marcial comienza “Fall Of The Empire”, recordando un pasaje en la historia de la alguna vez llamada Cortina de Hierro. “Trail Of Tears” se acerca al sonido de “Stampede”, pero sin alcanzar su calidad, aunque hay que destacar la interpretación de Stefan Schwarzmann en la batería. “200 Years” pasa sin pena ni gloria, no como su predecesora, “Wanna Be Free” que, tras un comienzo marcado por suaves guitarras, se presenta épica y postula para transformarse en un nuevo himno. Seguimos con “Bloodbath Mastermind”, que es decididamente incisiva, rodeada de aires que nos recuerdan la época de “Pain Killer” (1990) de Judas Priest.
Quizás la obra maestra dentro del disco es la que logra hacer correr por las venas de Wolf Hofmann un torrente del metal más clásico, y nos transporta a la era de “Metal Heart” (1985) y “Russian Roulette” (1986). Hay canciones que, apenas escucharlas, podemos imaginarlas siendo interpretadas sobre el escenario con la energía de estar en vivo; “From The Ashes We Rise” crea esta ilusión al ir de menos a más, lo que no acontece con “The Curse”. Esta última es más lenta y débil que las demás, baja un poco las revoluciones y da la impresión de ser un experimento salido del laboratorio Accept al mezclar riffs al estilo Manowar con el gran trabajo guitarrístico de Hoffmann. Los cinco guerreros se embarcan con furia en su propio viaje final con un destino desconocido, y así “Final Journey”, ubicada como último track de “Blind Rage”, ordena las cosas y cierra con la misma potencia e identidad con la que abren los fuegos.
Con esta versión 2014, confirmamos que Accept será siempre Accept; brillantes y majestuosamente metálicos. A treinta años de su debut, aún el combo alemán-americano demuestra que es uno de los pocos con la capacidad de dar una lección a muchas bandas de última generación. Cuatro décadas de historia no pasan en vano, y así, grupos como Accept forman parte del espíritu del heavy metal.
“Hardcore these days is kinda fucking cool”, sentencia una de las voces en el collage de grabaciones que se escuchan en “Calling Card”. Se trata de la sexta de diez canciones que componen “Only Constant” y es bastante certera en su apreciación. Hoy en día, la escena hardcore atraviesa un refrescante momento de proliferación en los distintos circuitos subterráneos del mundo. Y es que, si bien el hardcore y el punk componen una nutrida e ininterrumpida contracultura, resultaba necesario actualizar los cuestionamientos en torno a este estilo. Con discos como el de GEL, el intercambio generacional se hace latente, mediante un sonido visceral hecho por y para las nuevas generaciones.
En el primer álbum de estudio y en solitario de la banda de New Jersey, la mixtura entre lo nuevo y lo tradicional es de los primeros puntos interesantes que merecen una revisión. Ya sea en la estética o la conformación de los miembros, como también en el contenido de sus canciones, es notorio que los intimidantes y trillados estereotipos se pasan por alto; sin embargo, la crudeza de un sonido cavernario sigue tan latente como en aquellas bandas de hardcore en los ochenta. Justo homenaje también hace la portada, con un arte en blanco y negro que esconde una reminiscencia a exponentes del anarco punk inglés, como los pioneros Crass o Rudimentary Peni.
Con sólo una decena de canciones en un total de 16 minutos, GEL ofrece una fulminante embestida sonora en su estado más elemental. Desde los primeros acoples de guitarra en “Honed Blade”, la banda desarrolla su compromiso con una fórmula cuya máxima es la aspereza del ruido. En este aspecto, el carisma de Sami Kaiser en la voz logra transmitir aquella urgencia destructiva, con gritos aguerridos que destilan la agresiva actitud del quinteto. Como un cúmulo de puñetazos cortos pero arrolladores, “Fortified”, “Attainable”, “Out Of Mind” y “Dicey” repasan la primera mitad del disco en unos comprimidos siete minutos, donde los constantes cambios de velocidad entregan un caótico viaje de exigente ejecución.
Durante el único respiro a lo largo de “Only Constant”, el interludio “Calling Card” se perfila como una llamativa y experimental forma de presentarse como banda. A través de la voz de sus fanáticos, GEL dibuja una declaración de principios donde, entre otras cosas, dejan en claro su identidad abanderada con lo “freak”. Con menos de un minuto de duración, “The Way Out” retoma la rapidez predominante; “Snake Skin” es una alusión sin mayores rodeos a las personalidades hipócritas; mientras que “Compossure”, la más extensa del álbum, se despide en poco más de 170 segundos con una de las canciones más distorsionadas de un álbum de por sí ruidoso.
Sin mucha cabida para sobreanalizar, “Only Constant” es una pieza de ferocidad que no entrega puntos medios: se le aprecia por su simpleza, o simplemente pasa desapercibido por aquellos que no son convocados por esta breve experiencia de caos. En un álbum que se siente con las vísceras, el prometedor “debut” de GEL le da voz a una nueva generación de hardcore punk, jugándosela por la importancia en lo no verbalizado, y posicionándose con coherencia sin caer en repetitivas caricaturas.