Con una gran habilidad para provocar risas y sacar lo mejor de historias aparentemente agotadas, los treintañeros Phil Lord y Christopher Miller han sido acogidos como hijos pródigos por parte de una industria necesitada de frescos y nuevos talentos. “Cloudy With A Chance Of Meatballs” (2009), una más que convincente apuesta animada, fue su primer paso y, a la postre, su carta de presentación para que fuesen contratados como directores de “21 Jump Street” (2012), adaptación de la homónima serie ochentera en que participaba Johnny Depp. La película, que contaba la historia de dos policías novatos con la misión de hacerse pasar por estudiantes para desbaratar una banda de traficantes, terminó siendo una efectiva pieza de entretención, cuyo éxito permitió que su armado como primera pieza de una saga no fuera en vano. Pero antes de embarcarse en la secuela, Lord y Miller dieron un auténtico golpe a la cátedra, que puso a la crítica y público a sus pies: la inolvidable “The Lego Movie” (2014). Ahora, con el peso de que han tallado una carrera sin dar paso falso alguno, estrenan su segunda cinta en menos de un año, una continuación de las historias de los torpes policías de Jump Street que brilla por sobre su predecesora.

Luego de fracasar en una operación de un nuevo trabajo que dista ser lo que esperaban, los policías Schmidt (Jonah Hill) y Jenko (Channing Tatum) reciben como encargo que se infiltren en una universidad y descubran quién está traficando una nueva droga que es furor entre los jóvenes, para lo que, en resumidas cuentas, usen las mismas identidades y ejecuten exactamente el mismo plan que tan bien funcionó antes. Pero en el camino se toparán con problemas, el principal, que Jenko encuentra a su partner perfecto en Zook (Wyatt Russell), jugador de futbol americano y miembro de la principal fraternidad de la universidad. Schmidt conocerá a Maya (Amber Stevens), pero no podrá evitar sentir celos de las nuevas amistades de su compañero, por lo que peligrará la estabilidad de la dupla y con ello el cumplimiento de la misión encomendada.

Esta segunda parte –mediante un arranque notable- insinúa que se va a instalar en el carril del policial clásico, pero en seguida rectifica y vuelve a su domicilio original: la comedia adolescente vinculada al policial. Y en esa línea –a la dupla le asignan hacer lo mismo, sólo que en un ambiente ligeramente diferente-, el filme se arropa de la autoparodia para justificar una dosis no mayor de riesgo. Pero la cinta asombra cuando, en un delicioso juego de expectativas, se empieza a mover hacia algo parecido a una película sobre la crisis matrimonial, en reemplazo del cambio de roles de la primera. Uno siente celos del otro, tal como en la anterior, pero aquí es llevado más lejos y ubicado como la piedra angular del arco dramático. En tal sentido, abandona por momento los terrenos de la buddy movie más tradicional y se asocia con la comedia norteamericana capitaneada por Judd Apatow, que retrata a los machos como tipos sensibles e inmaduros, cuya amistad envuelve una homosexualidad latente, y que tuvo su última personificación en “Neighbors” (2014).

Resulta divertido –y no menos lógico– que la novedad sea esa, pero no tanto por el giro en sí, sino por cómo lo aprovecha para explotar risas. No hay que dejar de lado que la esencia del filme de 2012 residía en exprimir el potencial cómico de cada una de sus piezas y en dilatar una investigación que cualquier policía un poco más capacitado resolvería en un santiamén. En esta nueva película las salidas de madre y los desvíos del relato continúan funcionando de notable manera, sorprendiendo cada vez que parece que va a seguir una ruta conocida, por lo que el aporte de este elemento se acopla perfectamente a la trama.

Tanto la primera cinta como esta se encuentran abordadas con energía y autoconsciencia, y dotadas de un balance general que hace que la operación que la dupla tiene a cargo no deje de parecer relevante. Pero en esta secuela, además de que el desarrollo de la relación entre Schmidt y Jenko se ve enriquecido, la mezcla está condimentada con más capas narrativas y humorísticas, lo que incluye mayor protagonismo de un notable Ice Cube y una porción final que exuda ingenio. Se agradece de sobremanera que, en cuanto al recurso de que la historia no sea más que una excusa para sacar risas mediante las complicaciones de esta, se sitúe muy lejos de caer en lo de “This Is The End” (2013), que retrasaba la resolución hasta muy tarde y rellenaba con un cúmulo de bromas que no hacían más que moverse en torno a la referencias personales.

Si hay algo que descoloca, es que en la anterior película, situada en un colegio, se invertían las etiquetas de populares y perdedores, mientras que en la universidad, nos dice este segundo episodio, los grupos no son muy distintos que hace 10 o 15 años. Eso se puede pasar por alto dado que el enfoque está en lo que pasa entre la pareja, más que en la descripción desfachatada de lo que sucede a su alrededor. Como sea, Phil Lord y Christopher Miller han dado vida a dos filmes que están entre lo más destacado que ha proporcionado la industria hollywoodense este año. Y, de paso, han creado la primera secuela cómica de acción que está a la altura de su predecesora.

Por Gonzalo Valdivia