Marchaban los primeros meses de 2010, cuando debutó en cines una de las películas animadas más difíciles de emparentar con otras cintas del género. Algo que no extraña demasiado al venir de Dreamworks, probablemente el estudio que más cerca le ha peleado a Pixar, con su mezcla anual de filmes originales y secuelas (más por mediocre fortuna comercial que por real intención artística, sólo ha podido dar rienda suelta a sagas con “Shrek”, “Madagascar” y “Kung Fu Panda”). Lo propuesto combinaba vikingos y dragones, una mezcla vinculada estrechamente con la aventura y la fantasía, pero mínimamente arropada con anterioridad por el cine de animación. Para regocijo nuestro, el riesgo de la apuesta venía acompañado de emoción y una historia entrañable que remitían únicamente a Pixar. Como la acogida entre el público también fue calurosa, pasó a ser cosa de tiempo que se pusiera en marcha una segunda parte.

Cinco años después de que Hipo convenciera a su comunidad de que la relación con los dragones podía dejar de ser belicosa, la tranquilidad recubre la isla vikinga de Berk: las criaturas les hacen compañía y les ayudan en sus labores diarias, e incluso la carrera de dragones se ha convertido en el deporte favorito de la isla. En la espalda de su inseparable Chimuelo, el único Furia Nocturna que queda, Hipo recorre nuevos territorios. Al mismo tiempo, Estoico el Vasto, su padre, le anuncia que debe prepararse para relevarlo en el puesto de líder de Berk. Pero la preocupación del joven vikingo pasará hacia otro frente, ya que, en medio de su afán por conocer lugares nuevos, choca con Drago, un cazador de dragones que pondrá en jaque no sólo a él, sino que a todo el mundo que conoce.

El de “Cómo Entrenar A Tu Dragón” (2010) era un universo atípico y cautivante, aunque a decir verdad no pudimos conocerlo mayormente. El panorama para esta secuela dejaba abierta la puerta para que fuese aprovechada esta posibilidad, y en efecto es lo que ha realizado el equipo comandado por Dean DeBlois. Lo que se nos presenta, no obstante, es una secuela mesurada en ambición e ingenio. El tiempo en la historia ha pasado de manera considerable, pero no innova de manera desmedida. Propone nuevas rutas, pero sin hacer del relato un mundo completamente nuevo.

Una porción importante de la fuerza narrativa del conjunto vuelve a recaer en las secuencias de acción, orquestadas con maestría y la concisión para no cansar. Si bien no predominan las cintas animadas con este tipo de desarrollo, debe ser de las visualmente más impresionantes. Se sostiene una aventura con la habilidad como para dejar anonadado, conservando el impulso gracias a una explosión de color y pausas precisas.

En su propósito de presentar al espectador sus nuevas armas, el conflicto principal no es desplegado con inmediatez. Su inicio no es todo lo consistente que se quisiera, confundiendo más que atrapando, pero lo que ofrece a partir de ahí hace olvidar ese vacilante comienzo. Y es que cuando amenaza con encaminarse por el carril de la segunda o tercera película de rutina, el filme adquiere el cariz jugado y enternecedor de la primera entrega, que a ratos nos devuelve a lo mejor de Pixar. La diversión nuevamente se funde con la aventura y el placer está completamente asegurado.

La historia, aun cuando transcurre varios años después que su antecesora y no se enfoca exactamente en los mismos conflictos, tiene una estela que la mantiene muy ligada a la primera. Es esa sensación la que impide entusiasmarse a los mismos niveles, lo que se puede deber en buena medida a que, si bien cinco años han pasado del final de la anterior cinta, las disputas e interrogantes por las que debe pasar su protagonista varían de manera muy moderada. En cuanto a eso, no sólo tiene poco sentido que se establezca que ha transcurrido el tiempo, sino que impide seguirlo con el mismo apego que antes. Hipo queda sometido a las cuerdas que extiende la médula del argumento (a esto no le hace mucho favor el doblaje), y su evolución interna parece haber quedado postergada para futuras secuelas. Pero por otro lado, los nuevos personajes están introducidos con elegancia y nutren de energía el relato. Cuando estos suelen ser un fiasco en las secuelas, no queda más que agradecer enormemente que esta película contenga creaciones de esta estatura.

En resumen, “Cómo Entrenar A Tu Dragón 2” ofrece una dosis acrecentada de aciertos ligados a la espectacularidad, aunque por otro lado extravía algo de frescura, porque los secundarios se tornan un poco repetitivos, quizás porque sus vuelcos no son demasiados fáciles de digerir. Brillante, emocionante, menos exquisita que su antecesora, pero de todas formas muy por sobre el promedio de lo que entrega al año la animación gringa.

Por Gonzalo Valdivia