Acaso lo primero que asombra de “Invierno” es que jamás hace sentir al espectador excluido, pese a lo cerrado que aparentemente son los círculos que retrata. Pero observado con mayor quietud no es tanta la estatura de la proeza, porque la cuarta película de Alberto Fuguet no se trata del mundillo de los escritores o literatos o publicistas. No en el fondo. Se trata de personajes que son palpables, que son carne, miedos, heridas y fantasmas. Personajes de capas múltiples, imposibles de describir en una sola palabra, expuestos con todas sus contradicciones e imperfecciones. Finalizadas sus casi 5 horas de duración, divididas en tres partes, no conocemos por completo a sus protagonistas y secundarios. Ello porque “Invierno” es exhaustiva en su mirada, pero nunca concluyente, ni pomposa, ni arrogante.
Girando en torno a Alejo Cortés (Matías Oviedo), un escritor que alcanzó cierto reconocimiento en el medio nacional con su primera novela y ahora se pasa el verano terminando su segundo libro que decide titular “Caída Libre”, un buen manojo de personajes desfila por la película, con toda la libertad que el guión coral les permite: su mejor amigo José (Pedro Cerda), su hermana Eleonora (Katherine Salosny), la pareja de esta, Nazareno (Tomás Verdejo), su amigo Tomás (Nicolás Bosman) y Santiago, un alumno suyo (Pedro Campos). Todos habitan un sector de Santiago, todos llevan vidas similares, todos frecuentan espacios hermanados, pero eso está lejos de ser un inconveniente para la película. En lo esencial, las trancas de ellos no dejan de ser universales, por lo que no hay barreras, no hay nada que impida que el espectador se asome a estas vidas. La nueva película de Fuguet no empuja hacia atrás, sino que invita con afecto a contemplar un mundo. Un pedazo de mundo.
La sensación de extravío ha sido una constante en Fuguet en toda su obra, tanto literaria como fílmica. Desde el músico Gastón Fernández de “Se Arrienda” (2004), al cletero Ariel Roth de “Velódromo” (2009) y el también músico Alejandro Tazo de “Música Campesina” (2011), la búsqueda es tortuosa y muchas veces infructuosa. En “Invierno” esta adquiere otra densidad. Sube y aumenta en volumen, instalándose como una nube que cubre a todos sus personajes, evolucionando desde el enigma detrás de un escritor, hasta las inseguridades y trabas de un grupo de hombres y mujeres conectados. Pero, además, la búsqueda de “algo” se evidencia en la estructura de la película, coral, libre, despojada de ataduras, reposada.
Sus personajes giran con autonomía, pese a que se mueven en los límites del colapso. No sufren al agobio de una gran tesis o al compromiso de ser conducidos para dar un cierre urgente a un costado de la trama. Esa misma independencia recorre la película y se le transmite, a su vez, al espectador, que perfectamente puede disfrutarla a pedazos, por partes. La calma con la que se mueve la narración no responde a que no haya nada que contar y se quiera únicamente capturar atmósferas, sino a una decisión autoral de dejar que todo fluya con mayor naturalidad, sin prisas. Largas escenas componen el grueso de la película, en las que palpita la vida, pero sin la necesidad imperiosa de entregar grandes revelaciones, sólo permitir que el espectador se asome a la realidad. Algo de “Boyhood” (2014) hay por acá, en cuanto a la calma de capturar la vida sin estridencias, sabiendo que esos retazos pueden ilustrar la esencia de esta mejor que cualquier acción más evidente.
Esta vez las constantes de Fuguet apuntan hacia el mismo centro y erigen una película que quizá no es perfecta, pero gratifica enormemente. Acá, en su cuarta cinta –sin contar “Locaciones: Buscando A Rusty James”, un experimento emotivo e inclasificable-, se aúnan y alcanzan sincronía sus inquietudes como escritor y cineasta, con una historia consistente y un modo de abordarla ingenioso y punzante. De alguna manera, “Invierno” ayuda a pensar que la vida es un poco mejor, o al menos es la sensación que dejan las buenas películas.
“La calma con la que se mueve la narración no responde a que no haya nada que contar..” Efectivamente, no hay nada que contar. Y da lo mismo si se cuenta o no. Da lo mismo si se ve esta película,, o no.
De cine poco. Que algo esté “filmado” no lo hace cine.
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Alfredo Martinez
18-Jun-2015 at 3:51 pm
“La calma con la que se mueve la narración no responde a que no haya nada que contar..” Efectivamente, no hay nada que contar. Y da lo mismo si se cuenta o no. Da lo mismo si se ve esta película,, o no.
De cine poco. Que algo esté “filmado” no lo hace cine.